Entradas

Mostrando entradas de noviembre, 2025

LA GOTA DE MAINSTONE.

Imagen
  Con frecuencia contemplaba la paciencia, esa actitud de las plantas para crecer tan despacio, la resignación geológica de las piedras del mar, suavizadas y ovaladas a lo largo de los años, hasta alcanzar esa forma suave y certera, bajo colores disimulados: pálidos grises y blancos expectantes. Mis estados anímicos se medían en intervalos, en ciclos observados con la frialdad de un experimento. Todo en mi entorno poseía esa cualidad: una cierta resistencia al raciocinio, una "fisicidad" opaca. Sentado en una silla de mimbre, sobre un balcón que daba a una vegetación anárquica donde predominaba el verde del ballico, el brezo oscuro, los zarzales enmarañados y una grandiosa mimosa de ramajes aplastados por el viento, yo era solo otro fenómeno más en observación. En aquellos instantes, todo me olía a brea. Mi orín era un termómetro químico de mi decadencia: unas veces despedía el olor de la brea recalentada, otras el leve rastro del amoníaco, o ese dulzor extraño y fétido de la...
 Poemas de un paleto ¿No hay suficiente entretenimiento en tu vida? Especialmente esta noche, ¿verdad? La tele está muda, el sofá te devora, y el pueblo entero duerme a pierna suelta bajo una luna redonda como un ojo de buey. ¡Entonces no te lo pierdas!, grita la pantalla del móvil, ardiendo en la penumbra de tu cuarto. Esa lucecita azul es la única hoguera que te queda. Podríamos estar divirtiéndonos sin complicaciones muy pronto, dice el mensaje de ella, esa mujer que no es de aquí, que habla con la boca pintada y promete fuego sin quemar. No necesito ningún romance u otra cosa tonta. Esa es la atadura que no queremos. Tú, que apenas has rozado una mano en el baile, que sabes más de vacas que de versos, sientes que te llama por tu nombre de barro y, al mismo tiempo, por otro que no conocías. No eres un extraño para mí, insiste. Sabes de lo que estoy hablando, ¿verdad? Y tú, que nunca has sido sabio en esas lides, asientes frente al cristal que refleja a un hombre con camisa de cu...

BERBERECHOS.

Imagen
Ya casi sin voz. De esa forma. Casi sin voz. El suelo era frío. Una losa de mármol contra mi costado casi desnudo, mientras arriba, el montículo de su barriga subía y bajaba con un ritmo de fuelle roto a veces. Ocho minutos. Llevaba ocho minutos en este equilibrio absurdo, equidistante de todo menos de la cama, con la mano aferrada no para levantarme, sino solo para elevar un poco la cabeza. Mis gritos, sordos, se perdían hacia el norte, el este, el oeste. El sur, un territorio vedado por la rigidez de mi cuello. Las sábanas, mi sudario arrastrado en la caída, me protegían de la brisa pero no del frío que ascendía de las baldosas. Y el olor. Siempre el olor. No a sudor o a cerdo, sino a agua salada y metal, el aroma fantasmal de los berberechos flotando en sus latas, las mismas que ayer, a media tarde, le pedí a ella que me trajera. "Sácame otras dos latas de la alacena, (joder). No quiero cucharilla del café, las voy a beber, ya sabes que siempre las sorbo". Ese sabor a defo...

LA SOLEDAD DEL OBSERVADOR INERCIAL.

Imagen
  Cuando estuve en ese punto ya no pude parar. Mi línea de universo no se acaba nunca. Me llamo Eulogio Doviño Sueiro. Natural del municipio de Piñor, Ourense, comarca de Carballiño. Desde hace seis años padezco el síndrome obsesivo-compulsivo de los espacios de Minkowski. Fue hacia el año 2019 cuando comenzaron a tratarme con Citalopram, a dosis moderadas. Mi especialista cambió el tratamiento hace unos dos años a Fluoxetina, una pastilla única de 100 mg que tomo por la noche. Esto hace que me adormile y me levante desorientado, sin la sensación de haber dormido ni soñado. Cuando empecé con estos síntomas obsesivos, hace unos seis años, daba clase de Física Cuántica en una academia superior a un grupo de alumnos sobre el tema concreto de la probabilidad de encontrar un electrón en el espacio-tiempo de Minkowski. Era primavera. Al llegar a mi casa, comencé con aquel impulso incontrolable de estar ubicado en los tres ejes coordenados. Recuerdo vívidamente la disposición de mi Ser en...

EL EXORCISTA.

