FERRETERÍA.



Me multipliqué por tres,
en un deseo de ser más,
para intentar buscar un único tornillo
en una ferretería.
Allí estábamos unos ocho chapuceros intentando encontrar nuestras cosas,
la mayoría ancianos con un quehacer,
un tanto ilusionados con la misión.
Yo recorrí los estantes llenos de artilugios, todos provechosos.
De vez en cuando por los pasillos me encontraba a uno
con sus manías, y algo en la mano que valdría,
vete tu a saber,
para pegar golpes o aserruchar la conciencia.
En esta vida. No en otra.
Cómo he de explicarte que pasa un tiempo y llegamos a los derribos,
a los bailes de desguaces, como si fueras de una colección,
a pasar el rato entre flotadores de cisterna y alguna espátula.
Ya no te digo martillos, alicates, destornilladores,
todo lo que orada, bruñe, y hace agujeros como en el alma.
Yo a veces soñaba más para el futuro, como albricias, y hasta me decía
has llegado aquí bendecido por la esperanza
quizás contando añoranzas, siendo escuchado por una recua de niños,
mi sabiduría
y aquello de, pues ahora se me viene a la memoria y os lo cuento.
De todas formas comprenderás que me llevo los tornillos
para dar la lata a algún cansado en su legal y ganada siesta
este sábado sin falta, a las cinco de la tarde, tan solemne
también clavos, que el tiempo es largo
y nuestra vida corta.
Los otros por aquí andan, alguna chapuza tendrán
mientras repasan sus recuerdos.
Por adelantarme a uno, con mucha más edad
y de bastón
me miró mal, dime tú si aquí no habrá abundancia
de cosas para hacer ruido
si a este montón de hierros le llaman La Más Surtida.

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