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ES UN PRESENTIMIENTO.

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La situación empeora con los teoremas. Los teoremas no explican el límite de la nitidez de la luz y la sombra. Esa sencilla singularidad de lo indefinido, lo inexplorable. Te llevo aquí, no puedo decirte en qué parte. Tu espalda descubierta debajo del contorno de mi mano, puedo asegurarlo. Hablar de piel es una osadía, no existe, sólo la sientes. Apretarse para que no quede el silencio, no existe, lo escuchas. Quitarnos el frío es lo bello. No decir nada, es lo absoluto, sólo el corazón con su ritmo de vida, y respirar y vivir. Lo imperfecto es lo inexplicable de por qué hay ojos que una vez se miran. Lo imperfecto de un primer abrazo, y la duda, y luego otro abrazo, y otra duda. Cuando abrazas con ánimo de amar todo se para. Estas en un borde, en un lado lo que obedeces, en el otro la singularidad de lo desconocido. Hoy la lluvia se equivoca. No hay ninguna sospecha. Estás aquí, no puedo decirte dónde. Es un presentimiento.

HUMILDE OLVIDO.

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De todo lo que puedas sujetar con las manos, con desesperación, en el hábito de llevarte, sólo una cosa se te olvidaría, coger tres panes para bendecir lo que has robado. De todo lo que ha estado a tu alcance y has observado con ojo de agrimensor, forzando tus brazos para recogerlo, sólo una cosa se te olvida, quién lo ha sembrado, después de oradar la tierra, quién ha muerto unas horas sobre la cosecha. Si hay que devorar una rata, tú tienes planes inmediatos. En el límite más extremo de las hambrunas, formarías un previo concepto, de cada una de sus partes, para llevarte la más preciada. Luego está el humilde olvido .

EL BAR LA PARADA.

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Aquel enanito -más pequeño  que los enanos-, a Pacita le gustaba. En el bar la Parada era la mofa, por lo tan enano, más pequeño que un enano, aún. Se abría la puerta despacio y aparecía Mencio, con sus piernecitas encorvadas, y sin mirada. Para ver su mirada debías agacharte, e incluso, así, no conseguías saber de qué color tenía los ojos hundidos sobre unos pómulos prominentes mezclados con una boca de labios muy  amplios. Al Ogro de Pacita le llamaban Ogro, mal encarado, como si oliese siempre de lado los perfumes sospechosos, con unas espaldas de acorazado, rapado estricto en su cabeza ovalada, y bíceps extraordinarios, muy tatuados de filigranas arabescas. De porte alto y amenazante. Te miraba a lo pit bull, y pedías de una sola vez un café sólo, sin confundirte. En Liliput ya sabéis, el doctor Lemuel era un Ogro, el monstruo de Tasmania. El bar la  parada un oasis en la general que atravesaba Blefescu. Cuando llegaba Mencio, Pacita salía de la barra porque ten

SOBRE EL AMOR.

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Adivinada  mi  primera tristeza he de marcharme de mi erróneo paraíso, como un huésped incorrecto. Pertenecemos a una  triste  especie que vive en fuga constante. No hay otra solución en tiempos de cólera que hacer poemas de amor, aunque las consecuencias de su erosión sea el roce de un cabello sobre la piedra. Hoy te hablo de distancias, en el sentido de lo inmediato, de cómo conseguirte. Sabes. La curva existe por un presagio de no creer que es lo más corto, pero si has de viajar sobre los cuerpos  la recta es un engaño. La recta no me permite experimentar el buscarte, está fuera de toda  estadística certeza, de en qué lugar habitas. No me importa por tanto, de qué forma  he de orientarme discurriendo con veloz lentitud, avanzando como una aparición. No sé ni cómo ni cuándo será el encuentro. Repaso cada detalle. Aprendo ceremonias. Y me sitúo arrodillado en el entorno  de tus pies para salir viajando por ti, sin especular cómo llegaré antes para alimentar mi deseo. Subir renqueante

PARA TI.

