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UNA NOCHE DE FEBRERO.

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¡Help me!, estoy atragantado y es tú lengua, dame una patada en los huevos. Estábamos así tanto tiempo que ni respirábamos, era como si fuera el inicio del proyecto del mundo, hacía más de cuatro mil millones de años, y nos amábamos. Éramos muchachos tirados en la playa, enganchados, al crepúsculo, incluso, blasfemábamos como si Dios no tuviera nada que ver, en los naufragios que arrastraba el mar debajo de los desnudos pies. Luego vino toda la historia y nuestras vidas juntas. Arrobadas semanas, meses, años, que pesaban cien toneladas. -es lo que pesa toda una vida-. Un día aprendí a estirar la mano a las cuatro de la mañana. La hora en que la tierra da un leve temblor, para llevarse el sufrimiento de los hospitales. Y dejar las almas flotando, sin poder escaparse, tras las dobles ventanas que dan al precipicio. Levemente le tocaba la cara, la sentía respirar, y eso, que ya casi éramos viejos unos millones de años. Un día, habían pasado sólo segundos -imagínate la infinidad, un segund

POR UNOS INSTANTES EN MIS SUEÑOS.

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Jueves Día 3 de febrero del año 2011. Me habían dicho que no estabas. (Preguntabas preguntabas preguntabas). -Sino está, Señor. -¡Ya le he dicho! - No está. Me expidieron en el vuelo IBE0478 hacía Madrid. En el paquete ponía: Por favor, tráteme con cuidado, mi cliente me está esperando y soy muy frágil. Por favor, le ruego que no me pise. Luego por la terminal del aeropuerto iba con el pinganillo del móvil. Llevaba la mano en la boca para que nadie me leyese los labios, iba ensayando poemas de amor para tí; y es que son de mi patente. Como estabas (no estabas en Madrid, estás en Madrid, aquí en este hotel, gilipollas, y te jodes). En Madrid empecé a respirar el mismo aire que ella respiraba. Ahora mismo son las once de la noche y siento tu aliento y tú hálito tan cerca. Y ahora mismo, también, no sé si hablo en presente, en pasado, o para el futuro. Te había buscado todas las mañanas de Febrero cuando la plenitud del cielo se presentaba tan extrañamente azul y frío. Y al andar así por

AGITADO CORAZÓN EN MIS OÍDOS.

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Cuando murió mi gato se me pasó por la cabeza tirarlo al contenedor de inertes, pero fui hasta allí con mi gato metido en una bolsa de plástico negra, y al abrir el contenedor lo vi repleto de conchas de mejillones y restos de bacalao al pil pil, y me dije, no, mi gato no puede ser tirado ahí y triturado con todo eso, recuerdo, era por la noche y tuve que mirar al cielo buscando al Dios de los gatos, y no estaba, y me dije: no importa, por el Dios de los hombres yo a mi gato no lo tiro ahí para que lo machaque el camión de la basura entre restos de bacalao al pil pil y conchas de mejillones malolientes. Cogí a mi gato, ya sabes como van los gatos muertos dentro de una bolsa, encogidos, las piernas de delante juntas a las piernas de atrás, como si fueran corriendo por la selva, y resulta que mi gato no corría, estaba muerto. Yo sé, que tener lástima por mi gato, de esta forma que os cuento, es pasarme un poco. Ayer, por ejemplo, en la cola del paro me hice tres amigos. -los llamaré los

RAMAS BLANCAS DE GINERIO.

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Cuando Erika me pasaba por las pantorrillas aquellas ramas de ginerio comenzaba de nuevo la ceremonia mensual. Antes me había desplazado con la parsimonia que da la vejez por toda la avenida Puertollano hasta un tercero derecha, en el número treinta y ocho, entre un puesto de pan y un kiosco con muchas golosinas de colores. La habitación tenía dos escasas ventanas tapadas por cortinas romanas caídas hasta el suelo, y sobre ellas unos cortinones de terciopelo brocado de varios colores dejando una penumbra de arcoiris que cuando traspasaba la puerta, me daba la impresión de entrar en un hermoso templo en donde se reencarnaran la mismísima diosa Gea , o las desastrosas y perversas Moiras. Me había recibido previa cita con su pinganillo portátil, su gorra de las SS , su corsé de cuero, y unas bragas tan ceñidas que parecía que iba a explotar de un momento a otro. Era, dijéramos, muy neumática y extensamente grácil de movimientos. Y al abrirme la puerta se estaba corriendo por teléfono con

SEA MÁS CORTO.

