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OTRO.

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  A veces en los estados de catatonia inerte con mi Danita me pongo tierno, pero lleno de sospechas. Venimos a veces de un sábado para un domingo sin nada que nos acucie, haciéndonos entre sí guarradas de todo tipo, en el sentido de compartir lo del cuerpo y lo del alma, con mucha intensidad, pero con poco amor. De qué forma has de saciarte dentro de la monotonía. Yo muy propenso a las arritmias ventriculares, me había dado un movimiento armónico en el corazón. Ese vuelco que hace para sentarse, o como si se sentara unos instantes, así quieto, que parece que de ahí no sales con vida. Mi manía de olerla me daba sorpresas impredecibles. Por el cuello y los hombros era una pradera como a hierba seca, por decir algo hermoso, o como si estuviera llena de azafrán. Luego lo que pudieses imaginarte, fragancias del tipo que la imaginación pudiese dar su nombre, "ambrosiaco", aliáceo, caprino, impuro, y pútrido, nauseabundo a ocle marino según bajabas a su coño. Luego alguna sensación

EL NOMBRE.

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El sentido de la orientación es muy importante. Luego dominar la fuerza de la gravedad sobre tu cuerpo, poder desplazarte, saber por qué tienes que irte, o volver, no dar la vuelta muchas veces porque no sabes lo que ibas a buscar. Mover el pulgar y el índice para coger cosas, alzarlas en el aire y mirarlas al trasluz para ver su forma, reconocerlas, ponerlas en el orden exacto dentro de tu recuerdo. Doblarte para aliviar el dolor que te atenaza fuera de esa postura correcta y aliviadora. Pasar tu mano leve en ese instante, para conocer partes de tu cuerpo donde nunca habías estado. Muy importante es mesurar el daño de las palabras. Procurar, no tener hambre, no sentir el vértigo de que nada separa las paredes de tu estómago. Volver aquel cuento de amor:... Hubo una vez una historia llena de prisa... Tropezar lo mínimo contra los límites impuestos. Aún recibir misivas en tu lugar de reposo. A veces dar muchas vueltas y vueltas para que el mismo lugar te parezca desconocido. De cualquie

ROCES.

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  Yo soy de rozarme mucho con mi Pamila. Siempre me estoy rozando, incluso, cuando pienso que ella está distraída, voy y me rozo. Esto no tendría su importancia en la cama, porque rozarse en la cama un hombre y una mujer es hasta natural. El problema es que a mí me gusta rozarme con la ropa puesta, es decir, de vestidos. Si ella está "arrebanando" tomates, puerros, cebollas, o cualquier otro alimento sobre la meseta de la cocina, me acerco sigiloso y la rozo, primero levemente sobre los muslos y pantorrillas de sus piernas, sobre el culo, u otras de sus partes laterales o de costado. Hasta que ella se da cuenta de que la rozan, y se da cuenta de que la rozan porque yo me excito tanto que se me nota la polla muy dura, y las mujeres no sé que tienen que notan mucho las pollas. Por otro lado, mi Pamila es muy sensible, digo sensible espiritualmente, hace poesías, y las va a recitar con otro grupo de poetas a bares modosos, y librerías, o locales culturales del ayuntamiento, al

EL SALMONETE.

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  Era propiamente poco después del amanecer, cuando decidí coger de nuevo mi antiguo Mercedes Benz, un viejo SL de bien entrados los años setenta para irme, destemplado por el frío, a un lugar llamado Villar de Ancio. Llegué a Villar después de conducir durante unos treinta minutos por una autovía con escaso tráfico, y varios túneles repetidos y equidistantes. Había un amanecer bien entrado, despejado y generoso en rastros rojizos horizontales sobre unas montañas suaves aún no visibles del todo por la penumbra. Me mantuve con cierta disciplina al volante, con aquella sensación que me venía en forma de pulsión desde la entrepierna debido a mi exceso matutino. Llegué a las ocho y media de la mañana y decidí aparcar directamente delante de la plaza de abastos. La campanita de la puerta de entrada en arco en forma de oliva estaba dando los tres badajitos de las medias. Había dos perros con los culos juntos, de esa forma en que no pueden salirse una vez acabado el coito, ahora sin gusto alg

LETANÍA.

