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DIÓGENES Y LAS COSAS DE NADA

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Ignoro cuanto tiempo pasaré aquí, y si este lugar es el adecuado para mí. Tengo muchas dudas en mi cabeza, pero una vez dispuesto a quedarme deberé pensar cómo pasar el tiempo. Si se logra dormir por la noche cuando uno despierta, si hay luz que puedas mirar, te das cuenta de que en cierta forma has nacido otra vez, hasta que los pensamientos reposan y percibes quién eres y el lugar que ocupas. Otras veces cuando despierto sobresaltado, puedo no saber lo que hago aquí; empiezo apartando todos los objetos que he traído ayer, y otros que ni tan siquiera reconozco. Al principio guardaban cierto orden, había, digamos, cierta racionalidad, no en lo que recogía, sino en su colocación en la primera habitación que llené. Describir ahora lo que hay aquí sería tan largo que no merece la pena. Imaginaros un basurero municipal y todos los detritus que allí se transportan; incluido el olor nauseabundo que desprenden y del que forman parte. En mi casa se puede encontrar de todo lo inimaginable, el p

MIRADAS

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Sé que tenía que suceder y ha sucedido; así de simple, sin darle muchas vueltas a este tema. Estoy detrás de mi balcón con la cuerda de nylon sintético, perfectamente atado en su punta un gancho de vástago con seguro, muy ligero, para poder lanzarlo con facilidad. Tengo arrimada al borde la pértiga de cuatro metros con marcas simétricas, equilibradas, para poder agarrarla con las manos; también tengo puestas las zapatillas con suela de badana, y un culotte largo, completamente ceñido a mis piernas. Sólo me quedaba tener suerte al lanzar el arpón al otro lado, y parece que la he tenido, se ha quedado enganchado, a la primera, entre dos filigranas forjadas y el refuerzo superior de su balconada; por otro lado, los ocho metros calculados son correctos, al tensar fuertemente la cuerda me quedan dos metros holgados para hacer un robusto nudo ballestrinque. Miro hacía abajo: los seis pisos que me separan de los coches aparcados, y de los escasos viandantes que transitan a estas horas de la m

ESCALERA CERO

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En la escalera cero de la Playa San Lorenzo suele haber colgado de un mástil un ramo de flores, y algunas veces en el ramo una nota escrita cuidadosamente doblada. Nunca me he parado a leerla. Por la escalera cero se baja al acantilado que da al Club de Regatas, por la parte externa, son varios escalones hasta un descansillo intermedio, y otro tramo que acaba bajando a las rocas; con una apariencia de falsa protección al oleaje. En una intensa marejada de primeros de noviembre que coincidía con marea alta, una mujer de treinta y seis años (a eso de las tres de la tarde) bajó con una botella los diez escalones que dan al primer descansillo; las olas azotaban el lateral del espigon, y recorrían la esquina formando una onda que barría todo el borde superior. No puedo imaginar la forma en que la mujer intentó meter al mar en una botella de cristal, los que estaban allí dicen que casi no oía los gritos de advertencia que le lanzaban, y el mar, extrañamente injusto, no quiso quedarse dormido

TÚMULO MILIMÉTRICO

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Tengo una terracita, que no es gran cosa, anexa a la habitación donde dormíamos mi esposa y yo; son seis metros cuadrados a lo sumo, con una hilera de maceteros de geranio colgados sobre una barandilla que da al tejado, cuatro rosales plantados sobre latas vacías de aceite, un pino rojo diminuto sobre tiesto de barro, una camelia de casi un metro, preciosa, y varias clavelinas ya marchitadas. Lo bueno de mi terracita es que da a la salida del sol; y esto me ha intrigado desde hace diez años que llevo viviendo aquí. En las diferentes mañanas, despejadas de nubes, en las que me quedo en la cama absorto mirando al techo, he observado como se va desplazando la luz del sol en su nacimiento desde mayo hasta finales de junio, los dos meses más extraordinarios; el resto del año es una penumbra con luz mortecina y desigual, que se pasea despacio por la pared lateral: primero sobre un anaquel con dos enciclopedias, y luego sobre nuestro cuadro de boda; donde aparecemos mi esposa y yo aquel día t

