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EL EXPERIMENTO.

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Habiendo pasado sólo una hora sentado sin ningún efecto nocivo. Habiendo razonado mil veces que he de dar vueltas y vueltas para encontrar el final. He perdido la confianza de que esto sea un espacio abierto. De que yo pueda comprender, que con un leve impulso de una manilla abriré una puerta y podré salir en libertad. Dónde están los límites razonables. Desde dónde hasta dónde. Sabía que tenía que abandonarlo a su suerte. Lo veía sobre aquella perspectiva dentro del laberinto, caminando de un lado al otro sin ninguna coincidencia estadística que me hiciera mantener un nexo para identificar, alguna costumbre suya que se repitiese más de tres veces seguidas. Andaba y andaba con sus manos en los bolsillos. No diría con la mirada perdida, pues las paredes de madera apenas le dejaban una mera lejanía, quizás la esquina que doblaba para encontrar otra esquina idéntica con aquel color azul,  idénticos los bordes protegidos por una codera de cuero marrón. De sus sensores podí

ESPERA.

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De lo furtivo escojo los instantes en que debo vigilar todo movimiento, si hay riesgo, el temblor de mi corazón, las manos húmedas y frías. Los instantes posteriores en que debo acercarme a ti y recogerme en tu cintura. De estar sólo y desamparado escojo mis razonamientos. De por qué no he de suicidarme aún, y luego, el método de la devastación, entre lo endeble, lo leve, lo incruento, o lo trágico, si debo posarme sobre el mar. Otros momentos son de extraña reflexión, cómo he de hacer, para proseguir caminando sobre las brasas a esa velocidad en la que el dolor del fuego no te rinde. Existen momentos en que estás tú en una escena de espejos. Desde que eras una ilusión con un pañuelo azul sobre la cara. O el momento que ya no eres grácil, de ritmo olvidado, apenas caminando en tu torpe y viejo avance. De todos los fenómenos elijo cómo llegar antes. Y qué hacer si tengo miedo en  la espera. Mientras tú llegas, para mirarme con tus cansados ojos.

HASTA EL OMBLIGO.

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Los domingos más allá de la amanecida,  la Galana rumiaba desesperada soltando un rastro de vapor que se iba disolviendo en la fría mañana de primeros de mayo. Cuando se abría la contra de arriba quitando una tranca cuadrada de madera de roble, que encajaba en los extremos, un aire denso salía despavorido de la cuadra. Arriba la tía Paula mezclaba agua caliente y fría en una palangana que tenia un coscorrón, y se levantaba las enaguas para restregarse con una toalla por entre los brazos y las piernas. Yo la observaba por una rendija de la puerta que daba al pasillo, y me metía la mano entre mis pantalones para frotarme y conseguir el inicio de una paja allá por la siesta arriba. El Bouzo estuvo abajo dando voces, esperando como un cuarto de hora, llevaba debajo del brazo un atadillo de cuero negro envueltas dos navajas de de arco muy afiladas. Vestido de pana gastada y botas de goma, oliendo a cuarterón y a orujo de uva. Abrieron la puerta de tajadera que daba al final del pes

LOS LÍMITES DEL VIAJE.

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Me marco pasos para ubicarme. Son efímeros en todas direcciones. Sobre mis pasos. Cada uno es una aventura. Otra vez sobre mis pasos. He vuelto a donde una cuartilla en blanco. El abismo sucede entre el vacío de los brazos, y lo que hay entre las manos abiertas. Por cada borde dibujado un festón en forma de hojas de geranio. Llevo un tiempo a este ritmo, sin ninguna razón. He vuelto a los lugares despoblados. Poco espécimen de mi género, cada uno a su aire, aún locos. Como si fueran sembrando con las manos. Aún sus cabezas en alzado, sus brazos: uno, dos, tres, a veces girando. Dando vueltas sin saber a dónde recogerse. Su ritmo decrece y crece, reposa. Tengo que decirte que debí comenzar con este pensamiento tan preciso. El punto mismo de partida. Un paso y otro hasta dónde. En cada imagen que captas lo mágico es la luz, no me des la eternidad del instante. Y en cada paso dado, sólo la paciencia del avance, aún reptando. Incluso. Sin saber los

