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DIGO.

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Iba de babuino con el pelo agrisado peinado hacía atrás y una buena capa de gomina fijadora de espuma, bien definidos los rizos por mi parte frontal. En aquellos momentos se me pasó por la cabeza aplicarme el número de Dunbar, dentro de la tipología social, relacionándome con todos los congéneres que bajaban y subían por el Paseo de los Olvidados. Y elucubraba. Era esa capacidad que tenemos los monicacos sociales para interpretar el entorno a través de los símbolos. El exceso de información creo que está degradando nuestra capacidad de relación. Somos simples saltos condicionales de unos a otros. Me puse a pensar: Dibuja en un folio ciento cuarenta y nueve círculos de color azul y uno de color rojo, y únelos en todas sus posibilidades con una línea: desde ti a ellos, entre ellos, y desde ellos a ti. Verás que las capacidades de tus relaciones inmediatas son exponenciales. Y otro hace lo mismo en otro folio, y cada folio se une a su vez con una línea, y así pudiera ser hasta el mis

SOSPECHAR QUE YA ESTÁS MUERTO.

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Esto fue al final del todo. Yo estaba en el suelo porque circunstancialmente me había caído de la cama. Quiero decir que estaba equidistante de todo menos de la cama. Si estiraba mi mano aún podía asirme al colchón por el borde superior, digo asirme, no en el sentido de apoyarme para elevarme, sino en el sentido de asirme para poder intentar elevar mi cabeza. También gritaba orientando mi boca indistintamente hacía los lados, con el fin de que los posibles gritos que saliesen de mi garganta pudieran ser escuchados hacia el norte, hacia el este y hacía el oeste; el sur no era dominado aún debido al escaso margen que dejaba mi cuello para poder girar en esta dirección. En mi suave caída hasta la alfombra había arrastrado las sábanas y el cobertor quedando las mismas sobre mi, lo que impedía que la brisa que entraba por la ventana entreabierta enfriase mi piel desnuda, sintiendo sólo la frialdad por la parte de mi cuerpo apoyada en las baldosas. De encima de la cama sentía unos rugidos c

AMÉN.

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No hay nada malo en contagiarse la pena, en contagiarse enfermedades de la piel, y el odio, o el amor si luego, sabes deshacerte de ello con facilidad. No hay nada malo en recorrer el camino que baja sobre ti, y abrirte y buscarte y luego levantar los ojos para ver sobre tu cara cómo te sienta, incluso, si no te sienta bien cuando te beso del revés preguntarte cuál es el camino para que cierres los ojos con ternura, diciéndome que me quieres, levemente con tus labios. Y volver. A ciencia cierta volver como siempre y entrar de espaldas dentro del portal, muy cansado contagiado un  poco más. Si hay algo malo es que no te perdonen por las ofensas amén, por los crímenes que cometes con el pensamiento, por los actos impuros que dejaste de cometer, incluso, desear vírgenes impúberes, transoceánicas, cuerpos blancos, cuerpos rosas, niñas con ojos de color añil. El crimen más grandioso, desear que fusilen a alguien, y tenerlo veinte años esperando a que llame a su puerta el confesor, y el coc

AL ABRIGO DE LA LUNA.

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Me había dado por creer en esas emisoras de radio que sólo emiten un sonido inicial de caja de música y luego números machaconamente repetidos. Creía también en lo que llamaban la impregnación del amor o el odio que queda en los lugares habitados de seres que se habían ido. En las figuras de niebla entre la penumbra de las estancias cerradas. En la levitación de objetos. En los males de las miradas. En no tocar ciertas manos, ciertos hombros. Llevaba años con esa sensación de que nunca estaba sólo, cuando en realidad sólo estaba mi cuerpo y el silencio, que no es del todo silencio. -¿Tener que creer en lo que no existe es una consecuencia del desencanto? Había muchas veces pequeñas estampillas como sellos de grandes de la Virgen de Regla perdidas entre las sábanas. Intentaba disimular en sus actos su obsesión por la santería. Más de una vez la había cogido en sus murmuraciones ceremoniales, a lo boca cerrada, mientras trajinaba por la casa. Sus caderas eran como las laderas sofoca

PARA RECONOCERME.

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Había supuesto que si Plotomeo tuviera razón el sol no alumbraría diferente. Ni los días serían distintos ni con distinta luz. Ni las noches diferentes miradas desde un precipicio. En el fondo, a mi me horroriza que si desaparezco nadie pregunte por mi, cualquier día, a cualquier hora, mientras la tierra está en un stop. Había supuesto que con lo que cuestan cuatro tornillos Allen del Curiosity que se va a Marte, podría vivir toda mi vida con cierta opulencia, sin rasgarme las vestiduras en los supermercados. Había supuesto que si los representantes del pueblo escogidos democráticamente no me hubieran fichado, para estrujarme siempre, podría vivir sin sobresaltos angustiosos. Que haya poetas cursi no me importa, que el 90% de la población haga algún día un poema tampoco, que describan que el aire es una caricia, cuando es fétido, tampoco y cosas del corazón y del alma tampoco. Yo sólo deseo que si aparezco muerto haya alguien para reconocerme.

SEGUNDOS POR SALTAR.

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-Cómo hacer que hoy un recuerdo sea una ilusión. -En ese instante en que  cada uno de nosotros aprendemos a caminar dicen que una garza blanca agita sus alas entre los juncos  del río Zambeze para aprender a volar. Yo no tenía una edad conveniente, si hubiera andado a gatas me hubiera desplazado lo mismo. Conveniente en el sentido de lo oportuno, en ese instante en que por una vez, levanté mis manos, y luego pude desencorvar  mi débil cuello para mirar al cielo. Una primera vez me desplazaba, y había un hueco de espacio entre mis piernas, un primer espacio para sonreír por un fenómeno  imposible, de ver lo de atrás, otro lugar al que volver a visitar, tan inmediato, y no olvidarlo, tenerlo es los recuerdos. De otra forma no podría ser, que todo se hubiera movido, un poco de aire tan sólo, tan ínfimo soplo aplastándolo todo, todo el aire por mi leve movimiento. (He de decir lo que alguien dijo, lo de la mariposa del invierno con sus alas muy anchas, agitándose). Y los colores no eran t

DESPERTADO.

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La épica no existe. Ayer dejé la mesa sin recoger. Eso fue ayer, no sé desde qué hora. Alguien predijo este momento, volver a entrar, y ver la mesa en ese estado. No hay nada más hermoso que levantarse medio muerto, medio dormido. Nada más hermoso que dudar quién te contiene. Instantes de incertidumbre, casi flotando, sin reconocer la vida. Mucho más allá distingo la ventana, y es una osadía  quebrar el instante. Nunca más será el regreso a esta noche en la que no recuerdo haber  soñado. Si pudiera darme la vuelta, imaginariamente, recorrer lo recorrido, volver al claustro, como si ninguna vez me hubiera despertado.

Y FRÍO.

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Me puedes decir que todo es todo, que lo inmenso se establece cuando quieres describir la libertad. Que  son influencias de este mundo el que te puedas quedar callado, cálido aún, en medio de la penumbra. Y que por si acaso, para que sea llevadero, te hablan del dolor como algo pasajero, e inmediato, que debes estar preparado para regresar al silencio. Ya desde siempre. Abiertas todas las puertas. Estando ya desestimado, inexistente, y frío.