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ÚLTIMO SABOR.

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Algunas veces por la boca hay algo que te sabe dulce y no sabes lo que es. A Bernasito lo que más le gustan son los lacasitos y los caramelos de goma de colores, los afrutados a limón algo amargos, así, blanditos mojados en azúcar. Le hacen mirar con cara pícara de viejo listo. Suelta babonas viscosas , y cuando bajamos por la Rua Armorica hasta las murallas romanas, va estirando la mano como si quisiera decírmelo con sus gestos. En Guayambe a los viejos lelos los llamamos ricochos , pero yo a Bernasito le he cogido mucho cariño, ya es un año de acarreármelo. En la politécnica salesiana saqué educación parvularia , y a Don Eudes Casielles, el hijo de Bernasito, como que le atrajo porque dice que se ha vuelto como un niño de cuatro años que aún siente los sabores y los colores. Yo  lo noto al llegar a la quiosquera de Fontiñas, mueve las manos como si dijera albricias de niño con su vayvén . Sus reflejos de condición le dicen que le voy a dar los chuches, por eso suelta aquellos

FORMAS.

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Antes que la nada. Llegas a un punto en que eres indivisible. Lo que hay en ti es lo mismo que hay en otros. -Quiero decir que leo un libro que se llama… de qué cojones me hicieron-. Va sobre los teóricos que cuadran cosas con las matemáticas, al estilo del cuento de la vieja, al estilo del juego del niño que le falta una pieza del rompecabezas. La ciencia está en buscar lo más pequeño y arriesgar la búsqueda sobre lo más grande. Quedarte de pie, es un delito, si dejas tu mente en blanco. Acariciar -por ejemplo-, y no sentir, es un axioma. No suponer que debajo de tu mano hay otro ser como tú. Decir como un autómata, al mismo tiempo que acaricias, te quiero. Por otro lado hay cosas que sólo puedes medir con el razonamiento: tu existencia. No desistas nunca. Si has de abaratar tu precio, hazlo, comer el plato del día, ponerte en la cola de la beneficencia, sorber una sopa que no sabe a nada. En lo que se refiere a la existencia, no tengas límites, no existen dimensiones. Pero si estás

NUNCA TUVISTE MIEDO.

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Yo a veces pienso que me meto otra vez por el coño arriba. Pienso que subo a duras penas, casi resbalando, con mis manitas pequeñitas, con mi cabecita pequeñita, con mis piececitos, y me quedo allí dentro, acurrucado, los deditos ligeramente encogidos, todo tan acogedor, una estancia sin paredes, sin luz, nada angustiosa. Estuve diciendo si por lo menos mucho tiempo. Y ahora estoy agotado. También dije si no hubiera salido una mañana, ahora sería otro, y por lo menos no estaría deseando otra vez subir besando el coño hasta ese hueco, para volver a permanecer acurrucado, escuchando sonidos como ecos dentro de una flotabilidad inmensa, simplemente agitado en cámara lenta, girando sobre mi mismo  como un astronauta. Eso de que miras para abajo y ves subir la polla es mentira. Eso de que ves la polla soltar toda la leche es mentira. Una vez soñé que me engendraba a mi mismo, y estuve a punto de tirarme en marcha por si nacía otro mal nacido. Eso de que la polla de tu padre te da en la

PALABRAS MÁGICAS.

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Es a cualquier hora de la mañana desde las seis a la una. Indiferente. Fuera hace mucho frío. Antes de ahora el cielo tuvo nubes blancas, no tan opacas.  Doy fe de que estoy aquí desde después de después. Ayer. Me propuse dejarme de ceremonias pero no pude. Menchita, anda poniendo repollo con una morcilla y un sofrito de ajos, perejil, puerros, zanahorias, y pimentón dulce. Borbotea cuando lo destapas, y el vapor sube diluyéndose. No hemos ventilado. Desde dentro no se nota, pero el efluvio debe ser desolador. Algo de nosotros en el ambiente y el repollo, y las cosas que también huelen. Los armarios huelen y las zapatillas por dentro y, en sí, las paredes, las alfombras. No sé. Percibido en su conjunto. La niña estuvo aquí ayer. No ahora. Ni antes. Digo ayer. No hablaba. Entrar. Esperar. Hurgar. Encontrar. Recoger. Salir. Son actos. Si avanzo me obligo a detenerme ceremoniosamente. No de cualquier forma. Debo parar con los pies juntos. Tengo más puntos débiles, como es el de prever

NO HUBIERAN VISTO NADA.

