METÓDICAMENTE.
Dedicado a Xurxo Carrizoso Xacobe, natural de A Fonsagrada. Muerto por violencia de género en noviembre de 2019 —va ya para dos años—, y que no sé si tenía culpa.
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Ayer vino mi santa a verme.
Mi santa lleva cuatro años sin vivir conmigo, pero de vez en cuando aparece. A veces viene incluso cuando no estoy en casa; lo sé porque el aire se impregna de su olor al abrir la puerta. Y cuando eso ocurre, pues pienso: "ya estuvo aquí la santa".
Ayer, domingo por la mañana, vino. Yo estaba en casa, desayunando en la cocina. Entró sin anunciarse, como siempre. Nada más cruzar el umbral, omitió los buenos días y soltó: «Esto huele a perro muerto». Yo estaba de espaldas a ella, escuchando sus pasos avanzar por el pasillo. Me dije que, para alguien que viene de la calle, una casa puede oler a muchas cosas, pero no a perro muerto. Cuando alguien dice eso, no viene con buenas intenciones. Por eso me sorprendió aquel insulto tan desagradable. Siempre he pensado que ella seguía amándome; si no, ¿a qué viene este control tan obsesivo desde que se fue hace casi cuatro años?
-Lo cuento metódicamente.
Ya he dicho que estaba de espaldas, desayunando unas tostadas con margarina y mermelada de cereza. A mí lo que me olía era a café. En otro relato ya conté una de sus visitas, que nunca eran iguales. De espaldas estaba, y no me di la vuelta. La vi delante de mí casi de repente, aún vestida de vigilante. El uniforme lo llevaba debajo de un abrigo de lana azul oscuro que le caía muy por debajo de la cintura. Así vestida, solo podías adivinar que era una vigilante por el bajo de sus pantalones grises, por una pequeña marca fluorescente naranja que bordeaba el pliegue, o por las botas de caña alta, con aquellos cordones gordos de tipo militar.
Ella, delante de mí, mirándome. Una escena que podrías ver a vista de pájaro: uno sentado, el otro deambulando de un lado a otro. Mojaba mis tostadas con cierta frecuencia y me las llevaba a la boca. A mis espaldas estaba el pasillo; al frente, una ventana por donde entraba una claridad grisácea, difusa. No es que la mirase a ella; aún no le había dicho nada. En el fregadero, los cacharros sin lavar de hacía quince días —digo quince por poner una referencia temporal—.Estar sin lavar era poco decir. Algunos platos tenían restos de comida seca, principalmente posos de chorizo frito y huevo, que con el frío se habían vuelto pegajosos y pringosos. El bidón de la basura, debajo del fregadero, no lo había vaciado. Le olía.
-Metódicamente.
Me dijo: «Mira que eres cerdo». Yo aún no había abierto la boca. Se quitó el abrigo de lana y lo arrojó sobre una silla. La vi entonces con aquel uniforme verde oscuro, una pequeña insignia en forma de corazón sobre el bolsillo derecho de la chaqueta. Se quitó también la chaqueta, y ahí estaba, aquella pistola enorme que tanto miedo me daba, con la que tantas veces me había amenazado. Se había remangado y comenzó a fregar los cacharros con aquel desparpajo que solía poner cuando limpiaba: platos, tenedores, espumaderas, cuchillos, vasos del café... Su postura originaba un movimiento de fantasía en su culo, como si fueran "semigiros sufíes", "volteos derviches", "saltitos sharki", y toda la pasión de esas posturas a lo cobra que tiene la danza del velo. Quiero decir que su culo se movía así, con esa armonía. Y aún moviéndose así, un tanto apetecible, yo pasaba del tema...Ni se me vinieron a la memoria aquellos actos sexuales socorridos en el fregadero, a cualquier hora del día, metiéndosela por el agujero del culo, con cierta violencia, hasta no sé dónde. Dando ella un inicial grito de dolor, y luego volviéndose como loca, pidiéndome lo que yo no le podía dar, pues caía vencido sobre sus espaldas, cuando en aquella búsqueda apretaba su culo con fuerza sobre mi.
-Metódicamente.
La escena era esa. Otras escenas. Ella fregando los platos. Llamándome nombres despectivos de animales salvajes: serpiente, lagartija, sapo, gusano, zorro, asqueroso mandril, buitre carroñero, alimaña, sanguijuela, hiena, lobo; y animales domésticos como: gallina, conejo, asno, mula; y seres inanimados como: espantapájaros, saltimbanqui; y residuos de la naturaleza como: rastrojo, estiércol; y residuos urbanos como: basura, poso de cloaca, mierda.
-Metódicamente.
Fueron veinte minutos sintiendo el grifo. Yo aún no había hablado. Recuerdo que algo olía a perfume. Tenía aquella sensación de que aún quedaba rastro del día anterior, no todo era olor a efluvios animales en mi casa. Olía a perfume. Es ese leve rastro que dejan ciertas mujeres que han estado contigo el día anterior, como si quisieran permanecer en tu recuerdo para toda la vida.
No sé si sabes lo que es morirse trágicamente. Hay veces en que lo presientes. Si miras a través de una ventana, las nubes parecen agitarse a cámara rápida. Y está ese presentimiento, una sensación inmediata en que los sentidos están más despiertos que de costumbre. Te digo esto para cuando te vayas a morir de joven, con todos los sentidos en tus poros, captando lo más inusual de tu organismo, incluso el correr de la sangre impulsada por los latidos de tu corazón a todas las partes de tu cuerpo.
-Metódicamente.
Y es así. Sin haber dicho ni una palabra. Esta escena es tan fácil que no necesita entrenamiento previo. Se podría empezar por un plano general desde el fondo del pasillo, luego bajar a un plano en profundidad; o un plano medio largo; y acabar con un primer plano de su pistola sobre mi sien. Sientes ese frío del cañón y tus sentidos perciben la ínfima vibración —un contacto microscópico—, el roce metálico del tambor que gira, y la detonación: bunnnn. Son mínimos segundos. No da tiempo a decir nada. Yo, en esta escena, nunca dije nada. Solo me caí de bruces sobre la mesa para empezar a morirme.
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