ESQUEMA PARA UN CORTO.

 



Yo por un ventanuco mirando al camino y al valle. Aquella capa de niebla al ras del verde como una gorra inmensa, y aquella mañana el azul tan amplio de abril sobre mis ojos de niño. Yo sentía aquel ritmo y los cantes, las palmas pegando a una caja de madera, las voces de dolor de una mujer.

Pasaban para el Suco dos bueyes madrugadores del Loiras, y se desgañitaban los gallos de la Pacita en la parte baja del páramo casi aparecido en la penumbra con un rastro blanco de escarcha. Iba a ser grandioso el amanecer. Plencio vino boca arriba, se deslizó suave entre aquellos esfuerzos de estreñida que hizo la sufrida madre. Fue un impulso extraño, el último vahído que disparó a Plencio encogido por las dos vueltas de los pelos del coño sobre el cuello que lo encorvaron hacia atrás para casi desnucarlo. Fueron prontas las manos callosas de la Mariona que lo cogió casi al vuelo desenvainnándolo de la pelambrera, girándolo tres veces entre los gritos de aquel mal chingado.
Del fondo de las hojalatas que hacían de pared el Torbo se iba por peteneras de Medina el viejo, cantadas a lo triste, solo como hacía Torbo el gitano Portugués hasta atrás de orujo de madroño, una bebida de mala calaña dada a la alucinación

Las cabras y cabrones del Mancio, también iban por allí con aquellos alientos. La pinta con cuernos recientes y ganas de juerga por la natura.

El destino es, a veces, una exacta formula matemática con solo números enteros. La conjunción de los astros para que sucedan hechos de los que ni te das cuenta, pero están ahí, transportados en el tiempo, con esa exactitud que solo la imaginación es capaz de lograr.

Siento la Fábrica de trefilados con ese sonido horrendo de ballesta lanzada. Huelo el humo pútrido de las baterías de cok de la fábrica Moreda y me asomo a la ventana al sentir el saxo y un tambor que barruntan el gato montés. Mis ojos ya gastados ven a una cabra gordita como sube los tres peldaños de una escalera de madera con un plano en su último escalón. La cabra allí con su perilla, tercera generación de los cabrones de Mancio. A Plencio con el saxo, a Norberto el hijo pequeño de Plencio y Carmina la mujer de Plencio con su cestita mirándome, mientras me meto la mano en los bolsillos y saco una moneda dos monedas de cinco duros y se las arrojo.
Nada de lo que esquemáticamente por lo estrecho del espacio conté se sabe exactamente. Nadie podría decir que este esquema sucedió así, los ojos del niño que miraban por aquella ventana treinta y cinco años atrás, mientras aquellas tarantas sonaban tan lejos.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Mucha historia para un corto.

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