VEN.

 


Estar loco es decir poco. Estar sumido en ese desorden de pensamientos, pensar en el futuro y no ver salida. Estar joven y cargar con estas ideas, sentir que estás abocado al desastre siendo, todavía, tan joven. Elucubrar sobre qué será de mí. Y estar, no sé cuántas veces podría repetir "estar, estar, estar". El cielo se derrumbaría sobre mí como un papel transparente, y yo seguiría murmurando: "estar, estar, estar". A veces me obsesiono con una palabra, y no es porque quede poéticamente bien en el contexto. Las palabras idénticas se apabullan, no hay belleza en ellas. "Estar, estar, estar", ¿y qué más da? Soy un puto soplapollas y un come y come.

Pero trabajar gratis no me gusta.

Y entonces aparece tu cara. Cierro los ojos y pienso en ti.

Mi cabeza da vueltas y más vueltas, todo el día así, sin parar.

Cuando te besaba, lo hacía para cerrar los ojos y envolver mi lengua en tu boca, hacerte el molinillo, beberme tu saliva. Besarte no era pensar en el porvenir; ya estaba en el séptimo cielo. Y cuando estás en el cielo, todo está hecho. Son esos instantes en los que creo que te quiero tanto.

"Tres quesos de Burgos en tarrinas, un paquetito en lonchas, queso en porciones y rallado si lo encuentras".

Todo es relativo, depende del momento. Mi cabeza está llena de personajes que surgen de todos lados. Ya sabes cómo es: te llaman, te hablan, algunos dan consejos, otros solo odio y resentimiento. Entonces los nervios se te encogen como si tuvieras que dar una hostia a alguien que solo existe en tu cabeza.

A estos personajillos, si les das pastillitas de ansiolíticos, se acojonan. No tienen ni medio sopapo.

"Pan Bimbo, margarina, galletas María y mantecados".

Me doy de hostias con la sociedad. Pienso que yo no tengo la culpa. Me estoy limpiando el culo con papel de periódico; por orden de intervención (quiero decir, por orden de llegar a la raja), debajo del clavito había colgado un Fotogramas muy antiguo, el Hola y doce páginas de Lecturas. Limpiarse con esto es como escariar las almorranas.

Ya te dije que no había foie gras ni papel higiénico. Es el final. "Cómprame pan a la brasa también".

Matar una mosca me revuelve el estómago por la injusticia que representa. Pero a los putos mosquitos los odio; los fulminaría. (Ahora me viene a la cabeza San Francisco de Asís).

"Trae detergente. Y si compras una docena de huevos y dos litros de leche, creeré en ti por la eternidad".

El mal está en el exceso de información, en no saber asimilarla. Los muertos del otro lado del ecuador, por la parte de atrás de la Tierra, parecen suceder frente a la Mercería Adelaida, bajo tu ventana. Y se te encoge el corazón, porque te lo muestran en color y con sonido estereofónico. Es como tragarse una birra ahorcando la botella por el cuello. Luego está la vida de los otros, esos saltimbanquis de cartón piedra que hablan de lo que le pasó a mi vecina. Lo malo es que mi vecina no tiene guapura; es un bicho en todos los aspectos, sin belleza y sin amantes.

"No tomo mucho café, me altera los nervios. Pero si quieres, trae una bolsa de Toscaf".

Ver tantas cosas que ocurren hace que bajar a comprar botones para la bragueta a la Mercería se convierta en una situación de riesgo. "Qué vengan los de la tele; aquí pasa algo". Son valientes estos chicos con la cámara al hombro y la alcachofa frente a una viejecita. "¿Dónde está el suceso?", pregunta la Guardia Civil. Y los de la tele, ¿qué cojones pintan en estas guerras intestinas?

"Doscientos gramos de chope no estarían mal, y jamón york. Que no se te olvide el ketchup y la mostaza. Ah, y patatas para freír, y las de bolsa".

