UNA NOCHE DE FEBRERO.
¡Help me!, estoy atragantado y es tú lengua, dame una patada en los huevos. Estábamos así tanto tiempo que ni respirábamos, era como si fuera el inicio del proyecto del mundo, hacía más de cuatro mil millones de años, y nos amábamos. Éramos muchachos tirados en la playa, enganchados, al crepúsculo, incluso, blasfemábamos como si Dios no tuviera nada que ver, en los naufragios que arrastraba el mar debajo de los desnudos pies. Luego vino toda la historia y nuestras vidas juntas. Arrobadas semanas, meses, años, que pesaban cien toneladas. -es lo que pesa toda una vida-. Un día aprendí a estirar la mano a las cuatro de la mañana. La hora en que la tierra da un leve temblor, para llevarse el sufrimiento de los hospitales. Y dejar las almas flotando, sin poder escaparse, tras las dobles ventanas que dan al precipicio. Levemente le tocaba la cara, la sentía respirar, y eso, que ya casi éramos viejos unos millones de años. Un día, habían pasado sólo segundos -imagínate la infinidad, un segund