ÁLAMO

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El fugitivo fue capturado en el despoblado. No había nada en el paisaje que fuera digno de mención; era una llanura labrada con un horizonte perfecto en todas las partes que permitían el giro de su cabeza; sólo algunos álamos desperdigados señalaban en la lejanía el camino empedrado, por donde se desplazaba el carro de bueyes donde iba el fugitivo, atadas las manos a la espalda, y estas al palo del cabezal. El fugitivo había sido declarado contrabandista y traidor Cuando ya casi atardecía escogieron un álamo de rama baja, que estaba sobre una suave colina. Bajaron al reo y le pusieron la soga al cuello, la cuerda de cáñamo la pasaron sobre aquella rama extendida hacía el poniente, y luego tiraron los tres soldados con fuerza, el reo pataleo durante unos instantes, cayéndosele sus pantalones de franela; luego ataron la cuerda anudada al tallo; y dejaron un candil alumbrando en el suelo, debajo de sus pies; para anunciar a todos los depravados que pasasen por el lugar. El carro se alejó

ESFERA

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Ahora mismo iba para el trabajo pero me he parado aquí, en la plazuela de San Miguel, porque hay una burbuja de cristal en forma de esfera, y en su interior se encuentra un hombre dentro. Los reunidos dicen que es el mismísimo David Blaine. Somos unos veinte los que miramos absortos su media barbita y sus pantalones negros, y su torso desnudo, musculoso, desafiante. Nos gesticula y da vueltas con sus pies apoyados a la curva inferior de la esfera apenas sujeta por cuatro cuñas, que impiden su giro, sobre una plataforma de madera. Como ya ha salido el sol, y la fuente se ha puesto a funcionar, se refleja sobre el arco superior una gran cantidad de colores increíbles. David está dispuesto a que lleguemos tarde a trabajar. Apenas sentimos sus vocalizaciones, sólo los movimientos forzados de su boca para que tratemos de darnos cuenta de lo que pretende realizar. Ahora mismo parece estático, (como ensoñándose), las manos estiradas a lo largo del cuerpo; su cabeza trata de mirarnos con los o

LA MESA

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No te canses de preguntarme, por qué he vuelto a esta esquina de la casa. Sigue preguntándome una y mil veces, por si acaso lo recuerdo. En esta misma esquina me viene a la memoria: -de otras veces-, la mesa poblada de alimentos, las cosas que comíamos en silencio, mirando azulejos llenos de hojas y frutas verdes; o la claridad de la ventana en las tardes de verano, o los otros domingos tan largos como la vida, En esta misma esquina, arrinconado, en que violentamente me atravesaban tus miradas, buscando los días que perdimos a sabiendas, sin recobrar el aire y las flores de los parques, sin arrastrar cadenas de oro, ni colgantes, ni oropeles, ni vestidos; -ni tan siquiera gestos-, siendo mudos. No te canses, y pregúntame. Vuelve otra vez con la mirada y hazme daño. Dime que estoy de sobra entre las migas que abandono. Mírame a la cara y pregúntame por qué he vuelto: Tan liviano y pasajero, Tan irrespetuoso, Tan mentiroso, Tan indiferente, Tan mudo.

FIGURA

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No puedo determinar en que parte de mi inconsciente apareció aquella figura que huye y retorna. Algunas veces inanimada, otras llena de vida. Aquella figura no era etérea, estaba en los límites de lo humano y lo irreal. Era el contenedor en el que almacenaba mis instintos derivados del inconsciente colectivo, con toda la carga animal que ello conllevaba. La mayoría de los instintos a que me refiero son de supervivencia, incluyendo la reproducción y el comer. La parte del humano que es capaz de violencia está almacenada en la parte de la sombra de la mente inconsciente. Antes de que los humanos fuesen realmente humanos, sus ancestros no eran conscientes de sí mismos. Por lo tanto, eran verdaderamente animales. Estos animales, tal como todos los demás, hacían lo que tenían que hacer para sobrevivir: asesinar , copular, defender su territorio. Estas acciones pueden parecer violentas hoy en día. Todavía son parte de nosotros hoy, aunque somos conscientes de nosotros mismos, excepto en el d