ALEGORÍA.
Para estar totalmente tranquilo, hubiera necesitado un bolsillo más. Uno que no tuviera fin, como un abismo en el costado, donde pudiera guardar todo lo que me pesa: los recuerdos que no quiero soltar, los secretos que no me atrevo a decir, las palabras que se quedaron atrapadas en mi garganta. Pero no, solo tengo estos bolsillos pequeños, limitados, que se llenan demasiado pronto.
Para esconder lo más íntimo, hubiera necesitado un bolsillo bajo la piel. Un lugar secreto, donde nadie pudiera llegar, ni siquiera yo. Un refugio para guardar aquello que duele tanto que no puede ser nombrado, aquello que brilla tanto que no puede ser mirado directamente. Pero la piel no tiene bolsillos, solo tiene grietas, cicatrices y poros que respiran cuando ya no puedo más.
Y luego, dejarme llevar. Sobrevivir sobre una parte hecha de sal, otra de aire, otra de tierra, otra de fuego. Flotar sobre todo lo que se mueve, sobre lo que cambia, sobre lo que nunca permanece igual. Dar amor, sí, pero solo un poco, lo justo para no quedarme vacío. Hacer sufrir lo menos posible, aunque a veces el sufrimiento sea inevitable, como una sombra que sigue nuestros pasos incluso en los días más brillantes.
Entretenerme colocando piedras en grupos de cuatro. A veces, en grupos de cinco. Otras, en grupos de seis. Piedras de distintos colores: grises como el cielo antes de la lluvia, rojas como la tierra al atardecer, blancas como los huesos que el mar devuelve. Jugar con ellas, ordenarlas, desordenarlas, como si en su disposición pudiera encontrar algún sentido a todo esto.
Y esperar a que venga el sol. No cualquier sol, sino uno grandioso, desbordante, que lo inunde todo. Un sol que queme las dudas, que derrita los miedos, que ilumine hasta los rincones más oscuros. Esperar a que llegue, aunque sé que, cuando lo haga, moriré por exceso de luz. Moriré, pero será una muerte dulce, como la de aquellos que se ahogan en la belleza.
Ahora es el momento de coger puñados de arena y soñar. De sentir cómo se escapa entre los dedos, grano a grano, como el tiempo. Tener el miedo necesario, ser cobarde lo imprescindible, amar con precaución. Y, sobre todo, no sufrir. O sufrir lo menos posible, aunque a veces el dolor sea el precio de estar vivo.
Alguna vez, en sueños, he podido tocarte. Levemente, como quien roza una sombra. Existes para mí cuando todo está oscuro, en ese instante previo al amanecer, cuando el mundo parece contener la respiración. Existes como el inicio de algo vivo, como la promesa de un nuevo día.
No puedo decirte más. Las palabras se acaban, como la arena en mis manos. Solo queda esto: un susurro, un eco, una sombra que se desvanece en la luz.
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