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CAILLEACH

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Guarda mi sueño. La antigua sensación que no olvidas. Un beso largo sin amor que permanece. Has sido el elegido para penar por las calles. Entre puertas cerradas, solares vacíos, hasta que llegue el encuentro que te redima. Aplastado por el peso de la noche, boca arriba, con esa mueca de los seres imposibles. No hay dos caras que queden iguales cuando las visita la muerte. He de recordar una fantasía antes de que mi boca se llene de estrellas esperando un último beso.No era un presentimiento. Me desvié en la revuelta del Perdón y subí una corta senda que da a la cueva del Chanto. Era una tormenta de verano intensa. Por las montañas de Ansilán  había claros azules por donde se filtraba el sol en forma de rayos casi místicos, y  en el escarpado de Arrumas una nube negra que asustaba, con truenos largos y relámpagos que partían el cielo en la lejanía. Casi empapado logré entrar en el Chanto, atravesando un empedrado de aluvión pastoso y losas de pizarra que había a la entrada.

ESCONDITE.

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                                                                                                           No hay el menor rastro de mi en todo lo que encuentro, mil veces contados los pasos nada. En lo leve ni en lo trágico. Ni en el recuerdo permanezco. He olvidado las distancias, lo inmediato, la luz que me cubre, el pesado marco de la puerta que me hace visible o invisible nada. Sin rastro permanezco. Dado la vuelta. Vaga la imagen. Irreconocible. No existo en el espejo. Sólo me llegaba aquel olor a goma caliente de las ruedas del coche. Los sentí correr hacía un lado y al otro. Cuando estaba llegando al cuarenta abrí los ojos, me los restregué, no había nadie y el sol me cegaba. Di dos vueltas sobre mis pies y todo me pareció extraño, las casas, el pequeño parque, y sobre todo el crucero de la plaza, no había crucero, en su lugar una estatua alada que no conocía. No cabía duda, no estaba en el mismo sitio, no sentía las mismas voces, l

MUY PESADA.

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Volver al punto de partida: El mismo camino y los otros dos caminos a elegir. Volver a decidir los mismos sucesos. La curiosidad no es más fuerte en mi que otro sentimiento cualquiera. Hay tanta inmensidad que aún sabiendo que elegiré el mismo camino de siempre, me siento unos instantes a pensar en cómo repetiré la misma tristeza. Sin acogerme a lo que la naturaleza me ha dado me traslado con esa sensación de que voy aprisa. Y en realidad no puedo deciros si es cierto. Me comparo con otras veces que iba lento. Desde hace un tiempo a esta parte camino como un recluso liberado, con esas largas pisadas que iban de una pared a la otra en las salidas al patio. Lo extraño es que no soy consciente de esta ceremonia en el sentido de qué armonioso, ni a  qué amplitud acelerada. Ni si en algunos intervalos avanzo constante sabiendo de dónde he salido ni a dónde voy. Tampoco puedo deciros  cuánto tiempo entre dos puntos, porque desconozco la trayectoria al ser esta completamente alea

CAERTE MUERTO.

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Entre cada estío hay un periodo de enorme exhuberancia. El duelo de la tierra deja paso a rastros de espesos   colores, y la vida   alberga sublimes   instantes antes de desaparecer llena de dolor. Sabes. Aunque estés clínicamente muerto sobre el vapor que suelta tu boca en   un espejo se podría pintar un corazón. Y tengo que decirte que, cada cierto tiempo, en todo lo que toco pacientemente con la mano elevada en un gesto de caricia siento que mi deseo sigue intacto. Que me huelo a mi mismo y no me ofende, como si presagiase dentro de mí el estiércol como una solución final. No debes temer cuando surjas del estío en una nueva vida: perecerás de nuevo, resurgirás de nuevo. Fluir sin ninguna ley es el enigma de la teoría del caos. De dos sucesos antagónicos uno será sacrificado, y no tiene por qué prevalecer el más fuerte. Los designios dentro de   una vorágine no existen. A ciencia cierta no sé cuantos hombres en este instante se han doblado, golpeados po

DESVÁN.

