VISITA.
Partimos un domingo como a las once, y al poco ya teníamos ganas de volver. -Eso. Volver. Porque vimos aquellas caras tan desagradables que te dicen primero una y luego la otra, ya estáis aquí, molestando. Nos sentaron en la cocina. Hacía un frío que pelaba. A través de la puerta abierta veía el cuadro de los abuelos con aquellas poses bajo un fondo marrón, y otra más vieja aún de los tatarabuelos. Yo hubiera tomado un café, pero volvieron con aquellas caras, como diciendo... nos estáis jodiendo, rompéis nuestro ritmo. Les di conversación por tres veces, lo del tiempo, lo de la enfermedad del niño de Paula que era crónica, de esas raras y difíciles, que llegarían incluso a tener que ayudarle a comer, pero ni asintieron. Estuvimos sentados allí en la cocina sin tomar café un buen rato mirándonos como diciéndonos qué hacíamos allí. De vez en cuando se asomaban a la puerta y con los ojos nos decían de todo. Solo con los ojos. Una de las veces la ventana se abrió de par en par