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"TRONO".

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  A qué nunca viste meter un puto piano por una ventana. Ni cumplirse esa paradoja del piano que se cae mientras tú sales por la puerta del portal. Y son dos pasos. Y el avance del piano. Y tu avance. En una secuencia interminable, un teorema de Zenón aplicado a la tragedia burguesa, hasta que varias notas de piano —un acorde disonante, un quejido de cuerdas destrozadas— suenan mientras se deshace y tú te salvas por medio paso. Ese medio paso que es la única diferencia entre la anécdota y el obituario. La vida entera es eso: esquivar por los pelos pianos que caen del cielo, pianos de obligaciones, de recuerdos, de la pesadumbre de existir. Son pensamientos extraños mientras espero en este trono de porcelana, el altar último donde el cuerpo confiesa su vileza y su triunfo. Este retiro es la única catedral que me queda. Mi compulsión mientras estoy aquí, agachado sobre el abismo figurado que me une al mar o a una cloaca, no es terminar, sino tener cojones para salir a la calle despué...

2 ESTRELLAS MICHELIN.

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He devorado un trozo de sentimiento como si fuera un solomillo poco hecho, a trocitos. La sangre de tu esencia, tibia y ferrosa, me ha corrido por la barbilla, un sudario líquido que secaba con el dorso de la mano sin ningún rubor. El acto no era de hambre, sino de conquista. Un sacrilegio íntimo. Me había sentado donde servían cosas realizadas con amor, un lugar que olía a promesa y a albahaca fresca, con un toque de comida llena de colores, como un Miró de viandas en una fuente plana llena de filigranas. Todo era tan bonito que daba asco. Rábanos como corazones miniaturas, purés que eran atardeceres, emulsiones que pretendían ser poesía líquida. Y yo, en medio de ese circo cromático, con un vacío que resonaba en las tripas como un tañido en una catedral vacía. Y como no había guarnición que valiera, te metí en el plato. Tú, con tu sustancia opaca y verdadera. No había nada más nutritivo, más primordial. Y estabas cojonuda, sí. Un manjar de una veracidad atroz. Te comí como si hubiera...

VAPOR.

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  Aristóteles y Platón, con sus juegos mentales de formas perfectas y lógicas estériles, lo jodieron todo desde la cuna. Le clavaron un puñal a la curiosidad y nos condenaron a dos milenios de escolástica y sermones. Luego vino Cristo, con su reino que no era de este mundo, y Mahoma con su yihad; dos nuevas cadenas forjadas en el yunque de la fe. San Agustín, ese viejo zorro norteafricano, fue tan cabrón y retorcido como los doce apóstoles juntos, inventando el pecado original para que naciéramos con deuda. A San Francisco de Asís, ese loco que le hablaba a la luna, yo lo perdono porque en su demencia quiso mucho a los gatos, las únicas bestias que no se arrodillan. Pero en general, si no fuera por esta pandilla de degenerados celestiales, la máquina de vapor ya habría escupido su hollín sobre las legiones romanas, y estaríamos viajando a las estrellas con el latín como lengua franca. Yo, cuando voy a buscarte, pienso en estas cosas y se me empalma el alma, no solo la carne. Es una...

CURVATURA: Sin ellos no existiria Einstein.

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  --Einstein y la red invisible de los genios que le dieron vida.-- Resulta incuestionable que Albert Einstein dejó una huella profunda en la historia de la ciencia. Sin embargo, cuando se le observa con cierta distancia —fuera del mito y del brillo mediático que lo envolvió en el siglo XX—, aparece con claridad que su genialidad se apoyó en una red de pensadores que prepararon el terreno durante siglos. Einstein no trabajó en un vacío, sino en el cauce de un río intelectual que venía fluyendo desde Galileo Galilei, quien estableció la idea fundamental de la relatividad del movimiento: las leyes físicas son las mismas en cualquier sistema inercial. Esa intuición galileana, depurada por el tiempo, se convertiría en el germen de la relatividad especial. Carl Friedrich Gauss y Bernhard Riemann, por su parte, tejieron el armazón matemático que permitiría imaginar un espacio no euclidiano, curvado, donde la geometría dejaba de ser un dogma y pasaba a ser una posibilidad. Sin ellos, la r...

