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ENCERRADO

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Había salido como de costumbre por mi ruta habitual para el trabajo. Me refiero a todo lo cotidiano antes de abrir la puerta de salida de mi casa, enfilar el portal presuroso y ver delante de mí la avenida Sta. Isabel de Portugal. El día de Julio había empezado plomizo, alguna nube baja y mucha luz. Por esta avenida solía caminar unos trescientos metros hasta desviarme descendiendo por los callejones del casco viejo, en la zona del barrio de Loyola. Cuando iba descendiendo por la peatonal de Crisólogo sentí un trotar fuerte de lo que parecían reses y me volví para observar de donde venía aquel ruido. ¡Qué decir! Pude ver con nitidez: dos berranditos colorados, y uno negro al sesgo, empujándose al desplazarse, dos murachados mamporreros, todos con una cornamenta “ansí de grande”; más atrás venían los toros: uno navarrito, un jijona colorado, y cuatro miuras negros como el betún. Estaban armados para arriba que daban miedo. Apenas discutí conmigo mismo. Empecé a correr despavorido

RESPLANDORES

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Pues no sé si estoy cansado, o ando con síntomas de querulancia, o con presentimientos de una ola gigante, o desarreglado, desangelado, alelado, agilipollado; desaborido, digamos que todos los sabores que he probado hoy son insípidos, y que tampoco hay fragancias en el ambiente, y que más bien mi entorno es un revoltijo de piñata humana. Lo que noto es un vapor de agua o de algo que debe subir de la tierra hacía el cielo, como evanescente (porque pesa menos), que hace temblar el ambiente ondulando lo amarillo, lo azul y lo blanco, si lo miras al refilón. Se está evaporando todo, es la desintegración, la conversión y transición de mi piel al color y la textura de la mojama. Digamos que he venido aquí huyendo de no sé donde; a veces pasa eso, todo el año esperando para huir como un fugitivo, y ahora echo de menos los churros y el café con leche de la Tropical, y aquel olor mañanero a anís que sale de la trastienda, o a lejía que sale de los inodoros; y me parecen casi ceremoniales las bo

ASOMADO

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Por la barba que rodea mi cara me llaman El Asomado . Y es verdad. Parece que siempre estoy mirando fuera de mi mismo. Desde esta paraninfo escrutador, recito y digo mucho mejor mis poemas en los encuentros y tertulias literarias que frecuento. Ayer hice un poema sobre el fuego. En este poema relato (entre abstracto y coloquial), este fenómeno natural relacionándolo con el axioma de la vida: de cómo alegóricamente convertimos en cenizas cosas tan leves como el alma; de cómo el alma emerge vencedora del fuego, incombustible, sin una mala sombra negra; de cómo un niño instintualmente “mea” sobre un pequeño fuego hecho entre envolturas de papel y cegadoras volutas de humo. Todo tan ancestral como el instinto más profundo de nuestro inconsciente colectivo. Hoy le estoy dando los últimos retoques. Lo leeré esta noche en la penumbra de un anaquel lleno de libros guardando mis espaldas. Últimamente me gusta darle forma transcendente a los finales. El final de los poemas debe ser estricto y

RELLANO.

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Mi bloque es de los antiguos, y no tiene ascensor. Son seis plantas y subir al quinto me cuesta lo mío, me lo tomo con calma las cuatro veces que suelo subirlo y bajarlo cada día. A saber: a eso de las siete y media de la mañana, a las dos de la tarde, a las siete de la tarde, y con alguna costumbre, si voy a la sidrería, a las ocho de la tarde. Los domingos tengo una rutina de bajada y subida menor, porque duermo la siesta. Muchas veces había visto a Mariola y a Paquita en el rellano del tercero. Son vecinas de puerta, con aldaba una, y santón de los antiguos la otra, sobre las mirillas de corredera .Siempre estaban así (ahí) con sus catarsis: “Y me dijo ella” “Y yo le dije” “Y la muy fresca me contestó”. No parecían llevarse mal del todo, con sus bolsas de plástico del Alimerka arrimadas al zócalo de madera. Y sus :”Pues hija, eso me dijo”. “No me lo puedo creer”, o, “Vaya morro que tiene”; “Y ella me contestó, textualmente, déjala en casa de tu madre, la muy falsa”. Cosas así se

LA SEÑAL DEL SACRIFICIO.

