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ASIMETRIAS

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A ciencia cierta no sé si esta noche he dormido bien. Al levantarme he descubierto una descorrección en la geometría de los tabiques, lo que debiera estar perpendicular respecto a un plano, está ligeramente inclinado; y al levantarme he tenido esa sensación de irme hacía un lado, sin estar bebido, ni haber tomado otro tipo de estimulantes: Quiero decir que he tenido que subir hacía el baño, he tenido que bajar hacía el salón, y he tenido que subir otra vez hacia la cocina. Ahora mismo presiento que incluso se está estrechando el pasillo, que se están alargando las lámparas, por lo que algunas empiezan a rozar el suelo. No puedo determinar que causa externa ocasiona esta distorsión de la realidad, estoy absolutamente seguro que no parte de mí ninguna sensación que pueda hacerme ver mi entorno de esta manera. Así que me he puesto a considerar sentado en lo que parece ser el techo, ya que la mesa de la cocina está sobre el suelo por encima de mi cabeza; veo al revés los visillos de la ven

"TURKO"

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He dicho más de una vez que no es recomendable ojear fotos antiguas, por si los recuerdos no son recomendables, y remueven viejas situaciones de conciencia un tanto desagradables. Ayer, asumiendo riesgos, encontré la foto del Turko, y me quedé largo rato recordando su pequeña historia: Habíamos salido sobre las doce de la mañana de Melilla hacía Málaga con buena mar, pero a unas treinta millas se pusieron aquellos nubarrones hacia el noroeste, negros, como si dentro fuese el mismo demonio. El temporal empezó de repente, y lo que parecía en un principio un oleaje llevadero de mar de fondo se convirtió en mar arbolada. El barco de tan sólo quince metros de eslora lo llevaba mal, mantener la proa hacia aquellas inmensas olas era dificultoso, hubo que poner todas las bombas a achicar; viendo como las máquinas no podrían aguantar mucho tiempo aquellas exigencias de esfuerzo. El patrón decidió entrar en el pequeño muelle de Alborán. Era bien entrada la tarde cuando pudimos enfilar el peq

PEAJE

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Esta mañana me dirigía a mi trabajo por la calle Paulino Nola. Es una avenida muy transitada a eso de las siete de la mañana; va directamente al centro neurálgico de la ciudad, trazando una amplia curva de dos carriles y anchas aceras en ambos sentidos. Me extrañó al observar que todas las calles adyacentes de salida estuviesen cortadas, por vayas metálicas que impedían el tráfico desde esta imensa arteria. Cuando llevaba caminando unos doscientos metros empecé a ver la gran cola de coches por el centro de la calzada, y en las aceras pude observar una hilera de personas perfectamente alineadas. Se me pasaron por la cabeza innumerables pensamientos desde alguna desgracia en algún edificio o un grave accidente de tráfico. Cuando llegué a los primeros viandantes de la cola, lo primero que hice fue preguntar lo que pasaba. El hombre que estaba delante de mí se volvió ( pude ver aquellos ojitos pequeños que a su vez me miraban, y su cara mal afeitada), contestándome con desgana: “Es un peaj

CATARSIS.

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La pasé al salón y le mandé sentarse. Se quedó ligeramente inclinada hacía adelante. Cuando miré su cara vi sus ojos exaltados, y quizás algún rictus en sus labios que indicaba cierta tristeza. No le ofrecí nada; por las horas que eran sabía que no tomaría café, era lo único que le apetecía cuando llegaba a mi casa. Estaba en silencio, esperando, quizás ansiosa por comenzar, necesitaba que yo rompiese el hielo, aunque aquellas citas eran tan normales que no hacía falta. Para mí ya era tarde. Cuando le abrí la puerta me disponía a cenar, mi comida esperaba encima de la mesa de la cocina. El vivir sólo me ha dado cierta disciplina en hacer las cosas a la hora, sin nadie ajeno que me lo impida. Pero allí estaba ella, sentada, mirándome con aquella cara pálida, quizás llena de ansiedad. Reflexioné que sería mejor acabar con aquello lo antes posible; así es que salí a la escalera y subí al trastero; a los tres minutos estaba otra vez de vuelta con Catarsin debajo del brazo. Arrimé una si