TRIGO.

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Qué actos tan inocentes y a la vez tan profanos cometíamos. Desnudarla con miradas que pretendían candor, o inventar juegos de escondite para que el destino —y no nuestro deseo— nos arrojara el uno contra el otro detrás de los viejos almacenes de trigo. Cuatro cilindros que iban hacía el cielo como una gran fortaleza medieval. Tú no sé si sabes lo que es una lluvia de trigo. Nadie puede saberlo realmente. No has visto cómo el grano abandona su estado sólido contenido y se desplaza en torrenteras doradas, formando coletas líquidas que desafían la física, como si la materia misma dudara de su propia esencia y se desintegrase con su peso enorme, disgreandose en un polvo dorado que ahoga la respiración. Todos los años, por septiembre, cuando el tiempo cumple su paradoja y se pliega sobre su propio inicio, regreso al lugar. El tubo largo, ese cilindro herrumbroso que muestra sus tripas de ladrillo derruido entre brezos, zarzales,  y maleza aún permanece. No es una reliquia, sino una col...

FANTASMA CUANTICO.

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  Poema de Amor para un Fantasma Cuántico Es una casualidad cósmica, un guiño del azar en el tejido espacio-temporal, que tenga que componer un poema de amor en este preciso instante. Y es que estás tú. Siempre estás tú. Será el poema número doscientos ocho billones, un millón cuatrocientos mil noventa y ocho, registrado por la humanidad. Con copyright, por si acaso las moscas, o alguna entidad menor, pretendiera plagiar este espasmo del alma. Y aclaro, para los registros de la nada: de esa ingente cifra universal, descuento y declaro nulos, los siguientes: Los poemas de desamor, esos fraudes lacrimógenos; los oníricos, deslumbrados por mensajes celestiales de dudosa procedencia; los actos posesivos disfrazados de versos; los que dicta la tristeza en su monólogo infinito; los susurrados por la ansiedad en la oreja; los que comenta la locura en susurros estridentes. Descuento al asesino poeta, al predicador mentiroso, a quien deja rastros vocalizados de Satán mientras habla como los...

NALEDI.

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  El Homo sapiens es el animal que se quedó a medio hacer. Sin garras, sin piel gruesa, lento en la llanura. La noche no era su amiga, el bosque lo acechaba, la inmensidad del cielo estrellado lo empequeñecía hasta la insignificancia. La agarofobia. Miedo al campo abierto, a lo demasiado grande, a lo que no tiene paredes. Y el universo entero es el espacio abierto definitivo. Todas nuestras grandiosas ceremonias, nuestros dioses altísimos, nuestras pirámides que arañan el cielo, nuestras catedrales que simulan bosques de piedra... no son más que la cháchara compulsiva de un acojonado. Es el mono desnudo, gritándole a la oscuridad para asegurarse de que su voz aún produce eco. Para construir, con sonidos y piedras, una cabaña mental donde esconderse del viento cósmico. El Homo naledi, en su silencio fósil, lo entendió. Nosotros, los sapiens, somos los locos. Los que, aterrorizados por el silencio, inventamos el ruido. Los que, aterrados por la vastedad, inventamos el rincón. Los que...

ESPALDA.

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  He medido sus proporciones en todo lo que podría suceder, en lo que no ha sucedido y en lo que, quizá, nunca sabré si sucederá. Su espalda —un plano exhausto por el tiempo— parecía hecha de la materia de los días secos, de la geometría del límite. Cuanto más la besaba, más me era imposible distinguir el deseo del recuerdo de desearla. Pensaba en todo lo que me apetecía, en cómo acercarla más, no solo a mi boca, sino a la idea de mi boca. Por si acaso esta vez — la última, o la primera disfrazada— había calculado mal las medidas de su alma, y el error era, en realidad, la única forma humana de medir la dimensión de los recuerdos.