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Mostrando entradas de 2025

LA GOTA DE MAINSTONE.

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  Con frecuencia contemplaba la paciencia, esa actitud de las plantas para crecer tan despacio, la resignación geológica de las piedras del mar, suavizadas y ovaladas a lo largo de los años, hasta alcanzar esa forma suave y certera, bajo colores disimulados: pálidos grises y blancos expectantes. Mis estados anímicos se medían en intervalos, en ciclos observados con la frialdad de un experimento. Todo en mi entorno poseía esa cualidad: una cierta resistencia al raciocinio, una "fisicidad" opaca. Sentado en una silla de mimbre, sobre un balcón que daba a una vegetación anárquica donde predominaba el verde del ballico, el brezo oscuro, los zarzales enmarañados y una grandiosa mimosa de ramajes aplastados por el viento, yo era solo otro fenómeno más en observación. En aquellos instantes, todo me olía a brea. Mi orín era un termómetro químico de mi decadencia: unas veces despedía el olor de la brea recalentada, otras el leve rastro del amoníaco, o ese dulzor extraño y fétido de la...
 Poemas de un paleto ¿No hay suficiente entretenimiento en tu vida? Especialmente esta noche, ¿verdad? La tele está muda, el sofá te devora, y el pueblo entero duerme a pierna suelta bajo una luna redonda como un ojo de buey. ¡Entonces no te lo pierdas!, grita la pantalla del móvil, ardiendo en la penumbra de tu cuarto. Esa lucecita azul es la única hoguera que te queda. Podríamos estar divirtiéndonos sin complicaciones muy pronto, dice el mensaje de ella, esa mujer que no es de aquí, que habla con la boca pintada y promete fuego sin quemar. No necesito ningún romance u otra cosa tonta. Esa es la atadura que no queremos. Tú, que apenas has rozado una mano en el baile, que sabes más de vacas que de versos, sientes que te llama por tu nombre de barro y, al mismo tiempo, por otro que no conocías. No eres un extraño para mí, insiste. Sabes de lo que estoy hablando, ¿verdad? Y tú, que nunca has sido sabio en esas lides, asientes frente al cristal que refleja a un hombre con camisa de cu...

BERBERECHOS.

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Ya casi sin voz. De esa forma. Casi sin voz. El suelo era frío. Una losa de mármol contra mi costado casi desnudo, mientras arriba, el montículo de su barriga subía y bajaba con un ritmo de fuelle roto a veces. Ocho minutos. Llevaba ocho minutos en este equilibrio absurdo, equidistante de todo menos de la cama, con la mano aferrada no para levantarme, sino solo para elevar un poco la cabeza. Mis gritos, sordos, se perdían hacia el norte, el este, el oeste. El sur, un territorio vedado por la rigidez de mi cuello. Las sábanas, mi sudario arrastrado en la caída, me protegían de la brisa pero no del frío que ascendía de las baldosas. Y el olor. Siempre el olor. No a sudor o a cerdo, sino a agua salada y metal, el aroma fantasmal de los berberechos flotando en sus latas, las mismas que ayer, a media tarde, le pedí a ella que me trajera. "Sácame otras dos latas de la alacena, (joder). No quiero cucharilla del café, las voy a beber, ya sabes que siempre las sorbo". Ese sabor a defo...

LA SOLEDAD DEL OBSERVADOR INERCIAL.

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  Cuando estuve en ese punto ya no pude parar. Mi línea de universo no se acaba nunca. Me llamo Eulogio Doviño Sueiro. Natural del municipio de Piñor, Ourense, comarca de Carballiño. Desde hace seis años padezco el síndrome obsesivo-compulsivo de los espacios de Minkowski. Fue hacia el año 2019 cuando comenzaron a tratarme con Citalopram, a dosis moderadas. Mi especialista cambió el tratamiento hace unos dos años a Fluoxetina, una pastilla única de 100 mg que tomo por la noche. Esto hace que me adormile y me levante desorientado, sin la sensación de haber dormido ni soñado. Cuando empecé con estos síntomas obsesivos, hace unos seis años, daba clase de Física Cuántica en una academia superior a un grupo de alumnos sobre el tema concreto de la probabilidad de encontrar un electrón en el espacio-tiempo de Minkowski. Era primavera. Al llegar a mi casa, comencé con aquel impulso incontrolable de estar ubicado en los tres ejes coordenados. Recuerdo vívidamente la disposición de mi Ser en...

