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MUÑECA

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Hacía dos años que no volvía a mi casa de San Martín donde había nacido. Llevaba cerrada desde que mi última hermana se marchó de allí para siempre, hace de esto bastantes años. Cuando abres la vieja puerta de dos hojas que da a la subida del Leirón, chirría ligeramente, y aparece el pasillo de la planta superior con suelo de tabletilla sobre viguetas de madera. Delante de mí estaba aquella penumbra rota por la claridad de las cuatro habitaciones que hay a derecha e izquierda. Por la planta baja se accede desde la carretera, a través de una acera de piedra amplia. Abajo teníamos un pequeño almacén con apeos de labranza y una cuadra. No sé si vosotros habéis tenido esa sensación de volver, después de años, a la casa donde habéis nacido, jugado, vivido, amado, despertado, soñado; y todo esas sensaciones innatas de la infancia. El caso es que me embargó una extraña emoción de volver a ver todo aquello, era un recordar continuo de sensaciones que se captan con todos los sentidos; entre ale

NIDOS

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Para ser tan avanzada la primavera, no se me había dado del todo mal. Ya tenía tres nidos encontrados. Había salido de la escuela antes y procuré que nadie me siguiese.Hacía dos días había encontrado en el Cabano de Monxa, al lado del molino, uno de golondrina, grande, hecho de barro con forma de corazón y con dos agujeritos. También tenía el de zorzal trenzado entre las ramas de un cerezo de Eulogio el de Cernías, y ayer había encontrado aquel tan grande que debía de ser de carricero o petirrojo, con cuatro huevos llenos de pintas, y otros tres huevos blancos que eran los primeros de cuco. Este último estaba en el peral de Antonio el Guarda, al lado del pajar que tenía en el soto. Pasé haciendo el recorrido, mirándolos todos, comprobando que nadie los tenía localizados. El que más pena me daba era el del carricero. Mala suerte había tenido la madre. Sabía que cuando saliesen las tres crías del cuco se harían con el nido, las matarían de hambre o les picarían la cabeza. Era la ley de l

PASILLO

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Siempre pensé que eras tú. La que volvías a tocar mi puerta. Y eras tú. La que encontraba a eso de las seis de la mañana. En el fondo del pasillo. Caminando acompañada del insomnio. Estaba tan acostumbrado a ti. Sentir tus pasos era evitar la soledad. Siempre pensé que eras. La que dando la vuelta. Volvías a despertarme. Como un suceso tantas veces repetido. Nimio y normal. Y ahora que no hay esquinas. Y el pasillo está condenado. Y que la claridad de la ventana es sólo mía. Y la penumbra. Vuelvo a recordarte como algo de lo más usual que me ha pasado. De lo más aburrido que imaginaba. De lo más intranscendente. Recordar pensando que eres tú es morirse un poco. Echándote de menos. Negar la evidencia que nunca estarás ya, detrás de la puerta. Negar que nunca me hablaras de las cosas que pasan. Negar que no vuelvas a llamarme por mi nombre. Negar que te escuchara sin oírte. Echándote de más. Siempre pensé que eras tú la que hacías ruido. Ahora no hay otros sonidos. La soledad no los cont

POSICIÓN FETAL

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De una forma u otra sé que me encontrarán aquí. Ayer estuve dos horas mirando por la mirilla de la puerta de entrada, sentía acercarse unos pasos que nunca llegaban. He pasado la noche acurrucado en un pequeño cuartito que tenemos anexo al baño. Allí me mantuve expectante. No sé si he llegado a dormir algo. No lo recuerdo. Deduje por la claridad que entraba por debajo de la puerta de que el día había llegado. Y ahora estoy aquí, con la misma pesadumbre y el mismo miedo angustioso. No puedes esconderte. Aunque debas hacerlo para aumentar tus probabilidades de que se cansen de buscar; algo de lo que no tengo ni la más mínima esperanza. Ahora me encuentro en el salón. Siento ruidos en el piso de arriba, o quizás sean en el de abajo, no puedo precisar, ni analizar más de lo que mis sentidos alcanzan. Espero que llegue la noche, para volver a acurrucarme, de cuclillas, la cabeza metida entre mis brazos, y los oídos bien abiertos, hasta que retorne la claridad bajo mi puerta. Cuando me encue

