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NUBELIA Y LOS GATOS.

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En el mundo del pueblo de  Nubelia del Marqués de Abajo, se tenía muy claro que todos los gatos volaban. Te lo digo de forma tan escueta porque es un hecho tan evidente como que el agua de la lluvia moja. Los aldeanos están acostumbrados a verlos despegar desde los tejados, planear entre campanarios, posarse sobre las tejas marrones de los altillos y aleros, y dormir suspendidos sobre las ramas más altas de los chopos como diminutas nubes de terciopelo. --La regla en el pueblo era corta y concisa: “Si el animal es gato, vuela.” Un día nació Luna, una gata blanca con ojos de jade muy hermosos. Desde pequeños, los demás felinos se elevaban unos días después de abrir los ojos. Ella, en cambio, se quedaba en el suelo, jugando entre las margaritas y arrimando pequeños guijarros blancos de cuarzo   con sus pequeñas patitas.  Todo eso que os cuento, originó un problema existencial y de identidad muy importante. Lo que origino que en la aldea se empezase a notar mucha inquie...

RESEÑA:Gilberto Noriega Vargas y los pistachos.

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  Aquella mañana del 10 de septiembre de 2003, el frío en el Condado de Fremont, Colorado, era un cuchillo afilado por las altas cumbres de las Montañas Rocosas. Desde allí descendía  una brisa implacable y helada que barría el largo y profundo valle, donde se alzaba, como un mausoleo moderno, la prisión federal ADX de Florence. La leyenda urbana —y la oficial— aseguraba que de allí nadie se había fugado jamás; no porque fuera imposible, sino porque quien vislumbraba su interior comprendía que la fuga física era un espejismo vano ante la jaula mental que imponía. Antón, «el Peixelo», esperaba dentro de un taxi con el motor al ralentí, empañando los vidrios con su aliento nervioso. Aguardaba a su hermano, Gilberto, a la hora convenida de su excarcelación: las once en punto de la mañana, frente a la puerta principal acristalada y la fachada de ladrillo marrón que parecía absorber toda la luz del mundo. A las once y treinta y ocho de aquel miércoles, la puerta se abrió para escup...

URÓBORO.

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Había transcurrido apenas una hora, o quizás un siglo. El tiempo, en aquel lugar, era una burla cruel, un tic-tac inaudible de un reloj que se había deshecho en arenas movedizas. Sentado sin aparente efecto nocivo, el prisionero —si es que la palabra "prisión" podía aplicarse a esa dimensión de la nada— había razonado mil veces que debía dar vueltas y más vueltas para encontrar el final. Pero la confianza, ese frágil ancla del espíritu, se había deshilachado hasta desaparecer. Había perdido la fe en que aquello fuera un espacio abierto, en que él, con un leve impulso de una manilla invisible, pudiera abrir una puerta y salir en libertad. "¿Dónde están los límites razonables?", susurró su mente, un eco hueco en la vastedad de su cráneo. "¿Desde dónde hasta dónde se extiende esta condena?" Desde nuestra perspectiva, lo veíamos. Sabíamos que teníamos que abandonarlo a su suerte. Su figura se movía sobre aquella perspectiva dentro del laberinto, un autómata er...

HAPPY MEALS.

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  Hoy era el día. En el día de hoy, es el día, hoy era el día, en el que Superman no sabe por qué vuela el muy cabrón. Un día sin mucho norte, sin sentido, sin siquiera un sol que se atreviera a brillar. El aire pesaba como plomo. Y Superman, ese hijo de Satanás, seguía volando sin ningún destino. ¿Por qué? Esa era la pregunta que me taladraba el cráneo. ¿Qué absurda necesidad de trascender cuando todo está a punto de desvanecerse? Su estúpida capa roja ondeaba en un cielo que ya no merecía ni una sola pincelada de color para poéticamente estremecerse. Nos habíamos metido cuatro Happy Meals entre pecho y espalda, porque se acababa el mundo. Era ya oficial, un cataclismo anunciado a bombo y platillo para las ocho de la tarde. Queríamos adelantarnos, suicidarnos con el sabor sintético de la felicidad juvenil. Ella, con su boca manchada, me pasaba juguitos de kétchup y restos de patatas fritas, como si fueran sacramentos de un ritual pagano. Y yo, descalzo, le frotaba mi pie contra s...

EL CALDO Y EL UNIVERSO.

