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FÍSICA.

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Pues como que no era capaz de entender la teoría de la relatividad; y de que la gravedad era una onda electromagnética. Llegué a esa edad en que memorizas lo que no entiendes, te das de hostias en la cabeza mientras miras el cielo tras la ventana, y es como si rezaras el rosario, no entiendes nada. Pero tú me gustabas. Lo notaba en la entrepierna cuando me quedaba pensando en el otro mundo sólo contigo, igual que los asnos. Algunas veces me iba hacer una paja al baño y tú te reencarnabas para facilitarme la labor; así descubrí la nebulosa Águila, cerrando los ojos mínimamente mientras me corría. Desistí de todo a esa edad en que eres un polvorín, y me amenazaron con echarme de casa. Mi habitación era el bunker más robusto del Cinturón de Hierro , en mis ventanas cuatro nidos de ametralladoras, luego en las paredes The Doors tapándolo todo. La gravitación universal se iba y se venía. Alguien le había complicado la vida a Newton; la física cuántica tiene esas cosas que no se pueden medir

UN BESO.

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Yo estaba esperando aquel beso toda la vida, sabes lo que es toda la vida, pues es toda la vida. Muchas veces por aquel valle que imaginaba volaban mariposas de color rojo oscuro y amarillo (también alguna pardilla). Todo lo que veía era inmenso, llegaba desde un lugar a otro lugar como en una fábula. Pero el beso nunca me lo dabas. La ”seño” tenía una blusa de color veis, levitaba entre los pupitres porque yo no le veía las piernas y siempre que señalaba en el mapa te señalaba a ti. Dibujaba el valle como si tuviese todas las estaciones, por unos sitios nevaba y por otros el sol derretía la nieve, y por otros el agua corría para agitar una gran rueda de molino. Y seguía esperando que me dieses aquel beso. Tan modosita. Llevabas una chaqueta azul y trenzas tan largas que parecía que nacían de la tierra, y tú eras una rama de coletas. Cuando dabas la vuelta hacía atrás no sé si me mirabas o te hacías la niña loca. Yo quería dibujar el paisaje más hermoso para dártelo. Le puse un arco ir

EL FREGADERO.

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Estaba sentado allí con cara de jabalí a eso de las nueve de la noche, esperando, con dos cuartillos de vino de Pitarra. Las noches por el verano vienen de no sé que lugar lejano. Ella avanzó hacía su espalda como si hubiese un terraplén, con aquel plato de canelones humeando, en equilibrio. El jabato coge el tenedor con un puño, estilo gladiador, sin decir nada mete uno en la boca, así caliente, casi flotando como un grumo, paladea, y le dice aquello: hija de puta, esto lo va a comer tú puta madre, ya estoy harto de decirte que los quiero muy cargados de orégano, albahaca y tomate, ni les pusiste la puta guindilla, la próxima vez te los estrello en el patio de luces (digamos que era una expresión coloquial de pura rutina). El paladar es como el mar degustando aguas fecales. El jabato dominaba los gustos. Decía de coña conocer el sabor del aire, y el olfato de la nada. Y presagiaba en el ambiente las subidas de humedad y la electricidad estática. Pero había otro trasiego lleno de frene

PALOMAS.

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A mi todas las palomas juntas me parecen insoportables. Si hay tres o cuatro y alguna es blanca lo llevo mejor. Si hay alguna anciana que deja caer un sobre lleno de arroz, como que iba por allí, me vuelvo histérico. Yo paseaba por la calle, iba catatónico, caminaba como Macinger Z, digo inestable, si te pones a sembrar trigo así daba yo las manos Pero a pesar de tanto movimiento tenía la impresión de que no avanzaba. De repente llegué a una plaza que era redonda, en el medio tenía un sol hecho de mármol y los jardines tenían forma de agroglifos, estaban diseñados por extraterrestres. Al llegar allí todas las palomas levantaron el vuelo. Era una sensación acústica repentina de agua estrellada y vuelos trepidantes. Yo siempre me sentaba en aquel banco después de apartar las pipas. Iba allí porque tú lengua aún estaba entrando en mi boca como si me metiesen la polla de un mandril. Tú lengua era como un desatascador, succionaba. En aquel banco es como si aún hubiese líquido prostático y f

RESACA.