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Señor  Sargento: La mañana era como si se hubiese salido de madre. Había polluelas pintojonas asustadas, y algún milano dando tumbos por los peñales del Bustio. Pero lo que me asustó mucho fue aquel buitre negro despellejando una  cabeza de becerro sobre los juncales del Calamón, según bajaba hacía el pueblo. A mi los ratoneros ni las garcillas no me parecen de mal agüero. Me las puso Jamín, el de la ferretería  la Aldaba, sobre la carroceta, y volví a subir. Le había dejado dos de butano y tres de camping gas encima de la repisa de un horno en desuso, y me dijo, pasa Antón, tengo orujo de la Ribera de Poncianes, es de mezcla de pulpa de uva y de manzana reineta, está más fuerte que aguarrás. Me sacó una botella mediada que había sido de anís del mono, de las de jácara y zambomba con tenedor. Me senté en un taburete de la cocina. Me arrimó la copa, y me la llenó cinco veces, o más, no recuerdo bien. Pasó el tiempo. Arrumbaba una carinegra desde los berzales, como hablando. Pasaro

TAN INDEFENSOS.

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Para aquel – como bien dijo el poeta-, que al nacer se supuso lleno de calor con esa tierna elasticidad y esa blandura de lo primigenio, sobre unas manos, arropado por el calor de una cálida estancia diminuta. Todo lo vegetal que nace también es así, blando y agitado por el viento, desde el mismo instante en que ves un mínimo punto germinado. Todo va desde la blandura a lo reseco y duro. No sé por qué cuestión, el desintegrarse pasa por esa etapa, que si te fijas, vuelve a ser frágil porque no tenemos nada de agua dentro de nosotros mismos. El fenómeno en si es el agua. Yo te decía. Nos acercamos el uno al otro. Tú la mitad del camino. Yo dos pasos más. Y me das la necesaria mano. O me das un beso necesario. O me acercas tu piel por la parte baja de los ojos. Y quizás, así, tan íntimamente, me venga ese olor tuyo a varias gotas de perfume, o lo característico de cada uno de nosotros, para reconocernos cerrados los ojos. El reconocernos por el olor es un instinto casi olvidado. Habl

14 HORAS PM.

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Olía tremendamente a gas pero no me di cuenta. Salí lanzado por los aires a las 14 horas PM, y fui subiendo como una hoja seca. Al principio pensé que mi destino era la magnetosfera. Visto así a vista de pájaro es como si todos quisieran volar como tú. El caso es que no iba completo: mi cabeza por un lado, brazos y extremidades inferiores por otro, y el corazón, qué sé yo por dónde iba, pero no iba conmigo, fue entonces cuando comprendí que no hacía falta para nada). Junto a mi subía Eulogio, el quiosquero, mucho más descuartizado, fue plena onda expansiva, y era un trocito aquí y allá mucho más arriba de donde vuelan los azores. Lo vi pasar raudo, tan deshecho que no supe con que parte hablar. De todas formas, cuando nos caímos en el suelo éramos todo uno. Las explosiones de gas tienen algo inmediato, que te deja pensar un poco pero no sabes en realidad quién eres. En la sidrería sólo se ha salvado la cocinera por ir a cambiarse el tampax. La vida es así. Si me hubier

DOLIENTES.

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Yo no sé si estaré vivo cuando lleguen los tres arcángeles. Me da mucho miedo. La manzana no cae a su abismo porque esté llena de materia, se precipita porque ya estaba muerta. Tampoco está claro hacía dónde nos extendemos. Aunque no lo creas, no sabes a dónde vas. Aunque no lo creas solamente percibes de lo que te rodea una mínima parte del espectro que va desde al amor más tierno a la violencia más absoluta. En cualquier punto de esos colores infinitos quédate a suponer lo que no captas. Has de suponer que siempre podrás estar entre la cruz de una mirilla, dispuesto siempre a morir, debajo de un dedo que razona si apretarse. O cagando en los fétidos servicios de una estación de tren. O dando vueltas por un descampado buscando a alguien que te acaricie. No me desees nada. No es verdad. No tienen fundamento teórico tus deseos. Mi hermana vive sola y siempre tiene un ramo de flores sobre una mesa camilla. Mi abuelo Carlos vive sólo y se asoma a la ventana del comedor a eso del atard

RECUERDOS DE DICIEMBRE.

