VUELTAS

 



Cuando la lavadora centrifugaba yo miraba al tambor y casi me caía patas arriba, hipnotizado. He de decirlo. Era un instante. Puedo decirte en qué parte de su giro acabaría.
-El protocolo era ese. En la espera a que la lavadora, tan desajustada, diera saltos estertorios.

Ella me posaba la mano en el cuello sin ahogarme mucho, y me decía: acuéstate sin miedo, te haré el remolino del Caribdis .
Y empezaba hacer la ruta de la seda.
O iba a orar al muro de las lamentaciones, apretándome muy leve en el inicio.

Cuando se posaba sobre mí era alentador su suave y rítmico movimiento. Sabía mi deseo.

Abierta la boca veía su enorme coño acercarse. Mi lengua todo lo que daba muy sedienta a la espera de aquel manjar. Luego lo que os digo, su coño sobre mi boca en un equilibrio inestable, dando lentas vueltas, todo eran vueltas y vueltas.
Bajaban palomas a una terraza repleta de azulejos marrón.
Las gaviotas caían en picado en busca de la cabeza de un pequeño gato siamés que teníamos.
Y yo, mientras tanto, con aquel mareo en los Urales.
O atravesando el cabo de Buena Esperanza.
Luego todo su peso sobre mi boca.
Su culo y toda la parafernalia de su coño debajo del ombligo.
Me lo daba.
Sobre la pared una televisión con una reposición antediluviana de James Dean, mirando hacia los lados muy torcido, y en los anuncios torsos musculosos y amanerados anunciando esencias y perfúmnes.
Colores definitivos de paisajes que absorbía mirando entre sus muslos las imágenes entrecortadas.
Aquella sensación de que si bajaba más pronto me moriría asfixiado, sin aire.
No sabes lo que es eso, mientras se hace la colada. Ella abierta de piernas sobre mi cara. Largo tiempo procurando no ahogarme.

Hasta que se corría con un estruendo de gemido, sintiendo sobre mis labios deslizarse aquella pegajosa y abundante humedad.

-He llegado a la conclusión, por opiniones de terceros observadores, que mi boca está tomando la forma de su coño-.

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