ÁRBOL.
Ya no hay nada. Las piedras están acostadas. El tiempo se derramó donde se pierde la vista, y parece dormido. Los muertos tienen los órbitas vacías hacía la oscuridad. El agua en coletilla siempre va o viene hacía donde lo desean las fuerzas invisibles. Es un recuerdo y como tal casi no tiene colores. Lo árboles si los miras desde el suelo parece que están clavados sobre las nubes. Yo cuando llegaba allí lo abrazaba. O cuando llegaba allí ponía un ojo abierto y el otro cerrado sobre su rugosa corteza, y miraba al cielo. Sus hojas aleteaban un verde intenso. Yo había sido un nudo de culebras cambiando la piel donde empezaban sus raíces en aquel ojo inmenso que se hacía oscuro, y había sido el cuco dando aladas, el búho, y los gorriones. Aquel día cuando puse mi pecho y mi cara como mirando, como escuchando, y luego me quité desconsolado, me quedó una marca roja sobre el jersey, y en unos instantes, eso, como en unos segundos de nada, entendí que tenía que apretar mucho más (sin apreta