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  Lo que en mi lasa vida me parece trágico no tiene comparanza con otros desánimos comparanza con aquellos los que tiene el repente. Y todo lo trágico en un segundo. Siempre hay algunos en todos los sucesos, que presienten que les van a segar la vida. Mucho ocurre eso en las guerras. Y en tiempos de odios y blasfemias. Digo. Tu guerra de banderita. Tu guerra. De sofá. Imagínate. Tu y yo que quizás no supimos matar nada. De repente debes matar lo que siente, y lo que presiente. Mira, incluso aunque la tuya, tu vida, te anuncien que será cada día más esigua. Hasta llegar a cualquier celebración de santoral en que se acabe como es debido. Sobre un lecho. Lleno de paz. Siempre. Está esa trágica forma de destino cuando ibas a por tu pan nuestro. Para tus hijos. Y te recoge un tramo de metralla, quedando allí para la noticia. De que no se le ocurra a otro dar de comer a lo que quiere. Sabes, no es nada baladí, que te maten y luego te canten alabanzas, oh, el héroe que salio a por pan. El poe

CHERENKOV.

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  Romualdo Ardura Aguirreituriagorza, fue un maestro de escuela de un pueblo llamado Espesura del Infantado, correspondiente a la zona de Miranda del Ebro, ya en los límites del País Vasco. Romualdo había escrito en la Voz de Miranda, varios artículos describiendo aquellas raras luminiscencias dadas en los pastores y pastorcillas que llevaban sus rebaños en primavera a la zona del Valle de los Roncales, y a las laderas de los Molinos de Andorain. He de decir que Romualdo era un profundo aficionado a la Física General, incluso con cierta profundidad en lo que correspondía a las reacciones atómicas, en un amplio y esquématico sentido, explicando, incluso, con esquemas coloreados, y pequeños rompecabezas de cartón esféricos, a los alumnos lo que podría ser la fisión nuclear en una bomba atómica. Algo, que por aquellas fechas era un tabú en lo que se denominaba enseñanza primaria de la época, enseñanzas que solo se afanaban en catecismos, onomásticas religiosas, memorizaciones históricas d

CITA.

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Se cumplió ese extraño axioma de muchos encuentros. Este axioma podría ser una teoría matemática de un suceso. No he de describir el cielo. Su color. Otras sensaciones del momento no son necesarias. Solo diré que se había cumplido la paradoja del encuentro no consumado. Yo había llegado antes a la Cita, y como tú no estabas me fui a dar una vuelta. Tú llegaste unos minutos después, y como yo estaba dando una vuelta, tú te marchaste pensando que yo no había llegado a la cita. Me había alejado demasiado y cuando volví ya era tarde. Quiero decir tarde en lo que podría ser la inmensidad. El efecto fue que en la Cita no había nadie. O sólo yo. Quiero decir nadie en el sentido de la soledad inmensa. Lo que mi existencia desprendía. Se dice: en la Cita era como si el silencio tuviese forma de humo, y todo fuera transparente. Al final nadie. Es como si el corazón bajase el ritmo al fin, es como si el corazón se diese cuenta antes. El corazón está antes que todo, lo percibe de esa forma de so

VUELTAS

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  Cuando la lavadora centrifugaba yo miraba al tambor y casi me caía patas arriba, hipnotizado. He de decirlo. Era un instante. Puedo decirte en qué parte de su giro acabaría. -El protocolo era ese. En la espera a que la lavadora, tan desajustada, diera saltos estertorios. Ella me posaba la mano en el cuello sin ahogarme mucho, y me decía: acuéstate sin miedo, te haré el remolino del Caribdis . Y empezaba hacer la ruta de la seda. O iba a orar al muro de las lamentaciones, apretándome muy leve en el inicio. Cuando se posaba sobre mí era alentador su suave y rítmico movimiento. Sabía mi deseo. Abierta la boca veía su enorme coño acercarse. Mi lengua todo lo que daba muy sedienta a la espera de aquel manjar. Luego lo que os digo, su coño sobre mi boca en un equilibrio inestable, dando lentas vueltas, todo eran vueltas y vueltas. Bajaban palomas a una terraza repleta de azulejos marrón. Las gaviotas caían en picado en busca de la cabeza de un pequeño gato siamés que teníamos. Y yo, mient