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PUBIS.

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  Meditaba así, a sotavento de los visillos. Ésa era mi postura filosófica: con el mundo al otro lado del cristal y yo en el vacío de la habitación. La tela, inflada por un resuello de viento que se colaba por la rendija, se abultaba hacia el interior como un vientre o como el lomo de una bestia invisible que se apretara contra la casa. Tenía una vida momentánea y grotesca, esa protuberancia de lona que jadeaba y luego se deshinchaba, un fantasma de aire y forma que era el único testigo, aparte de ella. Ella estaba frente a mí. No en carne, sino en presencia, una estatua de desafío erigida en el centro del cuarto. El recuerdo de su última pose era un fuego que me quemaba por dentro. Me contuve mucho, muchísimo, para no abalanzarme hacia ese espectro, para no estrellarme contra la realidad de su burla. Allí, desafiante, insultante, lo último que pude verle fue la mano, hundida en el vértice de su ser, cogiendo su sexo a un puñado de carne y furia. Y la voz, rasgando el silencio polv...

SOLEDAD

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Cuando el mundo comenzó a girar en un torbellino silencioso, faltaban dos minutos para que la septima década de mi vida cayese sobre mis hombros. Una náusea profunda, anclada en lo más hondo de las entrañas, ascendió hasta mi garganta. Y cuando apenas quedaban unos segundos para la onomástica, me aferré a la manilla de la puerta del baño como un náufrago a un madero, y en medio de tanta, tanta soledad, me fui desplomando lentamente de rodillas, mientras mis ojos observaban el giro frenético de todo lo que me rodeaba. Quedé partido en dos mitades: la superior, el torso, hundida sobre la moqueta verde oscura del pasillo, y la inferior, los pies desnudos, reposando sobre el gélido azulejo blanco del baño. En ese estado nauseabundo, con la boca aplastada contra lo mullido y la planta de los pies percibiendo el frío mineral de la losa, solo existía la evidencia de mi cuerpo y el peso de la ausencia. Y así, tendido en el umbral, entre tanta soledad. La hora, por la luz que se filtraba, quizá...

"TRONO".

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  A qué nunca viste meter un puto piano por una ventana. Ni cumplirse esa paradoja del piano que se cae mientras tú sales por la puerta del portal. Y son dos pasos. Y el avance del piano. Y tu avance. En una secuencia interminable, un teorema de Zenón aplicado a la tragedia burguesa, hasta que varias notas de piano —un acorde disonante, un quejido de cuerdas destrozadas— suenan mientras se deshace y tú te salvas por medio paso. Ese medio paso que es la única diferencia entre la anécdota y el obituario. La vida entera es eso: esquivar por los pelos pianos que caen del cielo, pianos de obligaciones, de recuerdos, de la pesadumbre de existir. Son pensamientos extraños mientras espero en este trono de porcelana, el altar último donde el cuerpo confiesa su vileza y su triunfo. Este retiro es la única catedral que me queda. Mi compulsión mientras estoy aquí, agachado sobre el abismo figurado que me une al mar o a una cloaca, no es terminar, sino tener cojones para salir a la calle despué...

2 ESTRELLAS MICHELIN.

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He devorado un trozo de sentimiento como si fuera un solomillo poco hecho, a trocitos. La sangre de tu esencia, tibia y ferrosa, me ha corrido por la barbilla, un sudario líquido que secaba con el dorso de la mano sin ningún rubor. El acto no era de hambre, sino de conquista. Un sacrilegio íntimo. Me había sentado donde servían cosas realizadas con amor, un lugar que olía a promesa y a albahaca fresca, con un toque de comida llena de colores, como un Miró de viandas en una fuente plana llena de filigranas. Todo era tan bonito que daba asco. Rábanos como corazones miniaturas, purés que eran atardeceres, emulsiones que pretendían ser poesía líquida. Y yo, en medio de ese circo cromático, con un vacío que resonaba en las tripas como un tañido en una catedral vacía. Y como no había guarnición que valiera, te metí en el plato. Tú, con tu sustancia opaca y verdadera. No había nada más nutritivo, más primordial. Y estabas cojonuda, sí. Un manjar de una veracidad atroz. Te comí como si hubiera...

