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EL INOCENTE.

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  Madre mía, sé que estás ahí, en el Cielo, donde ya no sufres los sabañones, ni llevas cántaras, atados de hierba y leña, sobre tu cabeza pequeñita, que era todo ojos castaños, así de grandes, tú ya sabes lo que decían, ese, por mí, tonto del culo, se lo dijeron, tantas veces, a mi padre, borracho incluso porque se lo decían. Lloraba , en  el mostrador del bar de  Toñín , si lo vieras, lloraba, madre mía, si lo vieras, como un niño, lloraba. Y a  mí  no vas a decirme lo que es el recuerdo, y a veces recuerdo porque sé que me hablas aún desde el otro mundo, tú, madre mía, sé que me ves como  solo  la Virgen puede hacerlo, porque ella te enseña a mirar a través de las nubes, nimbos, antes de los truenos, y me reprendes, ahora que ya no puedo hacer otra cosa que recordar, de viejo y tonto, de viejo tonto, tan viejo, madre mía de mi alma, y recuerdo, a  ti ,  solo  a ti, que me arrimabas a ti y me olía tu barriga a escanda. Cantidad de veces  él  venía con la cara de ogro, mi padre así, c

SE LLAMABA OLVIDO.

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  OLVIDO. Le había dicho cuando se acercó hasta la mesa del comedor mirándome de aquella forma tan extraña, oyes, desde hace tiempo tu cabeza anda un poco alelada. Se lo decía en broma, eran letanías mientras estrujaba mi inteligencia haciendo un puzle con la cara de un perrito Bichón frisé con lacito color rosa . -En fin. -Sí,sí. No había que ser un especialista en cosas del alma para darse cuenta de que era una paciente rumiadora en todos los actos que le sucedían, tan llena de personajes en su cabeza, como si fuera una obra de saltimbanquis que un ser extraño dirigiese con finas cuerdas invisibles. Yo por aquella cada primero de mes, como un reloj, iba a visitar a Elsa, y a otras cuatro enfrente de la calle Contracay. La Elsa la chupaba de maravilla, le daba aquel toque de sumisión que a mi colgajo le excitaba, arrodillándose delante de mi bragueta, mientras me miraba virginalmente, era de mucho tragar y de sostener la corrida, y a mi me cundía el sildenafil, muy productivo para no

LUZ.

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  De  mí  exigen los colores que les  dé  vueltas, que los vea como si de verdad existieran.  Sé  que de esa luz surgen todos los colores y que ellos  están  en  mí , sin  mí  no existirían. Cuando vengo aquí no vengo a buscar la esperanza, busco que la luz refleje su  único  color, y que yo imagine todos los colores para poder tener esperanza. Vengo aquí para recordar el inmenso esplendor de la lejanía, y el grandioso milagro de la luz. Vengo aquí a mirar, para seguir vivo. Debes saber que nada existe sin ti, tú eres partícipe de todo. Comprende, que has surgido de la oscuridad, y allí debes volver. Vengo aquí para no olvidarme de mi mismo.

PENSIÓN

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   A veces parecía que me quedaba allí, en aquel espejo. Llevaba tiempo con esa sensación de que algo iba a suceder. No es por nada, pero esa sensación la tuve aquí casi toda mi vida, encima del estómago. De todas formas había días que me olvidaba, pero al día siguiente volvía esa sensación. Se lo dije el día anterior, ya sabes como se dice eso, estás cagado de miedo pero se lo dices, si vuelves a venir te descerrajo, así, con todas las palabras, y lo dices mirando de frente para imponerte, mirando de frente y manteniendo la vista sobre sus ojos, no hubo mucho más porque creo que tuvo miedo y se marchó. Aparte del espejo con marco de rosetones, la dueña había puesto una litografía amarillenta de los bebedores de absenta, que ni siquiera sabría lo que era, ni cuántos años llevaría allí colgado. Yo había puesto a una china y una negra con las tetas al aire colgadas de la pared, a la negra se le veía un poco del coño por entre unas puntillitas, una decoración sencilla que a la dueña de la

VARIACIÓN DEL ABDUCIDO.