NO SÉ HASTA CUÁNDO

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se movía sin saber a dónde a veces no nos damos cuenta y es una fuga y durante el camino pensamos qué dirección tomar no sé lo que me quería decir la mariquita pero estoy seguro que traía un mensaje para mí que encuentres una mariquita a la hora de cenar sobre los azulejos blancos no quiere decir nada yo no me supuse nada yo no elucubré nada sobre la mariquita la mariquita estaba allí con un poco de sus alitas fuera como si quisiera emprender el vuelo yo al mirar hacia arriba la vi por casualidad era un puntito rojo era una manchita diminuta era un bichito pero era una mariquita me dije pensé para mí mira dónde hay una mariquita que va orientada hacía al nordeste a mi no me gusta matar a nada que se mueva por si mismo algún mosquito maté algún día maté muchas truchas algún día no se si vi matar algún día algún hombre no recuerdo cuántos animales habré matado intencional o descuidadamente aquel día la mariquita estaba allí por un propósito era un mensaje divino de m

RASTRO DE PERFUME.

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De ti me queda tu ausencia y una leve sensación a perfume… Por fin he dado con la fórmula de mi eau de toilette, con un porcentaje excepcional de aceites esenciales, y una dispersión por la piel con un recuerdo de mucho más de ocho horas. Mi eau, puede evocar viajes, o la lluvia en un atardecer de verano. De hacerte sentir como recién salido de la ducha; de despertarte recuerdos de tú infancia e incluso deseos de morder la piel del ser amado. Está lleno de notas florales, de plantas aromáticas, de agrios, de algas y líquenes, de especies, de granos y semillas, de cortezas y raíces, de bálsamos y resinas de maderas. Mi eau te transportará a la felicidad plena o a la catástrofe más absoluta, es sensual, sugerente, arrebatador, pero al final, como todo, invisiblemente efímero. Para llegar a esta esencia celestial he probado infinidad de flores. Os las podría enumerar; la lista sobrepasaría todas las generalidades de un amplio abanico de clases: flores que reflejan el azul d

LA FORMA DE SU COÑO.

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Cuando la lavadora  centrifugaba yo miraba al tambor y me caía patas arriba, hipnotizado. He de decirlo. Era un instante. Puedo decirte en qué vuelta iba. Ella me posaba la mano en el cuello, y me decía: acuéstate. Y empezaba hacer la ruta de la seda. O iba a orar al muro de las lamentaciones, dándome la cabeza vueltas. Cuando se posaba sobre mi era alentador su movimiento. Bajaban palomas a una terraza  repleta de azulejos marrón. Las gaviotas caían en picado en busca de una cabeza de gato siamés. Y yo, mientras tanto, con aquel mareo en los Urales. O atravesando el cabo de Buena Esperanza. Se acercaba todo su peso a mi boca. La abres. Muy lentamente como un platillo volante. Su culo y toda la parafernalia de su coño debajo del ombligo. Me lo daba. Sobre la pared una televisión con James Dean mirando torcido, y suaves cremas. Colores definitivos de paisajes que absorbía mirando entre sus muslos. Aquella sensación de que si bajaba pronto  me moriría a

LA MARIPOSA.

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Aquel domingo era de esos en que te levantas después de haber dormido mucho, algo sudado, y al abrir la ventana ves esa calima baja que parece tapar los edificios más cercanos, y no sabes si es contaminación de fábrica siderúrgica, o niebla que trae el mar. Ella se había levantado por su lado y yo por el otro lado, por el mío, y allí habían quedado aquellos dos huecos en la cama casi perfectos; la fina colcha por el medio, sin deshacer, indicando que en toda la noche no nos habíamos ni rozado. Yo estaba acabando de lavarme la cara, cuando ella entró en silencio en el baño, y me puso aquella lista encima de la repisa de cristal donde estaban las toallas. Miré la lista de reojo, y mientras me enjaguaba la boca, fui leyéndola mentalmente: cuatro tazas de eupcakes, dos porciones de tarta de chocolate, un bizcochuelo, uno de crema de chantilly, dos palmeras, una porción de tarta de queso, un trozo de tarta de nueces, una torta de almendra, y cuatro carbayones, -lo de cuatro carba