Acurrúcate dentro de mi corazón y ponlo a cien. Quiero sentir que debo vivir por algún motivo. Muévelo a pedales o siéntate sobre los ventrículos treinta veces seguidas para impulsar mi sangre. Hazme hipertenso durante dos horas. O siéntate con el coño abierto sobre mi boca y baja despacio para que te vea bien de cerca. Cuando te acercas, es como si te movieras en cámara lenta entre hierba de ballico. A veces hueles a cuadra, y lo soporto (cuando comes un coño, todo es empezar. No le tengas asco, saboréalo –Sor Coño de la Lengua–).

"Una lata de berberechos sería ver el cielo, y si me compras dos latas de zamburiñas picantonas, estaré mezclado con los ángeles".

Tú a veces me sabes a pan con tomate cuando te lo lavas bien.

Sé que me quitas el miedo y me das otro: el miedo a que te vayas porque soy un don nadie sin jornada, sin turnos, sin ganas de levantarme, con esta pesadumbre. Si mañana no vienes, no pagaré el alquiler, no subiré las persianas, no arrojaré huevos sobre la sartén desde un metro de altura. Los huevos quedarán despanzurrados.

Me alimentas.

Abro los cajones de la alacena y veo el fondo: un papel de estraza de hace ocho años. Ayer hubo migas, y antes de ayer, dos codos de pan dietético.

"Si me subes el pan, sube también tu culo, y tus tetas, que son como un muelle. Y si encuentras foie gras, alguna lata de sardinas o bonito en aceite vegetal, se agradece".

Estoy en desorden postpsicosis. Lo noto. Razonar la realidad se me hace extraño. Lo que me rodea es un nexo tan frágil que un día flotaré sobre el techo de mi habitación, patético, con la ventana abierta, intentando sujetarme para no salir pitando.

"Dos latas de bonito en aceite de oliva (ya te lo dije) y un tarro de aceitunas extremeñas, de las negras (sin hueso)".

Y ahora recuerdo lo que me dice el abuelo. (Doscientos euros al mes por llevarlo dos horas al día al parque Berchams).

El abuelo, cuando está lúcido, de seis a ocho de la tarde, cuando no le puedo robar el tabaco, me dice: "Si llegas a estar como yo, pégate un tiro antes. Mira, hijo, lo más horrible que le puede pasar a un hombre es perder la capacidad de pegarse un tiro o arrojarse por una ventana cuando le salga de los cojones".

"Anchoas, pimientos del piquillo y una tortilla congelada".

Esto que te cuento del abuelo no es para que te lo tomes al pie de la letra. Siempre estaré yo para pegarte dos tiros si es lo que quieres. Deberíamos reflexionar quién se los pega a quién primero. Es un dilema. Tú, mientras tanto, prepárame una rebanada de foie gras; tiene mucho hierro.

En el parque Berchams está la estatua de Berchams, que al parecer fue un santo. Sobre su cabeza hay una paloma que le caga en la cabeza y el sayal. El abuelo me dice: "Vitorin, tápame las piernas y sácame un Ducados". A este cabrón, cuando tiene la cabeza bien, le da por fumar. Luego sus hijos lo huelen por la bragueta, por si va cagado, y por la chaqueta, por si fuma. Y me amenazan: "Si huele a lo que tiene que oler, a mierda y a tabaco negro, ¿a qué va a oler este puto viejo?".

Me informan en exceso, quieras o no. Es el Gran Hermano. Pero de tu interior, de lo que hay ahí, solo sabes tú y yo. De mí, solo sabes tú. Te lo prometo. ¿Me dejas hacerte este paseo con las manos sobre tu espalda? Voy de un lado a otro, y tus vértebras son como la cordillera de los Andes: Chile a un lado, Argentina al otro.

Discúlpame. Estar es casi no estar. No le des vueltas. Si me dejas poner la cabeza sobre tu espalda, quizás me duerma.

"Porfi, almendras, cacahuetes, pipas peladas, pipas sin pelar. Oye, y un turrón de Jijona".

Pon lo que quieras en la nevera y ven a besarme mucho.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
¡Uff!
Carmen ha dicho que…
Bueno, ese anónimo soy yo, no me había fijado en que preselecciona "anónimo". Oye, ¿por qué no está en FB?, ¿de verdad es una postpsicosis? Quiero decir.., ¿sabes lo que se siente? Creo que sí tuviese que imaginármelas, también lo haría así.

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