Poemas de un paleto
¿No hay suficiente entretenimiento en tu vida?
Especialmente esta noche, ¿verdad?
La tele está muda, el sofá te devora,
y el pueblo entero duerme a pierna suelta
bajo una luna redonda como un ojo de buey.
¡Entonces no te lo pierdas!,
grita la pantalla del móvil,
ardiendo en la penumbra de tu cuarto.
Esa lucecita azul es la única hoguera
que te queda.
Podríamos estar divirtiéndonos sin complicaciones muy pronto,
dice el mensaje de ella,
esa mujer que no es de aquí,
que habla con la boca pintada y promete
fuego sin quemar.
No necesito ningún romance u otra cosa tonta.
Esa es la atadura que no queremos.
Tú, que apenas has rozado una mano en el baile,
que sabes más de vacas que de versos,
sientes que te llama por tu nombre de barro
y, al mismo tiempo, por otro que no conocías.
No eres un extraño para mí,
insiste.
Sabes de lo que estoy hablando, ¿verdad?
Y tú, que nunca has sido sabio en esas lides,
asientes frente al cristal que refleja
a un hombre con camisa de cuadros
y los ojos comidos de curiosidad.
Sé que en el fondo eres un macho total,
te escribe,
y la palabra "macho" resuena
como un cencerro en el silencio.
Déjame tener un poco de eso,
de tu bravura.
Pero tú solo tienes la bravura del que aguanta
el frío de la mañana en el establo,
el peso del heno,
el sudor que seca la camisa.
Nada de eso cabe en un mensaje.
Estoy lista para una aventura sin ataduras, de inmediato,
y tú, paleto de manos callosas,
piensas que una aventura es subir al cerro
a ver amanecer sobre los tejados.
Echa un vistazo a mis fotos locas,
y deslizas el dedo
—torpe, tembloroso—
sobre imágenes borrosas de sonrisas
y piel que jamás tocarás.
¡Esperemos que ocurra algo genial!,
pone al final,
como un brindis al vacío.
Y luego, solo una palabra más,
un imperativo seco,
un hachazo en la noche:
Ven.
Pero tú no vas a ir a ninguna parte.
No tienes coche que arranque,
ni valor para cruzar la puerta.
Así que te quedas ahí,
sentado al borde de la cama,
con el móvil caliente en la mano
y el cuerpo tenso como un alambre.
Y haces lo único que sabes hacer
cuando el deseo es grande y el mundo pequeño:
masturbarte hasta quedar tísico,
hasta que el jadeo se confunda con el viento
en los aleros,
hasta que la pantalla se apague
y solo quede
el olor a campo
y a hombre derrotado.
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