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ESCALERA.

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Mi calle, no tiene pretensiones de barrio a lo Saint Paúl, ni encantos medievales, pero hay hombres que besan a la noche y esperan en las aceras con pantalones ajustados. Un día estuve acorralado en el portal por niños que bebían alcohol, y luego te miraban con los ojos turbios como toros en su envestida. Nada más que eso. Sin enfadarme. Al entrar las piernas de una chica derramaban sobre la penumbra su claridad de piel blanca como si las bañara la luna. Y había besos tan largos y perezosos que sonaban sorbiendo corazones e intestinos; manos muy largas que se agarraban a los cuellos, asustadas, como si fueran a caer sobre un precipicio repleto de algas malolientes en las cloacas marinas. Yo a esas horas de la noche venía del rompeolas, de pensar presagios, y extrañas reflexiones de la vejez que sólo el infinito te contesta. Nada había en mi vuelta a raras horas de la noche, no era un buscón ni esperaba sobre los bancos, con mi camisa blanca y el pecho entreabierto hasta el corazón, me

LOS OJOS DE UNA MUCHACHA.

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Hoy es un poema de Enero, no hay para más. He persistido para ver las nubes que he remendado después de una noche compulsiva. Y ha sido despiadado el cielo, sólo hay rastros de aviones, estelas blancas. Lo otro es una casualidad azul, por donde voy. Y luego hay una orquesta en el paraninfo del parque, que es un paraguas. Y de allí el sonido se confunde con un guirigay de gorriones, puestos para la escena de la despedida. Sobre una acera un coche fúnebre espera, paciente, recubierto de coronas. Dejadme reposar un poco, que esos valses que suenan, acunen una muerte beatífica. (Antes de que la ceremonia fuera un rito notarial, ya había una parcela para mí en el infierno). Decirle al coche que espere, a que aún venga del mar. Quiero ver por última vez los ojos de una muchacha.

HERMOSAS FIGURAS HELADAS.

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Me llamo Joel y acabo de ponerme unos calzoncillos de felpa blancos. Y ahí abajo, la cabra acaba de subirse a una plataforma llena de nieve helada. Sube el sonido gangoso de un acordeón perforado. Enero es diferente porque empieza con soledad, y es muy alto, yo siempre lo vi como el pico enorme por donde reptan innumerables mendigos, vuelta tras vuelta por senderos angostos e inacabables. Llevo culo de torero y me sale ese vaho por la boca, y algunas veces me encojo por un estremecimiento de fiebre. Otros Eneros no eran igual. Esperaba a la noche y me colgaba una linterna sobre el pecho como si fuera un medallón, y con un palo de avellano iba en mi Lambreta viajando por medio de la vía Láctea. Y si era de día, con una caja de cerillas hacía un camión Pegaso para recorrer sobre los bordillos de las aceras, cargas interminables de abedules, pinos donceles, y sobras de maleza; atravesando la extensa ruta de la seda. Y eso me viene ahora porque era distinto Enero y luego Febrero y el ver

ME DA REPELÚS MIRAR EL CIELO PORQUE ME DA ESPERANZAS.

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Mientras Heli hacía una tortilla de patata yo escuchaba un cede de Paúl Mauriat que me había venido, hace años, en un frasco de aftershave de Barón Dandy ; era una canción que se llamaba Cri D’amour , que cantaban a coro, pero que yo no entendía. A mi la tortilla si lleva cebolla me jode un montón, pero no hay otra cosa. Bueno, tenemos una botella de vino tinto del Priorato que nos regalaron; y el cielo está levemente azul, casi sin nubes. Ahora mismo Heli le está dando vuelta a la tortilla y me huele a esa cosa que tiene el aceite usado varias veces. Estoy sentado en la cocina y no paro de rascarme los huevos, es natural en mí aunque no me piquen. Heli trajina por allí, la veo viva. Está gordita por la bollería que come; pero tiene esa cosa del movimiento enérgico, nunca termina algo que empieza de lo nerviosa que es. Cuando se la clavo me manco. A las tres horas aún me duele el capullo por la zona de la bola. Ayer vino Engracia la de Fabero y nos trajo patatas de segunda m

QUÉ OSCURA SE PONE LA TARDE.

