METEORITO.
Sobre las cinco de la mañana sentí aquel temblor, me di la vuelta y me encontré con Panchita mirando hacia la pared, le arreglé las piernas en la posición del tresbolillo y la sorprendí por atrás. Me empecé a acordar del vencimiento del seguro de la casa, de la hipoteca, y de la cara triste de la abuela en el balcón de las Adoratrices y me quedé flácido. Panchita me apartó de una coz, y me dijo, saca esa puta mierda de ahí, cabrón, y deja de temblar. Cuando sucedió eso estaba sintiendo aquel desbarajuste de vidrios del contenedor de los residuos en la calle, y me di vuelta boca arriba. Sobre el techo observé cuatro rayas de persiana de color blanco que nunca se juntaban, aunque por un momento parecieron vibrar. Boca arriba, en posición supina, estoy esperando la muerte, y con los ojos cerrados deseo que el meteorito que venía en dirección prohibida se desvíe correctamente hasta estrellarse en la zona de Suvarnabhumi sobre una convección de pederastas. Al congreso le di