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Llevo esperando la señal desde hace muchos ancestros, porque yo soy el sucesor, y en mi han puesto a la vez las mismas proporciones de amor, odio y violencia. Mirándome a mi mismo, también he encontrado varias arrobas de miseria, que me pesan y me hacen doblarme sin descaro hacia el suelo. Estoy hecho para blasfemar, me lo habían dicho: Dirás tú nombre en vano, y te abrazarás a todos los que te encaran para hacerles una cruz en la espalda, marcarás su cuello para que un día sean sacrificados si suben a la montaña en el día de su onomástica. Te estoy esperando a ti con tú piel recién mudada, tersa, llena de escamas recién nacidas, a ti que vas con branquias por la ciudad y te asomas a las ventanillas para respirar y decir adiós con los puños levantados. Tú eres el señalado y debes presentarme todos los pensamientos, los que te hacen angustioso el camino, los que te hacen imperfecto. Para ser digno, debes contarme cuantas veces has sido premeditadamente falso haciendo tus negocios, paran

PARAFRENIA.

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Llevo cuatro días fabulando sobre un duende encontradizo. No recuerdo muy bien de qué forma empezó a deslizarse por el balcón a eso de las tres de la tarde; en pleno día. Lo anormal del duende es que empieza a parecer con la cabeza boca abajo, y se asoma despacio por los primeros rayones de la persiana. En esta situación, después de cuatro días encontrándolo, no sé, a ciencia cierta, si es fabulación, o su larga nariz aguileña, que parece tan real, me husmea, oliéndome todas las tardes a eso de las tres. Lo he representado muchas veces de mediana estatura, con cara amarilla, labios rojos, vestido con un holgado quimono verde, con una gorra de mago caída hacía atrás, y unas babuchas abiertas de talón y punta levantada (metidas en unos grandes pies; puestos al final de unas piernas extrañamente delgadas y corvas ). Algunas veces, cuando la persiana está bajada, siento unos golpecitos, y luego una sombra deslizarse por la parte de la luz. Lo veo allí, desde mi postura supina, embobado, co

LUEGO: ...K. T. JASPERS

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Luego subí a casa para romperme la cabeza con un libro, y allí estuve dándole vueltas aquella filosofía que me explicaba de forma precisa por qué estaba tan aburrido. Luego por el patio de luces gritaron que se habían caído unos pantalones desde el quinto, y me quitaron la concentración. Luego me levanté y fui a la cocina, y comí cerezas, me asomé a la terraza y empecé a escupir las pepitas sobre el pantalón que estaba allí abajo espatarrado. Pero me dije que quizás debía lavarse un poco, y fui al baño, cogí un caldero de agua, y lo tiré tal como iba. Por arriba alguien dijo:!ioputa!, y luego yo me escondí detrás de las cortinas, mientras el libro estaba sobre la silla, espatarrado también, en dos, por la página sesenta y ocho. Por el patio no hay mucha luz, hacía arriba es como un túnel vertical, al final aprecias un azul mortecino, y las nubes que pasan muy rápido. Luego, salio otra vez la del pantalón, una mujer que se le descolgaban los mofletes y el pelo y que gritó de nuevo: ¡iop

NOCHE

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Me pone cuando en la noche todo está tan en silencio, y tú imaginación te dice que tengo miedo y entonces te aceras a mi y me coges por la espalda. Cuando estás así agarrada tú bien sabes que me quitas sensaciones angustiosas; sabes que tus brazos me sujetan en ese vuelo rasante que bordea el precipicio sobre las claridades del averno. Cuando siento tu blanda figura sobre mis vértebras y adivino tu respirar sobre mi nuca, las arrugas de tu frente, tu pelo espeso, tu olor de siempre, sabes que el caballo de la muerte se detiene, y ya no tengo miedo a que me toque su leve silueta. Me pone tú cabeza caída, tus manos elásticamente flojas sobre la extraña dimensión de mi espalda a eso de las cuatro de la mañana, mientras la calle se queda sola, hablando con aullidos, y lo que me iba a devorar ya no me devora, y se queda fuera, y lo veo con los ojos abiertos observándome tras la ventana con su capa oscura y su velo invisible, con infinitos mensajes de dolor sobre los huesos de sus manos. Me