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Miro el almanaque y el día cuatro pone Santos Rigoberto y Aquilino, y le voy a poner así, los dos juntos, para que se joda. Flora está en la doscientos ocho y hace un calor que se nublan las ventanas. Hay otras dos con ella, una es negra que está con su negro, y otra colombiana que está con su colombiano. Y yo, con mi Flora. La negra tiene unas tetas inmensas, mi Flora las tiene aplanadas como dos margaritas y poco más. La negra también tiene una boca mullida con unos labios grandes. La flora va por el cuarto, y ya le he dicho que lo de tirarse en marcha no funciona. Todo el puto día ñaca ñaca ñaca, jodiendo; así, de esa forma, no se puede. Me gusta la negra. Me encanta su boca. Besarla debe ser como sentir dos almohadillas de piel fina. Mira que tiene suerte el negro, con esas tetas. En la cuna está el negrito con su negritud, y el colombianito muy moreno, y mi Rigoberto con los ojitos cerrados y la piel roja. Y han venido ahora, poco antes de reyes, para que la cosa cuadre bien. Se f

QUÉ DESPERDICIO, SI SE ENTERA LA MARCELA.

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Allí estaba con los cuatro moscones lucilia, grandísimos, con aquel costado verde oscuro brillante, metidos en una caja de plástico de ferreros roché, sobre el anaquel del jabón lagarto. La Marcela piensa que les meteré aguijón de cebada tempranera por el culo atravesando su parte abdominal para volarlas, pero otras intenciones tengo, ahora aquí, en la bañera, ya me la sujeta bien tiesa el dios Priapo, que casi no la abarco por donde el tronco con mi mano cogida por el pulgar y el medio; que bien sabe ella, que lleno rajas de receba, chotos de gibosa, y reviento almejas lampiñadas, y mejillones impúberes, cuando me da la gana, cuando quiero, que no la tengo grandiosa a lo largo, lo mío es a lo ancho, da miedo; y en baqueta de vacío hasta sorberle las bolas de los ojos si hace falta a la que se me espatarre al culeo. Sí. Aquí entre esta agua calentita, y el pestillo de corredera pasado, tirado a lo largo sobre la bañera repleta de agua vaporosa, me la arreglo despacio bajándole y sub

NO SÉ CÓMO DESCRIBIR AQUEL SILENCIO.

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Yo estaba allí de aquella forma haciéndole la sillita. Es fácil decirlo, pero después de tantos años seguir haciéndose la sillita tiene mucho mérito. Y en esta situación me puse a considerar, con la metódica certidumbre de un Arqueólogo, de todas las edades transitadas ateniéndome a la evolución del volumen de su culo. Todas las habitaciones tienen una claridad que entra por la ventana, y esa claridad, en todos los casos, se vuelve difuminada penumbra. Yo veía su perfil dibujado porque mi cabeza estaba detrás de su pelo. Sentía su cuerpo y aquella extraña sensación de calor que me hacían acurrucarme, como protegiéndome detrás de su espalda. Yo la había amado mucho. Tanto que no te puedes ni imaginar. Y ahora, mientras sentía en mi pecho, el leve movimiento de su respiración pensaba por qué la estaba abrazando. En estas situaciones tienes que invitarte a ti mismo. En tú memoria encuentras trozos rotos de un ánfora y empiezas el rompecabezas. Y en esta situación en que ella te es

AQUÍ.

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Hubo una poetisa que empezó a caminar hacía el mar y se ahogó. Jesús caminó como levitando sobre las aguas, y dicen que sigue vivo. Son cosas que pasan. La vida es así. Me dicen, si no te vas a levantar déjanos sacarte la sábana de abajo. Me da que les huele. Y me empujan media vuelta hacía un lado, media vuelta hacía al otro, y por un instante de costado. Vienen dos que pasan todas las mañanas con su uniforme azul claro. Me han empujado algo hacía la ventana y por un instante he visto cuatro cristales con ese vaho de humedad, casi difuminado en su contorno. He adivinado un día claro. Ayer me leyeron un poema y me dijeron que se había muerto así, caminando por la arena hacía el mar. Hubo un instante que por algún motivo extraño se puso a caminar. Debía de ser el norte donde estaba el agua. Como una sonámbula; y era en un atardecer. Un poema hermoso. La historia me puso el corazón un poco triste, así que pasé la noche pensando, mirando boca arriba y en esta postura en que ahora me