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EL OVNI.

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Pernelin de la zona del Relloso, con casa de cuadra en el bajo, con cinco vacas holandesas, cabanón, gallinero, y adosado hacia poniente un saliente atendejado con uralita de amianto llena de moho verde, y líquines foliosos de todos los tonos y colores, vivos y brillantes. En el mismo frente estaba la sierra con el pico de la Pruida, adonde iba ahora con el carro tirado por dos bueyes de rasgos de cachena, con enormes cuernos donde se adosaba como bien caído el cornil del yugo, lleno de filigranas y pendones contra tábanos, aunque de calor no había, aún nada, podría decirse. Detrás, a la hora pasada, iria la Carmina con la parva, y para ayudarle a apalancar lo segado al final del barranco de la Crucellina, en día que se veía venir con ese clareado de mayo, con ese azul que solo Dios sabe poner en el cielo tan lleno de paz y concordia. Cuando llegó Pernelin al prado del Boyado, ya había chistinos revoloteando como si presintiesen la muerte de la hierba, y lo que volaría diminuto, graja

TE DIGO SOBRE LA PENA

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  Tengo que decirte que ahora me da pena la justa. Antes me daba más pena. En el pasado me daba pena mi madre. Mi padre me daba menos pena. Dar pena hasta de llorar, ni eso, no lo recuerdo mucho, pero ahora de cualquier cosa, ya te digo, me da pena la justa. Ayer de un perro abandonado que me miró con aquellos ojos. No tuve pena. Y eso que la tristeza de los perros en los ojos de frente es de un especial muy profundo. Una eternidad triste. Para qué si te  mento  a los viejos. Podrás  decir que son los años. O lo que sea. Quizás uno cambie. Sientes el viento silbar en la noche y ya no tienes pena, Solo  esperas que te aguarde la mañana. La esperanza es esa. No hay otra cosa en la espera. El arbusto que rompes y deja ese rastro de savia sobre tus dedos, sin darte más por su muerte. Sin darte más tanta gente  quebrada  de fatiga. Si hablas de la guerra. Tampoco hay pena por el ansia de la vida que has truncado. Y que decirte de  mí , ya de viejo, que me doy un aire en el espejo de lo que

AGAPITO.

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  Agapito, de sobrenombre Papito, Pito, como le llamaban, lo veía muy mirón, a lo bruto, sin decirles a los ojos usa el sesgo, miraba, lo sabías, acoñado. Lo poco que entré con mi Betina en el bar se le iba a la juntura, ya le decía, donde la ingle, Betí, para que enseñas el muslo, que la gente piensa, que hay por ahí arriba, y como estárá la cosa, para el Papito, muy salido, estaba allí, fijo como lo veía el, apretado, y metidas en la misma lasca las bragas, era como si salibase el muy cabrón por meter la lengua a lo desesperado, donde lo blandito de la Beti. Lo transcribo a diferentes tiempos el suceso. Como si estuvieras en el pasado en el presente y en el futuro al mismo tiempo. Como había escrito ayer precipitadamente, en la página 124, de un diario que le llamo «Desgracias, según las horas». A eso de las 11 de la noche, en plena canícula, sentí por el número18 un gran alboroto en la calle, esquina Duarte, yo vivo en el tercero el de los geraneos. En ese momento llegaba la polic

ANNE SEXTON.

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  Yo quisiera ser como Anne Sexton. Tener un coche grande, bajar al garaje para fumarme su tubo de escape, a los 45 años de vieja. Pero yo te digo. Era un cobarde, y me escondí en las escaleras sin acompañarla. Tuve miedo al ver aquel Ford tan grande, tapizado con cuero, con aquel morro tan amable y aquellos ojos grandes de faros que te miraban. Y te digo, yo ya había llegado a la edad de ya no te importo, o a déjalo ahí con sus cosas, o, no te preocupes esa cara de triste se le pone cada poco. Vete tú a saber. Anne, mi poetisa preferida me lo dijo varias veces, mira que abrigo llevo tan suave, baja conmigo al garaje, te haré un poema de esos que a ti tanto te gustan, porque sé que me quieres. Te recitaré el de las margaritas. Te hablaré de los gusanos. Te hablaré de aquel en que iba  rezando en un boeing 707. Yo quisiera ser como Anne Sexton. Tener un coche grande, bajar al garaje para fumarme su tubo de escape, a los 45 años de vieja. Pero yo te digo. Era un cobarde, y me escondí en

ALGO RÁPIDO.

