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LA TRIPITA

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Me dijo que se lo hiciese despacito. Eso para mi era un problema. No por que no me gustase. Es que con ese diapasón aguantaba mucho menos. A mi siempre me gustaba empezar con la boca anudando y anudando aquel cordelito de bramante y, cuando estaba todo preparado y húmedo , meter la tripita y, dar aquellos tironcitos, que eran como si dominase la situación, sin previo aviso, cuando estaba la tripita bien metida, y la postura era la adecuada, entonces el tironcito, entre violento y suave, moviéndome un poco hacia los lados, como le gustaba, y siempre susurrándole, cosas del día, mirándole a los ojos, sin mayor importancia, preguntándole cómo lo quería, como lo deseaba, para que entendiese que lo hacía para ayudarle a sentir toda la amplitud de la tripita. Muchas veces ella me cogía por atrás para darme más ímpetu, aumentar el ritmo, como ansiosa y, yo me sentía pequeñito, de tan amplia y lubricada como estaba, a decir verdad era muy suave, era como si me deslizase por la más entrañable v

ESCALERA

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Me giré para contemplarme sobre el espejo del portal. Era el gesto habitual siempre que entraba. Mirarme. Y seguir por las escaleras. No suelo coger el ascensor por mi claustrofobia eterna. Cuando comencé a caminar hacia el cuarto noté que alguien iba delante de mí, sentía sus pasos, parecían los tacos de una mujer. En el primer descansillo me paré unos instantes y aquellos pasos también pararon. Me pareció extraño. Seguí subiendo y los pasos se reiniciaron delante de mí. Sin duda eran tacones de mujer. Me paré de nuevo y los tacos también pararon. Qué extraño era todo aquello. Cuando llegué al cuarto B, donde vivo, los tacones sonaron sobre el quinto piso. Quiero decir que mi bloque es de ocho plantas. Metí la llave en mi puerta y la volví a sacar de la cerradura preso de la duda. Qué raro todo. Proseguí subiendo, me paré en el sexto, en el séptimo, y los tacos pararon igualmente. Sabía que en el rellano sobre el octavo encontraría aquella mujer. Allí solo estaba la caja de ascensores

ALMOHADA

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La silla en que me siento a tú lado ya está desgastada. Me gusta llegar rápido a casa para contemplarte, y poder darte besos. No quiero que llegue el atardecer y que estés sola. Ha sido tanto tiempo juntos, tanta pelea, que ahora eres como mi brazo, como mi pierna, o como mi corazón. Pero estoy tan triste porque creo que sufres y no te mereces esto. Y estoy triste porque no sabes quién soy, quien te aprieta la mano, quien te limpia la frente. La silla en que me siento al lado de la cabecera de tú cama ya está gastada, algo sucia, de cuando aún podía reclinarte sobre almohadas, ponerte en postura de ser humano, alargarte cucharaditas de papilla de niño. Pero ahora, cada vez que te contemplo entubada, con ese cansado respirar que te ata a lo que la vida significa, me da tanta pena que mis ojos intentan perderse en la penumbra de la habitación, tratando de no contemplar nada. O quedarme dormido a tú lado, sintiendo que aún palpitas, que aún desprendes calor, que tú vegetación es extrema

BUITRES

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Siempre que a Prudencio le tocaba segar la Avena Fatua por la primera quincena de Mayo. Se marchaba muy temprano de casa montado sobre la Casta, una vieja mula de carga y un macho primerizo que le llevaba las viandas y los apeos para la jornada. Cuando salió de San Martín el día apenas clareaba. El Macho iba atado al rabo de la Casta, rezongando y de mala gana. Cuando el sol ya estaba subido sobre el pico del Texo, ya veían la pradera verde y amplia. Su marca comunal era la más lejana, así que iban atravesando aquel campo verde como si fueran flotando sobre un mar de pequeñas hojas dejando un rastro de tallos doblados. Cuando llegaron al roble de marca descargó la mula y el macho, sacó la bota de vino de las alforjas y la sumergió hasta la mitad en la torrentera del Foxo, por donde bajaba el agua fría y cristalina. Las alforjas de las viandas las colgó de una gabita del roble, y a los animales, con cuerda larga, al mismo tallo. Montó la guadaña, la afiló y comenzó con la primera hilera