NIKOLA TESLA

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Mientras estaba mirando por la ventana sentado en mi sillón, se que ha entrado otra vez a tocarme la cabeza. He sentido su mano huesuda, sus uñas largas, su olor nauseabundo. Y cuando la mano se ha retirado he tenido esa percepción extraña de poder oír los colores, poder ver los sonidos y poder sentir el sabor por la textura de las cosas que toco. De nuevo la obsesiva croquización en mi cerebro, el planteamiento esquemático, de los bocetos sobre la Electrogravitación, los cálculos resueltos sobre un encerado imaginario lleno de símbolos hechos con tiza blanca. Ayer han estado los otros aquí, revolviendo mis baúles, los sentía detrás, agitados, llevando papelazos de mi armario. Pero lo que verdaderamente me asusta es la figura extraña que retorna en la noche, cuando los ruidos de la gran avenida se hacen leves y, el trasiego por el pasillo del hotel apenas se escucha. Llevo durmiendo en este sillón varios días. Quizás he de morirme aquí, sin nada. Sólo. En esta habitación cuyo número no

PUERTA

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Ayer no estabas. Y fue como si el cielo se hubiese caído. Ayer llegué en la misma tarde que otros días. Más fría. Pero a la misma hora. Y no estabas en la puerta en que te encuentro. Miré a todos los puntos. - No había más puntos que mirar-. Y, que triste, no te encontré. Luego baje o subí, no lo sé. Caminé. Buscándote en todas las puertas abiertas. En todas las puertas cerradas. En todas las caras que se iban. Y venían. Y no hubo suerte. No estabas.

CENIZAS

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...quizás no era un domingo cuando saqué a pasear por la Playa de San Lorenzo a Poncho. Ya no suelo recordar estas cosas. Poncho es un perro labrador al que le encanta el agua del mar, chapotearse, se vuelve como loco de contento. Siempre lo olfatea todo. Empezamos a caminar en la escalera cuatro. El día estaba desapacible, con lluvia pardilla de la fina y, hacía un frío que invitaba a esconder las manos. La playa casi estaba vacía, apenas se veía gente caminando por la arena. Poncho jugueteaba delante y, yo miraba el mar que tenía unas olas grandes y continuas, casi paralelas a la ralla del horizonte. Las olas son incansables y, me ayudan a pensar. Poncho caminaba a unos veinte metros de mí, lo veía con su pelo blanco y las manchas pardas sobre su costado. Me gusta pasear cerca de las olas, sentir su ruido acompasado y, dejar pasar el tiempo por encima de mí, los pensamientos así se hacen menos preocupados y, las reflexiones parecen tomar el camino adecuado. Cuando íbamos cerca del P

CHIMENEA

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La chimenea tenía noventa y cinco metros desde el soporte base. Me dijeron: “Debes cambiar las luces fundidas de las balizas de gálibo”. Y yo que no lo sabía: “Para que las vean los aviones”, apostillaron. Y así fue que comencé a subir, con mi arnés reglamentario la escalera de gato, acojonado, mirando despacito al frente, no mirando abajo, que cada vez era más pequeñito lo que veía. No subí del todo mal. Soy razonablemente joven aún. Pero cuando estuve en la plataforma circular superior, por donde sale el penacho del humo, aquello se abatía ligeramente por el viento. Parecía imposible, pero se movía. No sé que extraña sensación me vino a la mente. Era pánico angustioso. Me tiré boca abajo en la plataforma superior hecha de tramex y, cerré los ojos. A los pocos minutos sentí las sirenas y el despliegue en la base de la chimenea. Estaban los bomberos de la factoría y, una ambulancia. Por las pequeñas rendijas de la plataforma, los observaba subir por la escalera de gato. Desde abajo me