TAMARINDO.


 


El Tamaríndo, así le llamaban al Suso, porque todo el día andaba con el lapicero de carpintero en la oreja silbando la versión de los Corraleros, silbando con un palillo en la boca, muy en la comisura, la tocada de saxo de los Texas Tornados, con aquel inglés a latinajos, pero lleno de ritmo, puro-mexicano de Potosí, aunque Susito era de la zona de Molinaseca, nacido en Rio de Abros.

Bajaba de atardecida a Ponferrada los Domingos, por noviembre arriba, al pub los Puchos, muy dados al colorido, rítmico a lo Baby que pasó, to give a un beso... a ritmo de trikitixa pegadiza.
Cuando Tamarín entra en la Pucha, muy enjuto, no muy alto, con los pantalones a lo tijera, encogidos y tirantes por la polla muy marcada, ya había aquel resplandor sideral por la bola brillante del techo, una niebla de tabaco como si fuera un faro del destino, con aquellas vueltas lentas mientras sonaba aquel disco de los Brincos, lo del tu me dijiste adios, para ir calmando la brincada y llevandote a lo lento, empezando aquel Je t'aime... moi non plus, y los susurros de Serge Gainsbourg, y las respiraciones susurrantes, palpitantes, estremecidas de aquel sentir de la profunda vaina llena de músculo ardiente.
Cuando aquello empezaba ya iba Susin, entre la vorágine de lentos danzarines a buscar, a tocar al hombro a una que llamaban Telvina, natural de Berayo, mediana y rellenita, que nunca le fallaba. Era presurosa la secuencia, llegar pronto entre los danzarines, tocar leve, y preciso su hombro, mirarse un poco a los ojos, y ella levantarse para irse al centro de la pista, sin casi un hola, o apenas una mueca, o una sonrisa imperceptible. Lo otro era una danza extraña, Telvina era mucho de separarse de tetas, de vientre para arriba, Suso, un danzarin, de bota grande, muy patudo, la apretaba por allí, un poco mas abajo de la cadera. Telvi sabía de aquella forma de danzar a lo pegamento imedio, de aquellos años extraños, con tanta bruma sobre la bola de los cristalitos, cuando emocionado Suso, la parte palo, la ajustaba a su zona sacra, y empezaba aquel va y ven, va y ven, sintiendo como Susin se iba poniendo extrañamente pesado sobre sus hombros, aquel va y ven, a un lado al otro, con aquella maestría que tenia Telvina, en lo previsible de Susin, que se le caía de los brazos medio zombie, cuando Jane Berkin, daba aquel suspiro largo y profundo, tan lleno de soledad erótica, o lo que fuese, y Susin de repente se iba... sembrando la patita, volviendo con el jersey dado la vuelta a lo mandilón, para tapar aquel manchón en los pantalones en forma del mapa de Oceanía.

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