HOTEL

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Nada puede ser tan sutil como un ataque de melancolía. Llega tan despacio, tan apático, tan fatigado, tan lleno de sopor acumulativo, que va creciendo como las dunas del desierto. Esta melancolía de la que te hablo está reservada a los mortales como yo, dejándonos el alma al descubierto como los pechos de los santos parroquiales, para que la lluvia los azote, para que el viento los roce con su penoso silbido, para que el sol los diluya en las tardes de solano. Pero a los melancólicos nos gusta la oscuridad, escuchar en el lecho que el tiempo no pasa, para que el pensamiento no sea medido y pueda viajar recreándose entre la escasa claridad de las cortinas, entre el abismo del techo y mis ojos abiertos como puños, o entre mis ojos y el cristal reflejado como una mueca viviente en la pared. Y es que hoy debo acordarme de ti otra vez, de una hora cualquiera entre las interminables horas en que descubrías mi cuerpo, entre todos los cuerpos moribundos y, te quedabas aquí, tan feliz, a mi la

MIGAS

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La mirada bovina de el lo inunda todo. Las cuatro paredes son su imperio. Ahora mismo se pavonea delante de un espejo con sus muecas, levantando pesos ficticios que casi tocan el techo. Hoy ha sacado los tanques al pasillo, y allí no se mueve ni dios. En la habitación del niño el escalextric se ha parado. Ella bambolea la fregona sobre el suelo húmedo de la cocina, vigilando por la rendija de la puerta sus movimientos cargados de ira. Camina descalzo, el pijama abierto, la barriga dispuesta para chocar en una marcación, gritando su fuerza animal, y la grandeza de sus fracasados proyectos. Hoy no habrá paz, ella lo sabe y ; piensa cómo pasar lo mejor posible la noche, mientras recoge las migas de pan sobre la mesa.

OLORES

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Mi padre queda en el pajar destilando orujo. Cuando marchamos de allí mi hermana y yo olían las uvas machacadas, el sarmiento, el roble quemado, y las manzanas maduras colocadas sobre la hierba seca. Bajamos corriendo por el prado hasta la compuerta de riego. Ahora veíamos el río Navia a nuestro mismo nivel totalmente manso, como si sobre su superficie hubiese papeles de celofán moviéndose lentamente. Bajamos la compuerta de madera, y el agua dejó de entrar en el canal con apenas medio metro de altura, luego abrimos un pequeño aliviadero al nivel del fondo, y una torrentera en forma de coleta empezó a bajar prado abajo. Cuando el agua fue disminuyendo de nivel comenzamos a ver sus lomos plateados moviéndose al trasluz, y cuando ya no hubo agua, las cinco truchas movían desesperadas su cola, abriendo una y otra vez la boca buscando el aire. Allí donde estábamos empezaba a olerse la madera podre de la ribera, y ahora el río tenía un tono verde y estaba completamente plano. Las truchas

MANOS

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En el hospital he tomado una actitud calmada y racional hacia mis problemas; reconozco que no tengo ninguna razón para sentirme así por los gérmenes, ya se que era de tontos lavarse tantas veces las manos, aunque sigo sintiéndome muy a disgusto si no lo hago. Se que me están analizando una y otra vez para descubrirme posibles sentimientos de culpa. Me dicen, habla, cuéntanos cosas que se te ocurran, y yo qué se que les cuento: imágenes desprovistas de sentido, emociones usuales de cómo cambio de jabones, pensamientos desordenados de antes de dormirme, recuerdos de la infancia, sentimientos que me abordan con frecuencia, y los olores que descubro una y otra vez en mis manos. Aparentemente creo que he disminuido la frecuencia de los enjuagues. Me han dicho que no de la mano a nadie. Si quito mis guantes casi veo las venas de mis palmas, de tantas veces que las restriego bajo el agua. Pero, a pesar de todo, sé que aun existen gérmenes entre mis dedos, los siento desplazarse por mis yemas,