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Cómo podría conseguir que una posibilidad se convierta en realidad sabiendo que hay una sutil diferencia entre lo posible y lo probable. Sin  ninguna opción prevista para que ocurra un resultado. Todo lo lejano tiene que ver con la ausencia, el peso en el corazón, en la cabeza un teatro de guiñol, y siempre su cara. Ir diciendo: te quiero, te quiero. Y luego mirar y oler, contemplar lo abstracto, la silueta de los bordes, lo posible que ha quedado del ser que amas. Sabiendo que ningún  fenómeno real ha de cumplirse en ese instante sobre todos los objetos tocados por sus manos, sobre la piel que te  cubre que estuvo sobre su piel. O sobre el aire  sospechar brazos abiertos transformando  volutas imaginadas. Todo lo que sucede ahora bajo la luz ambigua es la posibilidad que esperas: detalladas apariencias, un hueco dentro de tus manos. Lo cierto es que en el gesto de un abrazo no hay probabilidad de suceso si uno de ellos está  ausente. Al menos no hay nada escrito sobre ello en

TE MIRA A LOS OJOS.

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Hay una parte de azar para que ocurra un suceso en toda inmovilidad. Son antiguas paradojas: Aquiles y la tortuga, el arco y la flecha, sin alcanzarse nunca, o recogiendo un impulso. Es muy cierto que antes de devorar digieres mentalmente. Y que la imperfección está decorando las esquinas donde hay algo expuesto. Pero no estoy de acuerdo que para regenerarse todo debe destruirse. He sabido que de lo inanimado procede lo animado. El insecto que debajo de tu zapato sobrevive, sale reptando en un gran desafío, y es una burla para la fortuna, o la semilla que explota para alejarse por un designio imposible. No es una casualidad que si algo se  muere, algo tiene que nacer. No es una casualidad que algo que está aquí esté en otro lado a la vez. No es una casualidad que un  hombre ya muere cuando olvida su nombre. No es una casualidad que  un ser humano nace cuando lo señalan. En el amor suceden  dos estados, cuando estás y te aprieto, cuando sobre mi queda tu mano, aunque ya

REZA ALGO, POR DIOS.

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En la calle unos niños están jugando. Cuentan desde diez hacía atrás. Pienso que cuando lleguen a cero, no sé que pasará. Me escondo. Así que todos estamos a merced de este puñado de imberbes. Tanta dialéctica para acabar pendientes de un conteo negativo. No soporto no saber, no saber, no soporto no adivinar, no soporto no saber, que bragas tienes puestas ahora, cómo te marcan, no soporto no saber cómo son tus bragas, no soporto no saber que bragas te pondrás cuando lo vayas a ver a él. Hija de la gran puta. Un día se me abrió de piernas. Todo aquello era para mí. Los niños, recuerdo, empezaron desde ocho millones abundantes hacía abajo, y yo me quité la dentadura, las dos, la de arriba y la de abajo. Le comí el coño, sólo lengua y encías mucho más suave que el culito de un bebé. Se retorcía. Me decía, hay Chusquito, me haces volar. Yo para ciertas cosas llevo el ritmo del bolero de Ravel (tararealo), así, a ese son, se lo hacía a ella con mi boca. Los niños contaban y contaban, hacía

NO EXISTE EL TIEMPO.

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...entre cada dos silencios te estoy llamando, entre dos sueños, grito tu nombre. Necesito que tengas la intención de buscarme. Piensa que por cada decisión que adoptes te quedarán cien dudas y por cada duda cien  incertidumbres. Pero debes buscarme. Si quieres encontrarme habrá una escalera donde algo muy ancho tapa los abismos. Si vienes a recogerme trae pan de trigo, algo de sal, y envuélvete desnuda sobre una tela blanca. Una vez decidido el trayecto nuestro viaje partirá a cualquier hora. No tengas miedo. Te sujetaré por el hombro no has de despedirte de nadie no tendrás dolor en el corazón no habrá manos abiertas dibujando adioses sobre el viento. Será nuestro secreto. Has de llegar sigilosa, sin apresurarte, no tengas prisa, vamos a una ciudad que se llama No Volver Nunca Más allí para los seres que se aman no existe el tiempo.