SIRENA

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Otra vez sobre la proa del barco vinieron aquellos delfines que parecían tirar de el; quizás les gustaba la espuma que rompía sobre el agua; solían acompañarnos millas y millas cuando había calma. Esta vez eran nueve colocados por el lado que rompía hacia estribor. Yo me quedé embobado observándolos, iban tan alineados que me pareció oportuno sacarles una foto, no era habitual sacar escenas del mar; la rutina diaria de las duras jornadas de trabajo lo convertían todo en pasajero, usual, sin muchas ganas de guardar en el recuerdo; pero como había contado en el trasluz del agua hasta nueve delfines, me pareció curioso. Después de sacar la foto me quedé ensimismado unos instantes viéndolos allí, con aquella velocidad vertiginosa como si fueran arrastrando la proa. Entre la luz del sol que daba de costado, las siluetas apenas perceptibles de los delfines, y la espuma blanca de la rompiente, hizo que una extraña ensoñación óptica surgiese ante mis ojos: p udiera ser que allí delante, a uno

MOMENTO

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Estoy ahí contigo de la misma forma que las ramas hasta el final en el árbol seco. Y doy vueltas contigo, incluso me arrastro por todos los lugares. Y algunas veces al ir contigo tan alto te reclamo un beso, que me das y que yo te devuelvo. Me atrapas entre tus piernas, y me derrites, me desintegras dentro de ti, con tu calor, con tus manos abiertas para que las lea. Y luego los dos juntos comemos el aire de todo el mar a puñados, como si llenáramos el vacío de sal y rastros de luz roja. Estoy contigo y no parece pasar nada: de todo estar tan quieto las aves vuelan sobre un punto, las ramas no se mueven, y parecen dibujadas sobre el cielo.

SENSORYS

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Hacía varias horas que me rondaba aquella idea por la cabeza, pero no sabía como darle forma. Algunas veces suele pasar eso en los bancos de pruebas, estas dándole vueltas y vueltas a algo sin encontrar una solución que te satisfaga. Analizas pormenorizadamente todos los detalles; incluso te llegas a abstraer de otros problemas pudiendo desembocar en una obsesión completamente desordenada llena de tormentas de ideas. Estaba claro que no iba poder ajustar aquellas dos piezas para que el mecanismo funcionase a la perfección .Repasé de forma adecuada la cola de milano de la guía posterior hasta dejarla en la parte larga y en los vértices de las esquinas con una tolerancia de tres millonésimas de milímetro. Adapté también todas las articulaciones en los tensores cableados por hilos de acero de apenas una décima, regulando la presión hidráulica a cero coma ciento veintitrés bares. En el banco de pruebas se movían todas las articulaciones a la perfección dirigidas por el plc, desarrollando t

EL DÍA MÁS LARGO

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Adivino que estás ahí porque hay una sombra que se le ha escapado al sol, y percibo tú silueta colgada de la campana aspiradora de la cocina; y veo tus manos manoseando no se que, pudiera ser una patata, o una manzana, porque cuelga un rizo de piel que baja balanceándose hasta el fregadero. No creo que sea otra cosa. Por encima de los muebles hay dos jarrones de Talavera, y desparramado sobre la alacena presiento que has tirado hojas de eucaliptos de nuestras “selvas”: flotamos sobre ese olor a vahos de viejo como si expectorásemos debajo de una sábana. Esto es todo lo que adivino. Te estoy observando por la rendija que deja la puerta entre las bisagras y no quiero entrar a tu mundo, porque el mundo es tan pequeño como tú quieras, y está quieto y plano si tú lo deseas, ya que el cosmos no existe para ti , tú estás en el; si acaso la señal inequívoca de la sombra que se desplaza por donde el sol va a escondidas, deformando la perspectiva de forma diferente, invadiéndolo todo, sin dejar