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Zulema decía que lo hacía por amor, pero el amor de Zulema era una sopa en polvo, un preparado insípido que pretendía suplir la ausencia de sabor en nuestras vidas. Aseguraba que su caldo era una caricia líquida, un retorno a ese hueco suave y  cálido que llamaban útero, un antídoto contra la intemperie, a ese frío extraño que nos entra de vivir desde que nacemos en un inmenso abismo permanente. Pero yo, esa noche, estaba hasta la coronilla de "Caldo de Gallina Maggi, de Caldo de Gallina Blanca". Mi hartazgo no era un capricho; era una grieta en el alma que Zulema intentaba seguir abriendo con ese consuelo envasado al vacío, un bálsamo genérico que no lograba calmar mi sed de autenticidad llenándome a la vez de conflictos que me llenaban  de incertidumbre. Ella sonreía con un fervor casi místico al servirlo, con una malicia que pretendía decirme que, por mi profesión de “mangante”, era el único néctar que merecía como alimento. Pero no era su sonrisa. Era la sonrisa del pollo...

NIETZSCHE y EL CABALLO.

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  Turín, invierno de 1889. Una niebla espesa y húmeda, con olor a carbón y vapor, cubría la ciudad como una extraña penumbra. La Piazza Carlo Alberto vibraba con el rumor metálico de los tranvías, un pulso industrial que marcaba el tiempo de lo que parecía una nueva era. Telmo León Aristide Seitwan, había viajado desde Brañavara, una parroquia de la lejana Asturias. Su tierra natal era un tapiz verde de llanuras sembradas de maíz, cercadas por las laderas del monte de la Garganta, donde aún brillaban los neveros recientes. Durante cuatro años, una obsesión lo había consumido: cosechar el maíz de forma mecánica, domar el vapor para liberar a su gente. Llevaba días inmerso en los talleres de la firma "La Società Il Vapore e il Ferro", empeñado en el diseño de una cosechadora capaz de segar aquellas llanuras, que para él eran mares dorados. Su propósito era radical: integrar el nuevo mundo industrial para abolir la vieja esclavitud, prescindir de los cuerpos doblados sobre la ti...

ESPLENDOR EN EL MAJUELO.

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Lo poético. El sol apenas despuntaba en la amanecida, cuando los hombres de Arrumias del Fuego Santo ya estaban en el Majuelo, encendiendo con cuidado los rastrojos secos. El humo blanco se alzaba en espirales, lento y denso, llenando el aire de un olor familiar, a campo viejo y ceniza fresca. Al fondo, ya en el valle, todo estaba lleno de  de hiladas de cepas que casi se perdían en el horizonte.  Los chavales, ya esclavos del campo, mirábamos con los ojos brillantes de curiosidad, desde la linde, fascinados y algo temerosos. Aquello parecía un rito ancestral: el fuego corría ligero sobre la hierba alta y seca, los mayores, con azadas y ramas verdes, lo contenían, domándolo como a una fiera que sólo ellos sabían manejar. No se trataba de destruir, sino de preparar. El fuego abría paso a la vida: donde antes había monte bajo, jaras, matorral bajo de brezo, pronto habría surcos rectos y oscuros, esperando la semilla. Después vendrían los arados, el estiércol de las cuadras, el c...

EL CUARTO DE PENROSE.

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  Aquella mañana, Ramales de la Luz, un pueblo blanco del interior alicantino, parecía dormitar ya, bajo el intenso calor de agosto. Las calles estrechas, empedradas y empinadas, se entrelazaban como venas antiguas, flanqueadas por casas encaladas con geranios rojos y buganvillas que colgaban de los balcones. La plaza mayor ofrecía un respiro: una fuente de mármol blanco oscuro, que vertía agu cristalina, dejaba escapar un murmullo constante que parecía ralentizar el tiempo. Sobre el cielo, azul y diáfano, los vencejos trazaban figuras imposibles en zig zag, cortando el aire con chillidos lejanos que se confundían con el rumor del agua. El calor se filtraba en la cal levantada, en cada grieta de las fachadas, y hasta el viento parecía aquella mañana lento y agotado. En las afueras del pueblo, rodeada de naranjos, cipreses y algarrobos, se erguía la "Clínica Donoban", un edificio sobrio de muros blancos y ventanas estrechas selladas con una red de poliester , donde el silencio...