"TRONO".
A qué nunca viste meter un puto piano por una ventana. Ni cumplirse esa paradoja del piano que se cae mientras tú sales por la puerta del portal. Y son dos pasos. Y el avance del piano. Y tu avance. En una secuencia interminable, un teorema de Zenón aplicado a la tragedia burguesa, hasta que varias notas de piano —un acorde disonante, un quejido de cuerdas destrozadas— suenan mientras se deshace y tú te salvas por medio paso. Ese medio paso que es la única diferencia entre la anécdota y el obituario. La vida entera es eso: esquivar por los pelos pianos que caen del cielo, pianos de obligaciones, de recuerdos, de la pesadumbre de existir. Son pensamientos extraños mientras espero en este trono de porcelana, el altar último donde el cuerpo confiesa su vileza y su triunfo. Este retiro es la única catedral que me queda. Mi compulsión mientras estoy aquí, agachado sobre el abismo figurado que me une al mar o a una cloaca, no es terminar, sino tener cojones para salir a la calle despué...