ENVIRONMENT

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Mi entorno no es dichoso en el amplio sentido de la palabra, pero puedo considerarlo hasta cierto punto confortable. Tengo mi butacón para sentarme; y me da la claridad casi todo el día, por una ventana del patio de luces. Quizás noto en falta un poco más de espacio vital, aunque mis estiramientos son estáticos y apenas desarrollo ejercicios que requieran desplazamientos de mi cuerpo; a saber: trabajo los grandes pectorales, los grandes dorsales, hago derechos e izquierdos posicionados para la columna, ayudado de los brazos estirados; para las oblicuas utilizo el palo de la fregona; formo los deltoides; saco músculo a los hombros utilizando kilos de azúcar envueltos en cinta aislante (dos o tres paquetes de un kilo en cada mano); el transverso espinoso forzado me lo hago como si rezara a Mahoma; bíceps, tríceps y braquial anterior lo trabajo con tres kilos de garbanzos atados a cinta adhesiva, y con unas manillas de fieltro duro para facilitar todos los movimientos; mi abdomen lo tr

IRINEO

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Irineo se bajó los pantalones y los calzoncillos, abriendo ampliamente sus piernas, apoyándose con las manos sobre una mesa camilla. A sus años aquella postura tan particular le parecía de una indecencia sublime, que no casaba, en absoluto, con su histórica rudeza. Si estaba allí era por la insistencia machacona de Clotilde, su mujer. El doctor Bernabé le hablaba pausadamente; ya había sospechado su nerviosismo. Había contado con ciertas reticencias proporcionales a la edad, en personas de otras épocas, no dadas a este tipo de consultas. Bernabé le dijo: “Relájese, Irineo”. Irineo en aquella postura todo lo veía tendencioso; lo de relajarse sobre todo. Como suponer, analizar, vislumbrar que raras elucubraciones pasaban por su mente. Que se figuraba de aquello, tan cotidiano y normal dentro de la ciencia de la auscultación médica. “Relájese, Irineo, relájese”, le repitió el doctor Bernabé. Irineo, de vez en cuando volteaba la cabeza como una res extrañada, oteando las evoluciones de la

CACOFONÍA

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Le dejé el manuscrito un jueves de septiembre. Lo recuerdo bien por la ilusión que me hizo. En estos casos es normal que la imaginación se desborde por el hecho de que, por fin, puedes publicar algo que has escrito y que otros puedan leer -Es el ego que tienen poetas, ensayistas, escritores [etcétera]; en general, muy egocéntricos e infantiles-. El Sr. Silverio estaba allí sentado, tirado hacía atrás, en su sillón de cuero, mirándome. Supongo que habría detectado en mi forma de hablar el nerviosismo que me embargaba. Venga acá ese manuscrito –me dijo-. Quede claro que lo hago por la recomendación que trae usted, no suelo hacer esto con nadie –prosiguió-. Yo quizás asentí con la cabeza; qué decir en estos casos. Cuando salí de allí observé mi manuscrito, impoluto, exquisitamente encuadernado con tapas de cartón de color rojo oscuro, y el título en una etiqueta blanca que ponía aquello de: “La sima de las almas caídas”. El título era sugerente y profundo. Pues bien; allí quedó Silverio

SUPERSTICIONES

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Muchas veces tienes presentimientos que se cumplen, y otros quedan vagamente olvidados, pudiendo retornar en cualquier momento. No sé si intuir y presentir es lo mismo. Quizás intuir es esperar que algo ocurra porque existen rasgos físicos observables, que nos hacen sospechar que algo puede suceder. Presentir puede tener más apreciaciones de dimensiones diferentes, en donde la superstición tiene una carga muy importante. La superstición a su vez se encadena a ceremonias subjetivas; actos obsesivos que ocurren porque ha nacido algo supersticioso en nosotros; algo alegórico, como el pez que se muerde la cola: hago la ceremonia obsesiva para que un hecho supersticioso no pueda ocurrir; y al contrario, me ha ocurrido un suceso extraño, inusual, desagradable, porque la ceremonia obsesiva no ha sido realizada. Esto que explico, un tanto “farragosamente” , lo hago porque yo ando de estas guisas. Abran una llave grande a la palabra neurosis, y allí encontrarán numerosos síntomas que me van