LA SOLEDAD DEL OBSERVADOR INERCIAL.

 


Cuando estuve en ese punto ya no pude parar. Mi línea de universo no se acaba nunca.

Me llamo Eulogio Doviño Sueiro. Natural del municipio de Piñor, Ourense, comarca de Carballiño.

Desde hace seis años padezco el síndrome obsesivo-compulsivo de los espacios de Minkowski. Fue hacia el año 2019 cuando comenzaron a tratarme con Citalopram, a dosis moderadas. Mi especialista cambió el tratamiento hace unos dos años a Fluoxetina, una pastilla única de 100 mg que tomo por la noche. Esto hace que me adormile y me levante desorientado, sin la sensación de haber dormido ni soñado.

Cuando empecé con estos síntomas obsesivos, hace unos seis años, daba clase de Física Cuántica en una academia superior a un grupo de alumnos sobre el tema concreto de la probabilidad de encontrar un electrón en el espacio-tiempo de Minkowski. Era primavera. Al llegar a mi casa, comencé con aquel impulso incontrolable de estar ubicado en los tres ejes coordenados. Recuerdo vívidamente la disposición de mi Ser en el espacio. El punto de origen de mi centro coordenado persistía en el sacro, partiendo los tres ejes espaciales como describo: el eje X se proyectaba por el ilion derecho, el eje Y subía perpendicular por la columna vertebral y el eje Z surgía del centro del isquión, hacia la parte posterior de mi cuerpo.

Fue en plena pandemia del "covid" cuando decidí completar la ubicación espacial con la dimensión temporal: *t*. Lo que antes eran tres dimensiones pasó a ser la complejidad obsesiva de cuatro coordenadas. El tiempo me salía por el pene, con una dirección tendente a la vertical. Todo en el universo podía, y debía, ser medido desde este trono cartesiano inercial, la parte central de mi estructura ósea. Todo suceso, por simple que fuera, debía ser anotado. Mi propio movimiento originaba en mí la compulsión de saber mi estricta ubicación respecto a los ejes descritos. Mis estados obsesivos llegaban al paroxismo más absoluto. "La luz se enciende", murmuraba al accionar el interruptor, en la posición:(+1.2m en X, +0.8m en Y, 0,4 m en Z. Y en este instante definido por *t*=17h:42:03” ". Un estornudo era un evento localizado. El vuelo de una mosca, una sucesión caótica de puntos en el espacio-tiempo, una línea de universo serpenteante e impredecible.

En una nota muy certera, mi psiquiatra, Edelmiro Xistide Chozas,  de un centro de salud de Ourense, escribió en 2022 en mi informe clínico:

"Su obsesión más profunda, sin embargo, son los diagramas de Minkowski. Sueña con los dos conos de luz que nacen de cada evento: el cono de futuro, donde yacen todas las posibilidades, y el cono de pasado, de donde fluye, inexorable, la causalidad. Para Eulogio, la vida es un frágil punto presente, un 'aquí y ahora', deslizándose por la geodésica del tiempo propio desde el pasado hacia el futuro. Su mente no habita en el tiempo, sino en el espaciotiempo, y sufre la tiranía de su métrica rígida. Dado todo esto, no podría describir el sufrimiento que padece por esta compulsión ceremonial irreprimible y continuada "

--En fin.

La complejidad de mi vida ha ido en aumento. Tengo fases de cierta mejoría, pero en general me encuentro en un estado invalidante para cualquier actividad que requiera una mínima concentración, como dar clases especiales de ciencia física. Han sido frecuentes los cambios de medicación; hace unos días me han añadido al tratamiento Paroxetina, sin resultados aparentes por el momento.

Hace dos días me sucedió algo digno de mención, fuera de mi pulcra ética, que me ha desconcertado. Lo menciono aquí porque presiento que mi enfermedad está tomando otro derrotero que desconozco.

Mi habitación, en un bloque de sesenta viviendas, da a un patio de luces estrecho, un pozo rectangular donde las vidas de los vecinos se superponen como transparencias mal alineadas en un diagrama de Feynman. Una tarde de octubre, con la luz muriendo en un ángulo de 45 grados (plano Y-Z, en un tiempo *t*=19h:15:22”), un movimiento en la ventana de enfrente atravesó mi retina y se incrustó en mi conciencia como un evento de coordenadas indefinidas.

