EL OVNI.

Pernelin de la zona del Relloso, con casa de cuadra en el bajo, con cinco vacas holandesas, cabanón, gallinero, y adosado hacia poniente un saliente atendejado con uralita de amianto llena de moho verde, y líquines foliosos de todos los tonos y colores, vivos y brillantes.

En el mismo frente estaba la sierra con el pico de la Pruida, adonde iba ahora con el carro tirado por dos bueyes de rasgos de cachena, con enormes cuernos donde se adosaba como bien caído el cornil del yugo, lleno de filigranas y pendones contra tábanos, aunque de calor no había, aún nada, podría decirse.

Detrás, a la hora pasada, iria la Carmina con la parva, y para ayudarle a apalancar lo segado al final del barranco de la Crucellina, en día que se veía venir con ese clareado de mayo, con ese azul que solo Dios sabe poner en el cielo tan lleno de paz y concordia.

Cuando llegó Pernelin al prado del Boyado, ya había chistinos revoloteando como si presintiesen la muerte de la hierba, y lo que volaría diminuto, grajas había a montones y verdinos, y dos azores planeando.
Lo dispuso todo, sin soltar los bueyes, paso piedra por la cuchilla de la guadaña, y se dispuso a segar bajo, que aún lleno de rocío, la hierba estaba suave y cortaba bien, bajo un cielo amplio, como apoyado sobre las colinas llenas de robles.

Como fue la cosa no se sabe mucho.
De lo que cuenta ahora alelado el Pernelin, que está medio ido en otro sitio, en otro mundo, de como un resplandor le vino, como si el mismo espíritu santo bajase, y él fuese subiendo por un túnel luminoso, entrando en un hueco cóncavo de pie con el mismo mango cogido, aun cayendosele hierbas enganchadas llenas de savia verde y reluciente.

Alelado está contando aquello que le surgió, que no se sabe de cuando es el cuento, tirado en una camilla con aquellas bellas señoritas palpándolo con unos aparatos increibles, nunca vistos, y una lentitud llena de sabiduría, que una de ellas, un tanto mulata se le subió como a una mula maderera, y le dio vueltas y vueltas, que incluso veía allí abajo acercándose a la Carmina, cuando en uno de los restregues le dio tanto gusto que se corrió, según dice bramando como un animal en celo.

Por la zona del Relloso, nadie dice que el Pernelin cuente mentira de lo de la nave espacial, pero pudiera ser que algo le metiesen en la bebida en las Pérgolas, y que se pasaron en la vianda, quedándose alelado para siempre. Que naves de esas no hay, que nadie vio cosa igual, sólo en películas, ni de años, ni de toda la vida.
 Que ya dicen como si ya fuera una leyenda,  pobre Pernelin, para un día que bajó limpio de camisa y calzoncillo a la comarcal de Piago.

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