DOLOR
Era propiamente poco después del amanecer, cuando decidí coger de nuevo mi antiguo Mercedes Benz, un viejo SL de bien entrados los años setenta, para irme, destemplado por el frío, a un lugar llamado Villar de Ancio. Llegué a Villar después de conducir durante unos treinta minutos por una autovía con escaso tráfico, y varios túneles repetidos y equidistantes. Había un amanecer bien entrado, despejado y generoso en rastros rojizos horizontales sobre unas montañas suaves aún no visibles del todo por la penumbra. Me mantuve con cierta disciplina al volante, con aquella sensación que me venía en forma de pulsión desde la entrepierna debido a mi exceso prostático matutino. Llegué a las ocho y media de la mañana y decidí aparcar directamente delante de la plaza de abastos. La campanita del reloj de la puerta de entrada de arco en forma de oliva, estaba dando los tres badajitos de las medias. Había dos perros con los culos juntos, de esa forma en que no pueden salirse una vez acabado el coito...