La ventana casi frontal a la mía estaba medio entreabierta; el viento agitaba los visillos hacia el interior, donde se apreciaba la claridad de una luz sobre la mesilla de noche. Al principio no me percaté con nitidez de lo que observaba en mi postura inercial, pero pronto me di cuenta. Allí estaban Belarmino, al que conocía por un estanco de vapeo en el bajo del edificio —hombre fortachón de bigote y manos gruesas— y Pauline, su mujer. El evento era claro, primitivo, animal. Belarmino la embestía por detrás, violentamente, contra el alféizar; la empujaba una y otra vez sin piedad, hasta que sus enormes tetas se salieron de la blusa, quedando a merced de aquel movimiento pendular. Todo aquello me pareció en un principio un tanto ridículo; no veía lujuria en aquella violencia física de garañón. Lo analicé como un intercambio de energías y momentos en un sistema de dos partículas en colisión repetitiva. Pero, al mismo tiempo, comenzó a brotar en mí una excitación inusual, que hacía tiempo no sentía debido al efecto secundario de mi tratamiento.

Fue entonces cuando aquello excitó mi zona del isquión; el eje Z ya no era una abstracción, sino un único escalar de urgencia carnal. Me mostré dispuesto a la masturbación de mi coordenada. Y así me dispuse, mientras veía la cara de Pauline —una vez administrado el dolor de las penetraciones certeras— cómo abría la boca, sacaba la lengua y gemía de placer, ahora con el visillo completamente abierto a visión de aquel encuentro de sexo tan animal.

Tal era mi confusión, que no pude reprimir el retornar a mi vorágine obsesiva sin mensurar la dimensión del instante en los espacios de Minkowski, ese concepto sutil y profundamente ligado a la relatividad del tiempo y al modo en que el "espaciotiempo" se estructura. Intentaba buscar el orden en el caos, trazar el diagrama mental. El acto mismo era el punto origen, el "evento E". Mi mano comenzó un movimiento mecánico entre mis piernas (-0.1m en X, -0.5m en Y, +0.023m en Z, en tiempos sucesivos a partir de un inicio *t*=19h:28’:05”). Era la respuesta de mi cuerpo, otro evento en la trama, un cono de luz de placer solitario que se expandía desde su propio origen hacia el futuro, un cono de pasado que solo contenía la semilla de esta patología, mientras mi línea de universo se enroscaba en una geodésica cerrada, un bucle de tiempo propio totalmente inestable y compulsivo.

Intentaba definir mentalmente este nuevo sistema complejo —el voyeur, la masturbación— como dos espacios de Minkowski entrelazados por la gravedad de la culpa, cuando un nuevo vector irrumpió en la escena. Los patios de luces, en cuatro planos, a esa altura están llenos de tuberías bajantes, con pintura blanca desconchada y lleno de tendales. Coincidió en el evento que Edelmira, la vecina del sexto, asomó la cabeza para recoger su ropa seca y empezó a vociferar por el espectáculo ajeno.

—¡Guarro! ¡Degenerado! —gritó.

Mi masturbación era tan imposible como medir la posición y el momento de una partícula a la vez; mi pene desistió como un colgajo, sin resultados aparentes. Dejé de fustigarlo. Lo que sí determiné fue que el evento "Grito de Edelmira" se registró en las coordenadas (24 m en X, +3m en Y, -2m en Z) en el punto temporal *t*=19:38:41. Para mí, en su relato, Edelmira era un evento ficticio, una singularidad en el campo informativo del patio. Sin embargo, no podría afirmar que me estuviese viendo a mí, y a la vez mirando al estanquero. Yo, al escuchar sus voces, cerré despacio la ventana y corrí los visillos lentamente, aislando mi marco de referencia inercial.

Por las voces del estanquero, supuse que era él el aludido cuando, sacando la cabeza por la ventana, soltó un improperio:

—¡Ven para aquí, frígida, que te la meto a ti también, para que sepas lo que es una buena polla. Que estás más reseca que el perejil!

Y entonces, en el silencio opresivo de mi habitación, comprendí el verdadero horror de mi condición. No era el voyeur, ni la masturbación fallida, ni siquiera la obsesión por las coordenadas. Era la irremediable soledad de un observador inercial. Mi mundo, mi realidad, era solo mi marco de referencia. Belarmino, Pauline, Edelmira... todos eran eventos en sus propios continuos, sus líneas de universo cruzándose brevemente con la mía en este pozo de luz, pero fundamentalmente incognoscibles. Yo estaba condenado a ser el único testigo de mi propio "espaciotiempo" compulsivo, un fantasma atrapado en la cárcel de su sistema coordenado, midiendo infinitamente la distancia que me separa de todo lo demás. La pastilla no apaga la conciencia, solo difumina los bordes del cono de luz, mezclando el futuro con el pasado en una niebla de existencia sin sueños. Y en medio de esa niebla, lo único real es la certeza de que mi enfermedad no es percibir el "espaciotiempo posicional", sino habitar para siempre la soledad absoluta de un punto en el vacío. Un punto que se observa a sí mismo, hasta la locura.


Comentarios

Entradas populares de este blog

COLCHÓN.

NO LO OLVIDARÉ NUNCA.

LOS COJONES DE CORBATA.