LA MARIPOSA.
Aquel domingo era de esos en que te levantas después de haber dormido mucho, algo sudado, y al abrir la ventana ves esa calima baja que parece tapar los edificios más cercanos, y no sabes si es contaminación de fábrica siderúrgica, o niebla que trae el mar. Ella se había levantado por su lado y yo por el otro lado, por el mío, y allí habían quedado aquellos dos huecos en la cama casi perfectos; la fina colcha por el medio, sin deshacer, indicando que en toda la noche no nos habíamos ni rozado. Yo estaba acabando de lavarme la cara, cuando ella entró en silencio en el baño, y me puso aquella lista encima de la repisa de cristal donde estaban las toallas. Miré la lista de reojo, y mientras me enjaguaba la boca, fui leyéndola mentalmente: cuatro tazas de eupcakes, dos porciones de tarta de chocolate, un bizcochuelo, uno de crema de chantilly, dos palmeras, una porción de tarta de queso, un trozo de tarta de nueces, una torta de almendra, y cuatro carbayones, -lo de cuatro carba