FISURA.

Aunque estaba premeditado. No quiero hablarte del abismo. No aún. No todavía. Porque antes de la caída, antes de que el aire se vuelva plomo en la garganta y de que la certeza se disuelva en un súbito despojo, existe un intervalo. Un espacio mínimo entre lo que fue y lo que está por consumarse. Es ahí donde el pensamiento, como un dios menor y obstinado, intenta ordenar el caos con una última maniobra, aunque el caos, en su naturaleza misma, se burle de todo designio. Es en esa grieta donde quiero detenerme. Porque la existencia parece sostenida por dos efemérides inapelables: el hoy, donde aún me reconozco, y el mañana, donde quizás ya no despiertes con tu nombre adherido a los labios. Pero en medio, entre la certeza de este instante y la incertidumbre del amanecer, ¿qué ocurre? ¿Qué sucede en ese umbral de horas que parecen inertes pero que, con la paciencia implacable de la incertidumbre, nos empujan hacia el desenlace? A veces imagino la desesperación como una escala, una cue...