HOMO.

 



Durante millones de años, vivíamos mirando hacia el suelo:

la tierra que daba frutos, los rastros de los animales, las huellas del peligro.

La supervivencia nos hacía mirar abajo.

Pero cuando por fin levantamos la cabeza, el cielo se nos ofreció como un misterio inalcanzable:

inmenso, silencioso, luminoso, eterno…

Y frente a esa vastedad, el cerebro —ya capaz de abstracción y simbolismo— llenó el vacío con significado.

Nació la trascendencia.

Por eso, cuando muere alguien querido y decimos “está ahí arriba”,

no lo decimos solo por costumbre religiosa.

Es como si en lo más antiguo de nosotros —en ese Homo erectus que por primera vez miró hacia arriba—

hubiera quedado grabada la idea de que lo que se eleva se libera.

Lo alto se volvió símbolo de lo puro, lo eterno, lo inalcanzable.

Y en el fondo, esa metáfora es un eco evolutivo de nuestra postura erguida,

de la primera vez que miramos al cielo y comprendimos que estábamos vivos.


Comentarios

Entradas populares de este blog

COLCHÓN.

NO LO OLVIDARÉ NUNCA.

LOS COJONES DE CORBATA.