EL MAJADERO.

 



Después de mirar semejanzas de todo, a ver su igualdad, y por sus diferencias sacar una conclusión que me compense. Como razonamiento propio, sabes.
Viene un majadero al que no creía inteligente, y me dice aquello, de no te mates.
De apurarte solo para coger el tren si te espera alguien que te quiere. Si no, ni te afanes.
Que lo reposado tiene el cuerpo más espeso y dura más.
Yo a él le creí porque es de esos, lentos, a los que tienes que esperar mucho para llevarles la contraria.
Yo de este, sé que hacía poemas. A veces lo tengo visto recitar a las grullas. Su afán de ir por ahí.
Hasta casa de Dios y su madre.
Y también me dijo el palurdo. Si te vas a morir igual, no te mortifiques, no te asesines antes de la hora.
Tú fíjate en el pan nuestro, el pan antiguo, el de después de la guerra que crecía para alimentarte, porque era de tu sudor. Muchas veces cocido a hostias.
Sabes.
Yo a veces me arrepiento por las semejanzas a hechos horribles que hice de hechos muchos más horribles que hicieron otros. Llamarme cabrón sería poco. Una deshonra para la cabrona fiera.
A quienes me amaron de verdad les hice muchos malísimos pecados.
Sí, quizás los cuente con cinco dedos.
De esos tan pocos, que te abrazan y lo notas. No hay calor igual. No puedo explicartelo, Chacho, es cosa de los sentidos.
Esa gente que entra sigilosa en la habitación número 628, y se sientan donde tus ojos, y te cogen la mano, casi sin que te enteres. Como si fueran los dedos de su alma. Lo digo poético por si no te entra por la mocha.
Por un casual. Y lo sabes por la mano. Ya una costumbre de otros momentos.
Son esas manos, a veces rudas, que te dejan, donde tus ojos, allí en la almohada, una noche más liviana.
Como esa mano pocas, Chacho.
El majadero me lo dijo. No desesperes. No compares. No hay un dolor igual.
Nunca sabrás cómo fue el dolor del otro, al que arruinaste la paz, y casi la vida para siempre.


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