Imagen
  --"Mira que te lo dije". --Cuanto antes. Llámalo. Se lo dije varias veces. Ya desde hacía casi dos años que  El Padre Rogelio se ofrecía en las Páginas amarillas. A la casa donde está exorcizando el exorcista se llega por una escalera larga. Un tramo de peldaños de madera carcomida que se elevaba como una cicatriz en la fachada lateral de la vieja vivienda del antiguo municipio de Almansilla de los Condes. Un buen trecho de peldaños aunque seas la Muerte. Ya vieja. Que vas, con tu capa negra hecha jirones pasando el frío del anochecer, para ver el sainete diario y pasar  el tiempo. En vez de acercarte al bar y llevarte al limbo de los justos a un pavoroso arrivista lleno de metílico. Noviembre había echado el cerrojo sobre Almansilla. El aire olía a tierra mojada y a leña quemada de roble. Dentro, en la habitación alta, el mundo se torcía. Allí, por una ciencia perversa, por un quiebre en la costura de las cosas, hay un milagro: si miras de frente  tu mismo te pued...
  La mano que no toca Dicen que el universo es silencio, pero bajo ese aparente vacío hay una música que no cesa. Una sinfonía que no necesita aire ni cuerdas, pues vibra en la hondura invisible donde nacen los campos. En el principio, cuando el vacío era apenas un mar inmóvil, cada campo dormía como una cuerda tensa a la espera del primer roce. Y entonces —tal vez sin propósito, o tal vez con ternura— una mano invisible se alzó sobre la nada. No tocó, porque no hacía falta tocar. Como el músico del theremín, supo que bastaba acercarse, sentir la distancia, modelar la vibración con la sola presencia. El vacío respondió. Y del equilibrio inmenso surgió el temblor: la primera nota del ser. Desde entonces, esa mano no ha dejado de moverse. A veces se eleva, y el cosmos se expande. A veces desciende, y nacen galaxias, átomos, cuerpos. Cada movimiento ajusta la intensidad del campo, cada gesto afina una frecuencia en el mar del vacío. Nosotros —átomos pensantes, onda...

POLVORA

Imagen
Llevaba a cuestas un sarpullido mental. Robert Capa hizo instantáneas maravillosas mientras la Luna se caía sobre Extremadura. Por las sierras de Madrid, las piedras estaban desgastadas por el viento de Dios. Todos ellos bajaban a retaguardia y se abrían el pecho para recibir besos, o la levedad de alguna mano de niño; para que les posasen sobre sus pelos blancos, en forma de sortijas, alguna flor roja. Indistintamente. Todas las cárceles eran un frente. Y los dedos abiertos esperaban entre los sacos terreros, suplicando a los muertos que les cerraran los ojos. Ellos estaban allí, altruistamente, escuchando canciones. De los olores no hablo. Del sufrimiento que intuyo en las imágenes. Mis ojos se clavan en el blanco y negro, buscando durante muchos minutos las vidas que laten tras instantáneas llenas de tragedia. Vislumbro lo que las palabras describen, una y otra vez releídas, por si capto algo que me trasporte, soñando despierto con los ojos cerrados, tal como hoy, cinco de julio de ...

PUBIS.

Imagen
  Meditaba así, a sotavento de los visillos. Ésa era mi postura filosófica: con el mundo al otro lado del cristal y yo en el vacío de la habitación. La tela, inflada por un resuello de viento que se colaba por la rendija, se abultaba hacia el interior como un vientre o como el lomo de una bestia invisible que se apretara contra la casa. Tenía una vida momentánea y grotesca, esa protuberancia de lona que jadeaba y luego se deshinchaba, un fantasma de aire y forma que era el único testigo, aparte de ella. Ella estaba frente a mí. No en carne, sino en presencia, una estatua de desafío erigida en el centro del cuarto. El recuerdo de su última pose era un fuego que me quemaba por dentro. Me contuve mucho, muchísimo, para no abalanzarme hacia ese espectro, para no estrellarme contra la realidad de su burla. Allí, desafiante, insultante, lo último que pude verle fue la mano, hundida en el vértice de su ser, cogiendo su sexo a un puñado de carne y furia. Y la voz, rasgando el silencio polv...

SOLEDAD

Imagen
Cuando el mundo comenzó a girar en un torbellino silencioso, faltaban dos minutos para que la septima década de mi vida cayese sobre mis hombros. Una náusea profunda, anclada en lo más hondo de las entrañas, ascendió hasta mi garganta. Y cuando apenas quedaban unos segundos para la onomástica, me aferré a la manilla de la puerta del baño como un náufrago a un madero, y en medio de tanta, tanta soledad, me fui desplomando lentamente de rodillas, mientras mis ojos observaban el giro frenético de todo lo que me rodeaba. Quedé partido en dos mitades: la superior, el torso, hundida sobre la moqueta verde oscura del pasillo, y la inferior, los pies desnudos, reposando sobre el gélido azulejo blanco del baño. En ese estado nauseabundo, con la boca aplastada contra lo mullido y la planta de los pies percibiendo el frío mineral de la losa, solo existía la evidencia de mi cuerpo y el peso de la ausencia. Y así, tendido en el umbral, entre tanta soledad. La hora, por la luz que se filtraba, quizá...