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Cuando me estaba levantando mis párpados pesaban más que una grúa de desestiba, y en mi estómago quedaban los restos de veinte garrafones de metílico. Era una mala bestia. Quiero decir que aún " abantaba", y el armario daba vueltas como un carrusel. Cuando estás así no puedes darte cuenta de en qué sentido gira la tierra, todo es un giro. Lo digo por lo del día y la noche. Me hubiera gustado no haber vomitado sobre la alfombra. También me daban calambres. Lo del día anterior me vino como si me cargaran gasolina. Plenamente. Ella se me apareció como la virgen de Fátima, digo su cara, fluctuante y cercana, con la marca en el pómulo de la hostia que le había dado, de la primera hostia, digo, luego creo que le di más, ya no recuerdo bien. Cuando toda la claridad de la ventana se hizo patente, comprendí que estaba bien orientado. La noche era lo anterior. No quiero hablar mucho más de esto. Esperaré aquí otros acontecimientos. De todas formas ya no podré dar marcha atrás.

UNA PITÓN A ESO DE ALBA.

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Al anacoreta del octavo se le había escapado una pitón real a eso del alba, porque la pitón había sentido el frío de los fusilados en el terrárium, y había salido de su escondite para otear más calor por entre los sayales de Shangó y Yemayá, sobre un anaquel lleno de velas perfumadas, greguerías de objetos y varias botellas de ron. Raro en Agosto el frío en un octavo a poniente con una aislamiento de la época de la aluminosis lleno de retracciones hidráulicas, rendijas como puños detrás de los cortinones dorados donde el cajón de la persiana se esconde. Algunas veces el incienso de ceremonias salía al exterior por una rendija en forma de abanico que había debajo de la cornisa del alero. Allí recuerdan los antepasados que anidaban las golondrinas antes de que llegasen los ojos del reptil. Cuando despertó no vio la cola escondida entre las cortezas de encina, ni las escamas blanquecinas con sus dibujos de fractal. La rama de roble pelado donde se enroscaba estaba vacía y sin rastro. Busc

LAS MAÑANITAS DEL REY DAVID.

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Me traen hasta allí en la silla de ruedas, le llaman la galería del Rey David. Después de haberme aseado restregándome con las toallitas aún huelo a neumático, ese olor lleva años conmigo, y no son las llantas de la silla, es mi intimidad. En el corredor estamos aparcados en batería, y al otro lado de los cristales existe esa raya infinita que dejan ver los árboles y el monte bajo, los zarzales inmediatos de la pared que separa al camino que va a la iglesia. La que me trae hasta aquí se llama Lidia y debajo de su bata blanca se le adivina un gran culete; nos trae por escrupuloso orden de habitación, por ejemplo: no está el que aparca a mi lado por lo que barrunto que pasó a mejor vida. Una vez aquí no vas a preguntar por el paisaje, sólo siento el gorjeo del respirar de mis convecinos, y los olores y el tacto que aún no me han dejado. Fuera el sol es una tarta grande, y mi cabeza se posa sobre mí corazón, la modorra tiene esa sensación de letargo invernado hasta la hora de la sopa; y e

LA NEGRA.

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Después de haberle achicado doscientos cincuenta mililitros cúbicos de flujo, salí corriendo por entre los taburetes del bar para arrojar la bocanada a la calle, no fuesen a resbalar por su suavidad entre los posos de cerveza, la negra, es proclive y abundante y como estaba borracha y olía a betún, no pude hacerle otra cosa allí tumbada. Mientras los negros del conjunto tocaban al otro lado de la cortinas p lease send me someone to love , que sinceramente, no sé lo que quiere decir. Después de haber estado escribiendo tres días seguidos sobre la historia de la horca me dan tantos escalofríos de contarlo, que me daban ganas de bajar al Rincón Latino a mirar las botellas del anaquel y solicitar tres dobles de buchanans sorbidos en la misma esquina del mostrador de siempre, y hoy, por un caso de esos que pasan, se me quedó la negra mirando con aquellos ojos perdidos de macaca y no le hice ascos a la zorra, como si fuese un pensamiento de siesta, nadie te viese, y encima hubiese torment