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  De deseo aún ando bien, de potencia muy mal. El doctor me dijo el año pasado que para la próstata era muy bueno hacerse una paja de vez en cuando, y yo le dije, mire doctor, en mi ancianidad ya no se me levanta de casi ninguna manera, y va y me contesta, pues a apañárselas usted para masturbarse una vez cada quince días, y también le dije que si lograba correrme sentía una sensación de soledad muy grande, como un vacío cósmico en mi alma, como si fuera un preludio del camino a las mismísimas puertas del infierno, siguió diciéndome, usted arréglese. Llevo dos días intentándolo. En noche vieja estuve viendo pornos, puse allí pilladas con un móvil infraganti follando, y no veas lo que allí salió. En total abrí como unos seis videos, y solo en uno que se tiraban a una becaria en un servicio sentí cierta animosidad en mi capullo, lo otro, como si no viera nada. Para lo que me dijo el psicólogo de mover el tarro, me vino mejor, me puse a mi mismo un problema arduo y difícil, entrar en un s

SORTILEGIO.

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   A mi lo incierto siempre me parece cosa que ha de venir. Sin previo aviso. Entonces, he de verme los ojos sin mucho miedo. Sin comparanza. Del miedo, de ese miedo en los ojos que surgían al atardecer de los que se sabían muertos al alba. Para tristeza de los ojos del asesino. No soy bueno para los razonamientos, en mi mismo, lo que ahora se desvanece vuelve a surgir para afligirme. Ese es un acontecimiento que se repite, y que me desprecia cada dos minutos de onomástica. Es como un hilo, finísimo, que me sujeta a no sé dónde. Desde que me levanto, a esta ciudad, llamada del Valle de las Lagrimas. Amén. Pero ahora mismo, por la única ventana que tengo, a un patio que da al cielo, y que es cielo de un azul muy claro. Lo infinito. Me llega una luz exigua, y olor a café. Y me pregunto si quizás me merezco esta fortuna. Sin explicármelo. Que si este debe ser el rastro que me identifica en el mundo, como un grano ínfimo de arena, -detrás de esta ventana-, que podría ser la vid

ALGUNAS.

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  De las cosas que me vienen a la cabeza, algunas, para que decirlas. Ayer, sin venir a cuento, vinieron unas cuantas cosas que me angustiaron, algunas, parecían tan reales que ni pude cambiarlas de sitio. Pretendo, yo, seguir levantándome con dignidad, sin promesas, que no pueda cumplir. Con relativa calma, intentar darme un tiempo de paz. Sin «ansirame» con la espera de algo. Aquí sentado. Por si por el camino llega la noticia. Y la presiento antes para, por mi cuenta, suponer. De todos los que conozco sé que va caminando un conflicto. Mira sus ojos cuando la luz es buena para verlos. No son profundos. No ves allí el agua del mar y sus tormentas. A veces húmedos los ojos. Como si no acertaran a llorar, por si dieran pena. De las cosas que me vienen a la cabeza, algunas, tienen una solución perra, por eso no dejan de venir. Con el mismo nombre. Como en el cuento. Es como si hubieras comido un veneno y el que toca a tu puerta sabes que podría ser la muerte.

LA CASA.

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  A veces pensaba que alguien me cambiaba las cosas. Desde que mi Enervina se fue, hace ahora sobre poco más de un año, comencé a pensar en presencias extrañas. En que las cosas estaban fuera de su sitio. A veces allí en el taquillón un tapete con festón aparecía desplazado, o sobre la mesa del comedor estaba aquel circulito que había dejado un jarrón lleno de claveles sintéticos de un rojo un tanto mortecino. Otra de las sensaciones que venían a mí eran los olores, como si ella aún estuviera trajinando en la cocina, poniendo calabacines en una pota, o pelando zanahorías para hacer un puré. He de decir que mi Enervina siempre fue de coño muy salado, a veces cuando nos acostábamos me venía aquel fuerte olor a salmuera. Luego de pasar a camas separadas y aún me lo olía cuando ella agitaba las sábanas. Quiero deciros que a día de hoy me retorna a ese olor después de un año largo de que ella se fue, habiendo quedado yo con esta desolación que no os describo, atado a esta casa, sin apenas s