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De como llegué a la vaguada de Outariz no puedo decir nada. Aparecí en la ballicada de Estanislao oliendo mucho a "solysombra", ese regusto apelmazado que tiene el anís no lo olvidas, aunque vomites siempre te queda ese rastro dulzón. Lo raro es que el ballico estaba erguido, lleno de perlas de rocío, intacto, como si me hubieran posado allí en un prodigio de ingravidez. Cómo iba a ser eso, todo lo que camina deja parte de la vida cuando avanza, y yo estaba allí por algo que era tan leve como la nada, casi sin alma. Cuando no llevas el alma se nota mucho porque donde las tripas es como un abismo, y donde el corazón como si no existieras, y los ojos deben de estar negros donde está lo blanco, como si no miraran, y lo que son los recuerdos como si no pudiesen llegar a ti para saber quién eres. Ahora sé que era la vaguada de Outariz, porque me lo dijo el Bouzo, que las había pasado canutas para subirme a la mula de tan mal como me vio. El Bouzo venía desde más abajo de Requeixo

CLAXON.

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Me levanté como de costumbre, con la rutina habitual de todos los días. Son los ejercicios que el pensamiento no ve ni coordina, como si dentro de nosotros un pequeño ser llevara los mandos. Cerré la puerta de casa tras de mi y bajé paso a paso las escaleras. He de decir que los ascensores me producen cierta desazón. Cuando llegué a la cota inferior para entrar a mi garaje oí el sonido lejano de un claxon. Pasé las dos puertas de seguridad y el sonido se hizo totalmente perce ptible y penetrante, mientras el automatismo iba encendiendo las luces me embargó una repentina inquietud al comprobar con sorpresa que el sonido procedía de mi coche aparcado en la plaza número catorce. Con cierta cautela y algo de miedo me acerqué lentamente desde la parte de atrás hasta que se hizo totalmente visible el cristal delantero. De aquella calma angustiosa pasé al miedo más profundo y paralizante, en mi coche había un hombre dentro. Estaba con la cabeza apoyada en el claxon, con el pelo recién

VIDA.

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Tuvo que ser en primavera cuando le dije que la amaba. Después de dieciocho años de aguantarnos, voy y se lo digo: -pues, oyes, te quiero. Yo no tenía nada ya que hacer cuando ella se iba a trabajar, las hojas de los geranios seguían creciendo y dando flores en el balcón, la vida seguía sucediendo, por ejemplo, aquellos grandes camiones de reparto de cerveza que venían bufando a primera hora. A veces los niños con su griterío, imbéciles siempre, ya con depresión el mayor, llena de manías la más pequeña. Harto de todo los dejaba solos cuando no tenían escuela, y bajaba a tomar un café a la Solana. Al volver, al abrir la puerta, todo aquello, el olor, los gritos de la menor y todos los platos para lavar. No sé si le dije que la quería sin darme cuenta. Ahora mismo no recuerdo si fue en primavera,o quizás esta misma mañana antes de irse a trabajar.

ANO.

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Miré al cielo omnipotente mientras meaba sobre una maleza de zarzales y brezo. Todo esto lo hacía al cielo de poniente en su larga presentación de nubes entrelazadas, figuras llenas de anarquía a las que trataba de poner cierto orden mental dentro de aquella total ofuscación. La soledad del bosque solo roto por el ulular del viento y el graznido de algún ave desesperada. Sentía aquel dolor horrendo en mi linea pectinea, desflorado mi esfinter interno, aún nota ba la humedad de aquellos restos sanguinolentos. Aunque mi verdadero dolor era otro, aquella obsesión ofuscada de verme violentado por los tres robustos madereros del bosque de los Robledales. Me sentía aprisionado aún por el cuello y la rodilla del calvo y su aliento a orujo sobre mi boca, mientras uno moreno me entraba sin compasión a tirones salvajes, y así se fueron turnando uno tras otro sin la más mínima compasión. Dejándome allí tirado, al borde del camino, dentro de aquella inmensa soledad. Mi incertidumbre