OTOÑO.

 


De todo lo bueno que había en subir aquella empinada cuesta para llegar a casa,
estaba que para bajar a comprar un cuartillo de café era más fácil.
Nunca pensaba que debía subirla otra vez para no tener que hablar con la desesperanza.

Si quedaban rastros de la lluvia estaban aquellos caracoles allí, tan lentos, ellos más listos
para llegar a lo que fuese su casa solo atravesaban el sendero, dejando aquel rastro transparente.
Tenía cuidado de no pisarlos para que no hubiese muertes baldías, por bajar a comprar un cuartillo de cualquier cosa.
Una vez arriba yo miraba desde la ventana lo caminado, y me parecía una lejanía,
o dos lejanías, dependiendo de mi estado de ánimo.

Y también miraba como era de viejo ahora y de joven en aquellos años que dos zancadas
me hacían estar en la cima.

No podría decirte cuantas subidas y bajadas.
Hubo días de contarlas y hubo hasta ocho.
Pero nunca fui de acumular veces, al final del día lo medía por el cansancio.

Mi entretenimiento esencial en estas horas que preveo últimas, es mirar hasta las montañas,
y el resto imaginármelo, cómo de otra forma podría gastar este enorme tiempo efímero
como si para mí fuera una propina.
De ver los árboles como crecen lo de un mes, ese es mi porvenir no más, como sueltan hojas que caen tan leves
para formar el color que llevará el otoño.

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