VAPOR.

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  Aristóteles y Platón, con sus juegos mentales de formas perfectas y lógicas estériles, lo jodieron todo desde la cuna. Le clavaron un puñal a la curiosidad y nos condenaron a dos milenios de escolástica y sermones. Luego vino Cristo, con su reino que no era de este mundo, y Mahoma con su yihad; dos nuevas cadenas forjadas en el yunque de la fe. San Agustín, ese viejo zorro norteafricano, fue tan cabrón y retorcido como los doce apóstoles juntos, inventando el pecado original para que naciéramos con deuda. A San Francisco de Asís, ese loco que le hablaba a la luna, yo lo perdono porque en su demencia quiso mucho a los gatos, las únicas bestias que no se arrodillan. Pero en general, si no fuera por esta pandilla de degenerados celestiales, la máquina de vapor ya habría escupido su hollín sobre las legiones romanas, y estaríamos viajando a las estrellas con el latín como lengua franca. Yo, cuando voy a buscarte, pienso en estas cosas y se me empalma el alma, no solo la carne. Es una...

CURVATURA: Sin ellos no existiria Einstein.

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  --Einstein y la red invisible de los genios que le dieron vida.-- Resulta incuestionable que Albert Einstein dejó una huella profunda en la historia de la ciencia. Sin embargo, cuando se le observa con cierta distancia —fuera del mito y del brillo mediático que lo envolvió en el siglo XX—, aparece con claridad que su genialidad se apoyó en una red de pensadores que prepararon el terreno durante siglos. Einstein no trabajó en un vacío, sino en el cauce de un río intelectual que venía fluyendo desde Galileo Galilei, quien estableció la idea fundamental de la relatividad del movimiento: las leyes físicas son las mismas en cualquier sistema inercial. Esa intuición galileana, depurada por el tiempo, se convertiría en el germen de la relatividad especial. Carl Friedrich Gauss y Bernhard Riemann, por su parte, tejieron el armazón matemático que permitiría imaginar un espacio no euclidiano, curvado, donde la geometría dejaba de ser un dogma y pasaba a ser una posibilidad. Sin ellos, la r...

TRIGO.

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Qué actos tan inocentes y a la vez tan profanos cometíamos. Desnudarla con miradas que pretendían candor, o inventar juegos de escondite para que el destino —y no nuestro deseo— nos arrojara el uno contra el otro detrás de los viejos almacenes de trigo. Cuatro cilindros que iban hacía el cielo como una gran fortaleza medieval. Tú no sé si sabes lo que es una lluvia de trigo. Nadie puede saberlo realmente. No has visto cómo el grano abandona su estado sólido contenido y se desplaza en torrenteras doradas, formando coletas líquidas que desafían la física, como si la materia misma dudara de su propia esencia y se desintegrase con su peso enorme, disgreandose en un polvo dorado que ahoga la respiración. Todos los años, por septiembre, cuando el tiempo cumple su paradoja y se pliega sobre su propio inicio, regreso al lugar. El tubo largo, ese cilindro herrumbroso que muestra sus tripas de ladrillo derruido entre brezos, zarzales,  y maleza aún permanece. No es una reliquia, sino una col...

FANTASMA CUANTICO.

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  Poema de Amor para un Fantasma Cuántico Es una casualidad cósmica, un guiño del azar en el tejido espacio-temporal, que tenga que componer un poema de amor en este preciso instante. Y es que estás tú. Siempre estás tú. Será el poema número doscientos ocho billones, un millón cuatrocientos mil noventa y ocho, registrado por la humanidad. Con copyright, por si acaso las moscas, o alguna entidad menor, pretendiera plagiar este espasmo del alma. Y aclaro, para los registros de la nada: de esa ingente cifra universal, descuento y declaro nulos, los siguientes: Los poemas de desamor, esos fraudes lacrimógenos; los oníricos, deslumbrados por mensajes celestiales de dudosa procedencia; los actos posesivos disfrazados de versos; los que dicta la tristeza en su monólogo infinito; los susurrados por la ansiedad en la oreja; los que comenta la locura en susurros estridentes. Descuento al asesino poeta, al predicador mentiroso, a quien deja rastros vocalizados de Satán mientras habla como los...