CLARIDAD.
Es una paradoja de la existencia que, ahora, en este reposo, me venga a la memoria aquel tiempo en que tenía tanta memoria. Recuerdo cómo mis conocidos se extasiaban cuando les recitaba, de carrerilla, los veinte aminoácidos que conforman las miles y miles de proteínas del cuerpo humano. O cuando enumeraba los reyes godos, también de carrerilla. Algo inverosímil evocarlo ahora, en este cubil de reposo, aún cansado del esfuerzo, a salvo de esa tenue luz que parece emanar de la más agorafóbica eternidad.
—Sí, tengo entendido que fue hoy.
A cualquier hora, di la vuelta a una coqueta plazoleta llamada la curva de San Jeremías. Por fin, algo que me ataba a la realidad más precisa. Bueno, precisa no: era la realidad. San Jeremías era la plazoleta donde vivía, y le di la vuelta lentamente hasta llegar a un portal enladrillado, muy estrambótico, decorado con azulejos llenos de motivos árabes. Esto quiere decir que, poco más tarde de cualquier hora, ya estaba frente a mi puerta, pintada de un verde oscuro, casi irreconocible en la penumbra. Vuelvo otra vez: penumbra, oscuridad... no me aclaro.
Con mi cabeza empujé lentamente una de las hojas de la puerta. A través de la oscuridad (digamos eso), avancé hacia las escaleras, ahora reptando, hasta una puerta entreabierta desde la mañana. Crucé el pasillo hasta mi habitación. Lentamente, no sin cierta alegría, me dejé caer sobre la cama deshecha. Primero con la barriga hacia abajo, luego con la barriga hacia arriba.
Empecé a sentir fuertes dolores en mis rodillas y en las palmas de las manos. Algo que, hasta entonces, me había pasado extrañamente desapercibido. El dolor tiene esas cosas: a veces solo está dormido, y se despierta.
Disfrutaba ahora de respirar con la boca abierta y por la nariz a la vez. O solo por la boca. O solo por la nariz. Disfrutaba ahora, con los ojos abiertos, de aquella densa penumbra que casi podía apartar con las manos. Disfrutaba ahora de esa libertad plena, de sentirme a salvo. Y reflexioné, mientras me iba quedando dormido, que nunca más, nunca más saldría a caminar a cuatro patas bajo la inmensidad del día que tanto me asustaba.
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