CAMA

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Me ha pasado que no he podido despertarme a tiempo de tan rápido que he dormido. Me sucede a veces que deseo quedarme aquí revuelto entre las sábanas, en el profundo hueco del colchón desgastado, marcado por el efecto de los muelles en los que reposo, desde hace mucho tiempo. Hoy a ciencia cierta podría contemplar largo rato las claridades que me ofenden, por si hubiera regresado de un sueño, o de otro lugar que no recuerdo. El levantarme es una desgana que no me propongo superar. Obedece a la misteriosa necesidad de ser ingrávido, mi ancestro quiere convertir el aire en una pastosa placenta, que aún me proteja de todos los misterios que me aguardan. Quiero regresar a ese lugar sin luz, que se despidió de mí hace unos cuantos lustros, para dejarme posado sobre la inmensidad. No deseo la brisa que me saque del letargo, ni la frialdad de las baldosas que me levanten la piel de los pies, sintiéndolas tan frías, como el corazón de una estatua. Deseo tomar otra vez un vaso de agua y dos gra

INEN

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…estar en la cola del paro no es circunstancial, ni nada poético, es un anatema, en el sentido etimológico de maldición, nada que decir al respecto, ni nada que argumentar, ni nada que oponer, ni nada que objetar, por eso, ni nada de nada, simplemente estoy aquí, en la calle Camino de los Ganapanes, Barrio del Pilar y , son las seis de la mañana, la cola es muy larga, dijérase que todos nos hemos puesto de acuerdo para venir a esta hora, pensando que aún nos quedan dos horas de cola, y esta es la cola identificada como la cola del martes día uno de diciembre, porque hay otras colas, cada día tiene sus colas, y esta es la hora que he dicho, y somos una buena colección de razas: negros, moros, blancos, amarillos, algún cobrizo, mongólicos, caucásicos, malayos, puede que allí haya hasta un bosquimano, pero nos llevamos bien, dentro de lo que cabe, la mañana está fría, y si miras al cielo tiene un color de añil tirando a blanco, como si se reflejara que el día está próximo, yo intento habl

GALLETAS DE NAVIA

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Cuando mi padre bajaba a Navia, siempre le pedía un paquete de galletas maría.Tenía aquella ilusión de niño, de abrir aquel paquete con papel fino y azulado. Ir cogiéndolas con la mano, y sentirlas crujientes en la boca. El asunto era ir dosificándolas para dos días, esconderlas para que mis hermanas no las encontrasen. Un día comprobé que mi padre me engañaba, y que casi siempre se le olvidaban -lo encontré comprándolas en la tienda de Hortensia-. Todo cambió. Aquel paquete ya no me gustó. No eran galletas de Navia.

LA CURVA

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Las consecuencias de lo que me ha sucedido, no podré evaluarlas ahora. Todo fue muy rápido.Venia por la comarcal quinientos doce, por la zona de Riofrío hacía Bejar. La noche era despejada con una gran luna llena que me cogía de costado; según iba cambiando de dirección la carretera, algunas veces, la veía por el retrovisor completamente nítida. Las luces me marcaban los arcenes. Todo sucedió en un tramo recto antes de entrar en la curva de de los Robles- que le llaman la de los Espíritus-. Apenas me di cuenta. Fue como si de repente se me hubiese echado encima un bulto. Le di con todo el frontal izquierdo del coche; y vi. como caía a la cuneta en una zona de ligero desnivel. Aminoré la marcha. Parecía una mujer. Cambié a primera. Muy lento, miré a todos los lados, y no vi a nadie. Luego pisé a fondo el acelerador y salí como una centella. Cuando llegué a casa pasaban de las cuatro de la mañana. Lo primero que hice fue mirar el coche. Tenía un pequeño abollon a la altura del faro izqui