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Estaba tan cerca de mí que me parecía imposible que hubiese ocurrido hay momentos en los que naces para eso y vives instantes en los que ciertamente el tiempo tiene la singularidad de la inexistencia era el momento tan esperado desde hacia tanto tiempo que nada de lo que me rodeaba me importaba ficticiamente le miraba a los ojos y se fue acercando y yo también me fui acercando y cuando te acercas así es como si fuerais a encontraos al mismo meridiano de Greenwich por cualquiera de sus alturas tuve aquella sensación que daba su boca y sus labios y todo me volaba o daba vueltas podrían haber girado y girado palomas como en esas películas en donde pasan rasantes en forma de estampida cuando te encuentras en un parque y estás en el medio del Retiro allí donde el Ángel Caído esperando con la boca así a que alguien te de un beso los locos tenemos esa forma de concebir los hechos los estados los instantes si eres un esquizofrénico puedes pensar en desorbitar los momentos modificarlos a tú a

GOTAS DE AGUA BENDITA.

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En aquella época andaba tan salido que hacía muchos poemas. Mis poluciones nocturnas eran tan abundantes que mi madre tuvo que tirar el colchón. Lo sacamos por la noche a la calle Constantino, porque tenía vergüenza de que nos viesen los vecinos. Lo dejamos arrimado a la caseta del transformador. Tenía dibujado de color amarillento: África, Oceanía, Europa meridional, la cordillera de los Andes, el cuerno de África, Arabia (incipiente). El colchón estuvo hasta el día de San Amado, el 20 de Febrero, lo habíamos puesto un 28 de Enero el día de santo Tomás de Aquino. Nadie sospechó nada. Lo acabaron recogiendo unos gitanos de Villacajón. En mí habitación había mucho frío y humedad; también tenía un orinal porque no teníamos baño. Por las mañanas lo tirábamos sobre un montón de estiércol que daba a un pequeño gallinero destartalado en nuestra casa del Fumeru. También había una tienda de ultramarinos que vendían arena para limpiar el planchón de la c

COSAS TAN TRISTES.

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No había nada que la que la defendiese, sólo sus dientes que estaban cerrados, y un temblor que denotaba miedo. La estancia tenía paredes tan débiles que se escuchaba el viento de inmediato y otros susurros; todos escondidos en cualquier parte, rodeados de miseria y de trastos miserables. Cuando la noche llega la miseria es más efectiva y desolada. Había salido de la madriguera de su mujer como un animal que tiene luz en los ojos y la boca seca. La niña de apenas doce años en su camastro miraba una esquina en la que se dibujaba un clareón de luz. Lo sintió acercarse y pensó que era una sombra en forma de serpiente. Sitió que otras manos sujetaban sus manos y apretó los dientes para que su padre no la besase en la boca. No había gritado ninguna noche. La miseria tiene estas cosas tan tristes.

Y NO QUISO VOLVER NUNCA.

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Hubo una vez que me emborraché porque tenía ganas, -no era para olvidar-. Whisky de garrafón al más puro estilo, y no era para olvidar. Tenía fuego en la cara y me fui al mar por el camino más corto, se me ocurrió caminar sin rumbo, y llegue a la misma hora en que el mar se encogía lentamente. Ya estaba allí, y sin remedio tuve que mirar toda la parafernalia de colores. Era el mar: yo a las olas las veía como labios con carmín blanco, trasparente a veces, las olas tan penetrantes e insistentes sobre mis pies descalzos. Y era el frío. En la arena blanda una mano que se hundía debajo de mi huella, no caminaba recto, mis pies eran manos posadas, y, a barlovento una tormenta, cien soles en uno, los labios de Dios empujando los colores para despejar todos los fríos de febrero. No era para olvidar, ya estaba enamorado, me quería a mi mismo repleto de palabras. Palabras por aquí, por allí, a borbotones, miles de palabras describiendo imágenes, sensaciones que no era capaz de encajar ni relata