NIETZSCHE y EL CABALLO.

Turín, invierno de 1889. Una niebla espesa y húmeda, con olor a carbón y vapor, cubría la ciudad como una extraña penumbra. La Piazza Carlo Alberto vibraba con el rumor metálico de los tranvías, un pulso industrial que marcaba el tiempo de lo que parecía una nueva era. Telmo León Aristide Seitwan, había viajado desde Brañavara, una parroquia de la lejana Asturias. Su tierra natal era un tapiz verde de llanuras sembradas de maíz, cercadas por las laderas del monte de la Garganta, donde aún brillaban los neveros recientes. Durante cuatro años, una obsesión lo había consumido: cosechar el maíz de forma mecánica, domar el vapor para liberar a su gente. Llevaba días inmerso en los talleres de la firma "La Società Il Vapore e il Ferro", empeñado en el diseño de una cosechadora capaz de segar aquellas llanuras, que para él eran mares dorados. Su propósito era radical: integrar el nuevo mundo industrial para abolir la vieja esclavitud, prescindir de los cuerpos doblados sobre la ti...