FÍSICA Y COSMOS.

 

            

 Mis reflexiones y teoremas poéticos sobre la Física, el Cosmos y la Existencia.

I. El aliento del cosmos.

En el principio,
no hubo palabra ni fuego,
solo simetría perfecta,
un murmullo inerte de posibilidad.

Pero bastó una chispa,
un susurro de energía,
para que el caos abriera los ojos
y comenzara el relato de la materia.

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II. La entropía danza.

Todo lo que nace
es ya un acto de rebelión
contra el frío abrazo
del equilibrio final.

Porque vivir
es mantener encendida una llama
que se consume mientras lucha
contra el manto del silencio.

Y cada célula que vive,
cada corazón que late,
es un dique contra el olvido
que acecha en la quietud.

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III. El caos es hermoso.

No es enemigo,
no es ruina:
es la condición del cambio,
el poema que se escribe sin plan ni medida.

La vida se nutre de él,
como el río de su cauce roto,
como el amante del temblor
de una mano inquieta.

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IV. La muerte no duele.

La muerte…
no es castigo,
sino rendición:
el momento en que el alma
se funde con el fondo del universo.

No hay grito,
solo reposo.
Y allí, donde todo se iguala,
la entropía alcanza su clímax:
perfecta, ciega, serena.

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V. Pero mientras haya energía…

Mientras arda el sol,
mientras hierva el océano,
mientras un ser respire
y nombre al mundo, el caos seguirá danzando,

y la entropía escribirá versos
en cada átomo que cae,
en cada estrella que muere,
en cada beso que aún se recuerda.

VI. Epílogo: La Tragedia del Movimiento.

Todo movimiento
también lleva en su pulso
una semilla de tragedia.

Porque moverse
es alejarse del origen,
consumir lo que se tiene,
acercarse al final.

La piedra que rueda
se desgasta.
La ola que avanza
se deshace.
El amor que arde
se quema.

Y aun así,
nos movemos.

Bailamos,
creamos, hacemos poemas,
soñamos, como si ignoráramos

que cada paso hacia la luz
deja una sombra detrás.

Quizá sea eso
lo que hace sublime la vida:
que sabiendo que todo movimiento tiene una tendencia hacía su muerte,

como en un equilibrio indiferente,
nos atrevemos igual
a danzar como los átomos,

como el previo presagio de su caída.