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Hay algo que gira y que casi se hace invisible. Entre las gruesas losas entretejadas del desván había pequeños nidos de avispas y crecía el moho. Luego el aire entraba de aquella forma de silbo, y al subir y dar vuelta a la trampilla entrabas en un mundo inmaculado con un rastro de polvo posado sobre un desbarajuste de objetos. Percibías el rastro de los insectos por el suelo, y las telas de araña haciendo finos equilibrios sobre pontoncillos de madera llenos de polilla. Hay veces que piensas que ya has vivido algo. No sé cómo se llama. Es una extraña sensación de apenas dos segundos en que la realidad tiene las tres certezas del pasado del presente y del futuro. Ocurre que algo que percibes despierta en ti una rara dimensión desconocida. Recordaba los años transcurridos desde la última vez que había estado allí, sin tener una conciencia clara de cuándo había sido. Quizás lo que presentía en mi estómago, y en el peso extraño de mi espalda, era el principio angustioso

SIESTA.

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Cuando me mirabas tus ojos parecía que proyectaban una de Disney en Cinemascope (Mickey Mouse y su compinche Donald Duck). Así de grandes eran con tantas chirivitas. Fuera quería llover porque la primavera estaba harta de tostar la tierra, y los vapores del calor subían como humos de fábrica de cemento, con aquel olor a tierra amasada sin agua. Ese olor también lo tienen los caminos polvorientos, ya lo conoces. Y nosotros estábamos fuera, y es como si estuviésemos viéndonos también tras los cristales. Son las ventajas de lo mágico. Pero no sabíamos desde qué parte de la galería llena de enredaderas de pino y flores de azucenas nos observábamos a nosotros mismos. A eso de las tres de la tarde, después de comernos un melón entero así de grande como un balón de rugby, estirábamos las piernas para que no pasase nada, el respaldo eran dos robles que tenían tallo de mujer diabólica. Alguna abeja volaba hacía el trabajo. Los pájaros que se marchaban habían venido del otro lado del río, y de

ESPECULATIVO.

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Dos sombras. Entre las sombras una penumbra indefinida. Todos los días recurro a mi escondite. Nidos a los lados con no sé cuántos corazones. Entre tantas posibilidades de felicidad tiene que existir alguna desdicha. He abierto mi puerta. Encuentro mi olor, y cierro. En mi bloque creo que estoy considerado como un ciudadano normal. De esos que cuando matan a la mujer y a sus dos hijos y viene la televisión a preguntar, la gente contesta: “a mi él me parecía una bella persona”, “muy normal, vamos”. “Ella traía los niños muy limpios y aseados” . Yo puedo considerarme de esos: comunitariamente normal. Lo que ocurre es que soy un “ especulador de convivencia ”. Me gustan las pequeñas fechorías, atentados nimios a los bienes comunes o individuales; digamos que soy un distorsionador ambiental. Os podría enumerar la cantidad de insignificantes gamberradas que he hecho, todas con un disimulo digno del más calculador de los asesinos. No quiero cansaros con pormenores, sería para

CUÁNTICA.

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De todos los lugares que visitas siempre hay uno más frío. Otro lugar que visitas tiene un cálido recibimiento. Y otro te huele a confituras, a zapatos, a goma, a comida. Si existe el desdén me encuentro en su punto medio. Bajo sus influjos ausentes. Mis ojos están en medio de un punto muerto. Estábamos unos frente a otros, nos encontrábamos con los ojos una vez más de tantas veces, usualmente los domingos, sin nada qué hacer, habían bajado el día, alguien, para que estuviese allí, y había bajado con el día cierta claridad que asomaba por la ventana y caía encima de la mesa. Se cumplía la paradoja: existía lo que olía. Casualmente olía a potaje de garbanzos con bacalao. Los garbanzos mezclados con el bacalao, el bacalao hervido, todo junto, humeante. Casualmente la cocina era un espacio habitado, todos juntos, y la abuelita. Si ves nuestras manos boca arriba o boca abajo, son manos que llegaron hasta allí de aquella forma tan ruda cogiendo pan, cogiéndo los cubiertos, comíamos a