SHIVÁ.

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Estoy en el octavo escalón observando la danza de Shivá, sus cuatro manos en sincronía moviéndose, y Deví la diosa múltiple, apareciéndose, desapareciéndose entre un difuminado azul, sin esquinas, sin bordes, sin principio, sin final, sin distancias, sin tiempo, sin conocimiento inmediato de por qué estoy aquí. El inicio de todo fuiste tú mirando mi cara, mi última mirada fue tu cara, no sé si tus ojos, no sé si tu boca, no sé, a ciencia cierta, lo que vi de ti por última vez, tus pechos quizás, sólo puedo confirmar que eras tú, de aquella forma, en que te contemplada sobre mí. Sucedía intemporalmente un invierno, un verano… Fue una casualidad tú visita de esa forma en que llegabas de improviso, aún mi corazón no preparado, esta vez en primavera. Tu ropa nada más entrar, sembrada por el suelo, sin descanso. No hay ningún dolor en las sorpresas del amor, sólo ahogo apresurado por verte desnuda, como de bruces. No sé si eran los buenos días, o si eran las buenas tardes, o el parte de la

ÁRBOL.

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Ya no hay nada. Las piedras están acostadas. El tiempo se derramó donde se pierde la vista, y parece dormido. Los muertos tienen los órbitas vacías hacía la oscuridad. El agua en coletilla siempre va o viene hacía donde lo desean las fuerzas invisibles. Es un recuerdo y como tal casi no tiene colores. Lo árboles si los miras desde el suelo parece que están clavados sobre las nubes. Yo cuando llegaba allí lo abrazaba. O cuando llegaba allí ponía un ojo abierto y el otro cerrado sobre su rugosa corteza, y miraba al cielo. Sus hojas aleteaban un verde intenso. Yo había sido un nudo de culebras cambiando la piel donde empezaban sus raíces en aquel ojo inmenso que se hacía oscuro, y había sido el cuco dando aladas, el búho, y los gorriones. Aquel día cuando puse mi pecho y mi cara como mirando, como escuchando, y luego me quité desconsolado, me quedó una marca roja sobre el jersey, y en unos instantes, eso, como en unos segundos de nada, entendí que tenía que apretar mucho más (sin apreta

DEBO VOLVER.

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-Permanecer aquí donde todo es hueco. De nuevo estaba con  esa sensación de desconfianza e inseguridad. Había salido de casa a eso de las siete de la mañana. Eran habituales aquellas ceremonias de comprobación ( redundantes) de que todo lo que pudiera ser peligroso quedaba perfectamente revisado, a saber: grifos, llave del gas, televisión apagada, ventanas cerradas totalmente -dejando siempre  una ranura para que entrase algo de luz y aire fresco-. Luego estaba la otra ceremonia premeditada de los signos. Signos que iba rotando en nuevos gestos según pasaban las semanas: unas veces eran las dos cruces con mi mano izquierda sobre la puerta; otras el circulo con mi dedo índice sobre el saliente de la cerradura - una vez pasada la llave tres vueltas, contadas lentamente- ; otras, tocar con mis rodillas sobre la parte inferior de la marcación antes de coger el ascensor como si fuera un sometimiento religioso (hubo otros signos, gesticulaciones compulsivas que me iba inv

TRANSPARENTE.

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De todo lo que te puedas imaginar, lo más simple es que la manzana atrae a la tierra, y que todo lo que se mueve es por un afán de morirse. Acostumbrarme a ti, en el sentido de que me faltes, sentir la ansiedad de  esperarte, decirte que todo lo demás no existe, que mi infinito  es el solitario fondo del pasillo que me acoge. Boca arriba imaginando el leve contacto de un beso, acogiéndome a las leyes,  sintiendo que arrastro al mundo. Suponer que estas aquí y que me amas, sobre los ojos cerrados, que abrazo un cuerpo en forma  de aire, y que  me pesa el leve roce de una cara transparente