DOMINGO.
Abiertos los ojos, no me da más lo que haya soñado. Mi cuerpo intacto bajo mis manos. Iniciado el espectáculo: El silencio en una escena donde nadie habla. Un día más. La mañana de aquel domingo de julio parecía ser más grande. Cuando Claudia dio dos vueltas a la llave de la puerta de su apartamento eran las doce de la mañana; y cuando salio a la calle el sol se posaba a plomo sobre todo lo viviente. La rutina de los domingos era ir al pequeño rastro de la calle los Arrayanes, subiendo por las callejuelas del barrio viejo. Cuando llegó a los tenderetes había lo de siempre: embutidos, prendas de vestir, zapatos, pan de trigo, herramientas viejas, bisuterías… Iba despacio sorteando a la gente, cuando entre los dos setos de arrayán vio aquel chino, con las cuatro tallas de madera sobre una alfombra de fieltro acostadas en el suelo. Se quedó mirándolas, tres de ellas eran tallas extravagantes que representaban figuras extrañamente afiladas, parecían hechas al azar de la