EL EXPERIMENTO.
Habiendo pasado sólo una hora sentado sin ningún
efecto nocivo. Habiendo razonado mil veces que he de dar vueltas y vueltas para
encontrar el final. He perdido la confianza de que esto sea un espacio abierto.
De que yo pueda comprender, que con un leve impulso de una manilla abriré una
puerta y podré salir en libertad.
Dónde están los límites razonables. Desde dónde
hasta dónde. Sabía que tenía que abandonarlo a su suerte. Lo veía sobre aquella
perspectiva dentro del laberinto, caminando de un lado al otro sin ninguna
coincidencia estadística que me hiciera mantener un nexo para identificar,
alguna costumbre suya que se repitiese más de tres veces seguidas. Andaba y
andaba con sus manos en los bolsillos. No diría con la mirada perdida, pues las
paredes de madera apenas le dejaban una mera lejanía, quizás la esquina que
doblaba para encontrar otra esquina idéntica con aquel color azul, idénticos los bordes protegidos por una codera
de cuero marrón.
De sus sensores podía percibir cierta angustia a
determinadas horas del día. Fluctuaba mucho su estado de ánimo. A veces miraba
a su cielo hecho de tapas de metacrilato transparentes, que dejaban ver toda la
amplitud de las estructuras metálicas de la nave donde estaba construido el
laberinto.
Sonaba cuatro veces al día una campanilla en la
esquina donde estaba la estancia más amplia, sin que él percibiera la cantidad
de tiempo transcurrido entre los
diferentes toques. Sonaban el tiempo suficiente para que su orientación fuese
correcta. La comida entraba por una abertura abatible, una bandeja con cuatro tipos de comida diferente distribuida
en sus pequeños huecos.
Se sentaba. Miraba la comida, y según su orden de
elección empezaba a comer dejando gran parte casi sin tocar. No tenía casi
hambre.
Llevaba cuatro días así.
Mediamos su ansiedad que se iba incrementándose
hora a hora. No lográbamos entender el que llevase casi treinta y ocho
horas manteniéndose despierto, cada vez más agitado.
Al quinto día tuvimos que abrir la puerta del
segundo lado. Lo dejamos a su albedrío, en el sentido de que encontrase la
salida como le viniese en gana, en el sentido de que sería la suerte, el azar
de pasar por delante la abertura, lo que llamase su atención.Tal era su ofuscación, que pasó dos veces sin darse cuenta, debida a la apariencia del fondo azul del exterior que hacía juego con el fondo azul del interior. Le
dio por salir a la tercera vez, porque quizás entrase una leve corriente de
aire sobre su cara que le hizo orientarse.
Estuvo en el umbral
que daba a su libertad largo tiempo, mirando hacía los lados. No sabíamos lo
que realmente quería mirar. Se dio la vuelta y vio aquella inmensa oscuridad al
fondo, y varios focos en los extremos que daban a una amplia y difuminada
penumbra. Estaba al frente. Sólo sentía leves murmullos y el carraspeo a
intervalos de los espectadores.
Fueron unos raros instantes.
Los aplausos atronaron desde aquella inmensa e
improvisada platea. Percibió con sus ojos ya acostumbrados a la penumbra a las personas que estaban en las primeras filas, las aclamaciones, los hurras…los silvidos.
Poseído de extraños gestos, sus manos empezaron a apretar
sus oídos, sus ojos muy abiertos delataban un tremendo terror.
Insoportable
para él, dio la vuelta y se metió otra vez en el laberinto. Ahora corría y corría
despavorido dando vueltas hasta que cayo rendido apoyadas sus espaldas en la
pared de uno de los pasillos más largos, en aquella posición de cuclillas, la
cabeza completamente hundida entre las piernas.
Aún se sentían los aplausos.
Como una serpiente muy larga lo he reptado
todo, mi cola está en el final que es el
principio, y mi cabeza bífida, casi sin aire, está en el principio que casi es el
final.
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