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Hubo tiempos felices, y sobre las cunetas pulpa de uvas. y moho verde sobre las gruesas losas de los tejados, y el humo de las casas, tan blanco que se disolvía donde el azul frío de  diciembre,  infinitamente gélido y eterno. Ahora quizás recuerdo que hacía poemas irreverentes. Poemas que hablaban de blasfemias, de extrañas osadías, de la revolución de las mujeres, de los hombres. Y que a cada estrofa ponía: Pero Yo Te quiero. Los tiempos felices te embargan, cierras los ojos, y ocurre: rastros de olor a pino, estiércol, procesionarias royendo sabias, el sonido del agua. Y argumentabas, no me hacía falta nada, sólo la vida. Y eso lo tenía y amaba a mi forma. Y si había que morir estaba dispuesto, a morir con las botas puestas. Amabas así, y de vez en cuando le ponías: Pero Yo Te Quiero. Los tiempos felices son despreocupados, allá por diciembre. Nada te hace falta, sólo tú y tu joven pecho. Dispuesto para la trinchera, incluso, soñabas, mártir en un interrogatorio por la libertad. P

LODAZAL EN EL INVIERNO.

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Hoy el cielo apareció más alto que ayer. No sé si es (así) .Si es así yo he caído más bajo. Como siempre. Vino Nelita con el bolso negro a eso de las nueve de la mañana y yo quise saber lo que traía. Así que le dije, Nelita, enséñame el bolso . Nelita se dobló con el bolso abierto y yo me asomé al bolso, había cosas que nunca había visto, así (así) que metí la mano para detectar su forma y su tacto. En el bolso de Nelita había como un espejo donde se reflejaba el cielo, casi hacía daño, salía un rayo fulgurante que te ponía en los ojos un resplandor eterno. Cuando le metí la nariz me vino aquel olor al perfume de Nelita. Olía a madera de roble. Olía a un caldero con posos de lejía, y por decir algo hermoso olía a polvo de la Luna. Escucha, no abras las ventanas, me da miedo a que entren los espíritus impuros. Escucha, si abres la ventana puedo salir yo que estoy flotando. Pero abría las ventanas y empezaba a canturrear algo que no tenía son, a lo lejos, aquel siseo monosílabo con a

VAGÓN DE TREN.

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Habíamos vivido con muchas flores, un ramo aquí, otro allí. Nos veíamos y había mucha paciencia y mucha pasión, y a veces era como si nos robáramos el uno al otro los pensamientos. -Ya no te digo. Para bendecirla follamos en todos los sitios de la casa, menos dentro del armario, por lo incómodo. Éramos muy dados al polvo del calefactor, que no lo explico por no alargar este  -digamos-, poemilla. Algunas veces encontrábamos granos de café en el suelo de la cocina, y pétalos. Casi no había muebles pero lo teníamos todo guardado. Teníamos hojitas de laurel resecas para dar gusto a las cosas. Y hacíamos cuentas de lo que debíamos. Hacíamos cuentas de lo que habíamos pagado. Hacíamos cuentas de lo que nos quedaba por pagar. Con algunos papeles arrugados que tirábamos al suelo yo le hacía mariposas del invierno. Y le decía: ¡ a qué te follo! Pasó el 2006, el 2007, en el 2010 nos empezó la fiebre. Yo le decía, no te preocupes aún quedo yo, tú me cuidas. Pero las flores. Mira que valdría cua

NO SÉ CÓMO SE MIDE.

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Lo más diminuto no puedes medirlo con la luz. La propia luz modifica su estado y por lo tanto su medida. Las gambas de la sopa de pescado habían tenido una erección porque flotaban todas con el rabo pelado hacía arriba. Luego había trozos de merluza, puede ser que congrio, berberechos, y bastantes almejas con la rajita abierta, todo mezclado con abundante picante en unos platos decorados con flores azules que parecían moscas. Yo a las almejas las cogía una a una y las chupaba mirando para mi cuñada Panchita que estaba frente a mí. Comíamos en la cocina y aquello era como un fumadero de opio; el abuelo Carlos, mis primos Romerito y Silvestre fumaban y comían a la vez. A saber, estaban: Panchita, Silvestre, Carlos, Romerito, mi prima Victoria, mi hermano Inocencio, mi otra concuñada Bárbara con los dos niños Peluco y Nerina, la abuela Lucía, mi otro primo de Calatayud y su mujer Yola, y el hijo mayor Pedrito, mi otra hermana la divorciada, Marién mi hermana la pequeña, mis padres;