ESCALERA
Me giré para contemplarme sobre el espejo del portal. Era el gesto habitual siempre que entraba. Mirarme. Y seguir por las escaleras. No suelo coger el ascensor por mi claustrofobia eterna. Cuando comencé a caminar hacia el cuarto noté que alguien iba delante de mí, sentía sus pasos, parecían los tacos de una mujer. En el primer descansillo me paré unos instantes y aquellos pasos también pararon. Me pareció extraño. Seguí subiendo y los pasos se reiniciaron delante de mí. Sin duda eran tacones de mujer. Me paré de nuevo y los tacos también pararon. Qué extraño era todo aquello. Cuando llegué al cuarto B, donde vivo, los tacones sonaron sobre el quinto piso. Quiero decir que mi bloque es de ocho plantas. Metí la llave en mi puerta y la volví a sacar de la cerradura preso de la duda. Qué raro todo. Proseguí subiendo, me paré en el sexto, en el séptimo, y los tacos pararon igualmente. Sabía que en el rellano sobre el octavo encontraría aquella mujer. Allí solo estaba la caja de ascensores