LAVANDEIRA.
Un pájaro perdido no sabe donde está su nido. El silencio y la soledad del bosque te acogen. No llevas tu alma. Cuando mirabas el río Andunin desde la vuelta de Anxo, a eso de las ocho de la tarde del mes de junio, y el sol ya estaba acabando, lo veías tranquilo, lleno de ondas suaves con un color extrañamente rosado por la luz reflejada que le entraba de costado. Y cuando te ibas acercando y los robledales, y los rodales de castaños, se abrían para dejar verlo, los tonos cambiaban a otros colores entre plateado y azul, que iba quedándose totalmente claro, según de que lado lo mirases. Así lo veía yo cuando me senté unos instantes entre el monte bajo de brezo de color púrpra florido, resguardado por un grupo abedules cortos. Tenía las varas de avellano guardadas a pocos metros entre unos arbustos de espinera. Encendí un cigarro y me quedé mirando la hondonada del Xeixo, y como las golondrinas hacían zigzags vertiginosos a dos palmos del agua. Un poco más abajo el río se metía haci