AGAPITO.

 




Agapito, de sobrenombre Papito, Pito, como le llamaban, lo veía muy mirón, a lo bruto, sin decirles a los ojos usa el sesgo, miraba, lo sabías, acoñado. Lo poco que entré con mi Betina en el bar se le iba a la juntura, ya le decía, donde la ingle, Betí, para que enseñas el muslo, que la gente piensa, que hay por ahí arriba, y como estárá la cosa, para el Papito, muy salido, estaba allí, fijo como lo veía el, apretado, y metidas en la misma lasca las bragas, era como si salibase el muy cabrón por meter la lengua a lo desesperado, donde lo blandito de la Beti.


Lo transcribo a diferentes tiempos el suceso. Como si estuvieras en el pasado en el presente y en el futuro al mismo tiempo.

Como había escrito ayer precipitadamente, en la página 124, de un diario que le llamo «Desgracias, según las horas». A eso de las 11 de la noche, en plena canícula, sentí por el número18 un gran alboroto en la calle, esquina Duarte, yo vivo en el tercero el de los geraneos. En ese momento llegaba la policía, con escándalo de sirenas y luces azules y el girolá dando vueltas como loco. En la acera opuesta al restaurante ,Comidas Agapito, había cantidad de gente, la mayoría vecinos de mi portal.

Como no puede ser de otro modo, la curiosidad me hizo poner los zapatos y bajar las escaleras apresuradamente para ver si era una desgracia al uso, por describirla como suelo, como una desgracia según fuese su grado, dejándola ir.

Ni siquiera esperé al ascensor. Cuando llegué a la calle, vi con sorpresa a la mayoría de mis vecinos, muchos del 18 con bata de casa y zapatillas, apostados en el frente del bar. Yo pasé a engrosar la pequeña multitud de morbosos espectadores. Lo primero fue preguntar por la desgracia, lo que había pasado, así me contaron que la esposa de Agapito, llamada Anunciación, lo había encontrado en el frigorífico de viandas, haciendo la jodienda con la cocinera -una ucraniana contratada hacía cuatro meses, y por lo visto, también casada, o con homre- Anunciación debía de tener sospechas del affair. Cuando entró en el bar- venía, según contaban del Zara, aún se veía la bolsa sobre el suelo del bar .Cogió un cochillo jamonero apoyado en el mostrador, y se dirigió directamente al frigorífico, bastante grande aprovechado de una antigua carnicería de antes, llamada el Caballo. Lo que comentan los vecinos podría llegar a ficción surrealista, para desembocar luego en una gran leyenda urbana. Según cuentan hubo una corta persecución. La ucraniana salió a la calle semidesnuda. El Papito deambulo a trancas por el bar, tropezando sobre una mesa del comedor, con tan mala fortuna que se golpeó con la cabeza sobre una columna central, quedando semiinconsciente en el suelo. Lo que no es leyenda y es real, fue la reacción de Natividad. Le bajó los pantalones, y de un tajo certero le arrebanó los huevos. Los que se asomaron a través de los cristales de una ventana que da del comedor a la calle, describen la desgracia con macabro morbo. Por lo visto, el cadáver de Agapito yacía en el suelo, con los pantalones bajados, sobre un gran charco de sangre, y con los huevos y pene, cómicamente sobre su regazo. No fue la Natividad de gesto mafioso, y no se los dejó en la boca.
Yo sabía que el Papito miraba así, a los muslos de mi Beti, que da que pensar, como por allí arriba estará la cosa, calentita, con aquellos labios gorditos de bubo, que son míos, para apretarlos yo, y comérmelos cuando me de la gana.

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