EL EXORCISTA.

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  --"Mira que te lo dije". --Cuanto antes. Llámalo. Se lo dije varias veces. Ya desde hacía casi dos años que  El Padre Rogelio se ofrecía en las Páginas amarillas. A la casa donde está exorcizando el exorcista se llega por una escalera larga. Un tramo de peldaños de madera carcomida que se elevaba como una cicatriz en la fachada lateral de la vieja vivienda del antiguo municipio de Almansilla de los Condes. Un buen trecho de peldaños aunque seas la Muerte. Ya vieja. Que vas, con tu capa negra hecha jirones pasando el frío del anochecer, para ver el sainete diario y pasar  el tiempo. En vez de acercarte al bar y llevarte al limbo de los justos a un pavoroso arrivista lleno de metílico. Noviembre había echado el cerrojo sobre Almansilla. El aire olía a tierra mojada y a leña quemada de roble. Dentro, en la habitación alta, el mundo se torcía. Allí, por una ciencia perversa, por un quiebre en la costura de las cosas, hay un milagro: si miras de frente  tu mismo te pued...
  La mano que no toca Dicen que el universo es silencio, pero bajo ese aparente vacío hay una música que no cesa. Una sinfonía que no necesita aire ni cuerdas, pues vibra en la hondura invisible donde nacen los campos. En el principio, cuando el vacío era apenas un mar inmóvil, cada campo dormía como una cuerda tensa a la espera del primer roce. Y entonces —tal vez sin propósito, o tal vez con ternura— una mano invisible se alzó sobre la nada. No tocó, porque no hacía falta tocar. Como el músico del theremín, supo que bastaba acercarse, sentir la distancia, modelar la vibración con la sola presencia. El vacío respondió. Y del equilibrio inmenso surgió el temblor: la primera nota del ser. Desde entonces, esa mano no ha dejado de moverse. A veces se eleva, y el cosmos se expande. A veces desciende, y nacen galaxias, átomos, cuerpos. Cada movimiento ajusta la intensidad del campo, cada gesto afina una frecuencia en el mar del vacío. Nosotros —átomos pensantes, onda...

POLVORA

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Llevaba a cuestas un sarpullido mental. Robert Capa hizo instantáneas maravillosas mientras la Luna se caía sobre Extremadura. Por las sierras de Madrid, las piedras estaban desgastadas por el viento de Dios. Todos ellos bajaban a retaguardia y se abrían el pecho para recibir besos, o la levedad de alguna mano de niño; para que les posasen sobre sus pelos blancos, en forma de sortijas, alguna flor roja. Indistintamente. Todas las cárceles eran un frente. Y los dedos abiertos esperaban entre los sacos terreros, suplicando a los muertos que les cerraran los ojos. Ellos estaban allí, altruistamente, escuchando canciones. De los olores no hablo. Del sufrimiento que intuyo en las imágenes. Mis ojos se clavan en el blanco y negro, buscando durante muchos minutos las vidas que laten tras instantáneas llenas de tragedia. Vislumbro lo que las palabras describen, una y otra vez releídas, por si capto algo que me trasporte, soñando despierto con los ojos cerrados, tal como hoy, cinco de julio de ...

PUBIS.

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  Meditaba así, a sotavento de los visillos. Ésa era mi postura filosófica: con el mundo al otro lado del cristal y yo en el vacío de la habitación. La tela, inflada por un resuello de viento que se colaba por la rendija, se abultaba hacia el interior como un vientre o como el lomo de una bestia invisible que se apretara contra la casa. Tenía una vida momentánea y grotesca, esa protuberancia de lona que jadeaba y luego se deshinchaba, un fantasma de aire y forma que era el único testigo, aparte de ella. Ella estaba frente a mí. No en carne, sino en presencia, una estatua de desafío erigida en el centro del cuarto. El recuerdo de su última pose era un fuego que me quemaba por dentro. Me contuve mucho, muchísimo, para no abalanzarme hacia ese espectro, para no estrellarme contra la realidad de su burla. Allí, desafiante, insultante, lo último que pude verle fue la mano, hundida en el vértice de su ser, cogiendo su sexo a un puñado de carne y furia. Y la voz, rasgando el silencio polv...

SOLEDAD

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Cuando el mundo comenzó a girar en un torbellino silencioso, faltaban dos minutos para que la septima década de mi vida cayese sobre mis hombros. Una náusea profunda, anclada en lo más hondo de las entrañas, ascendió hasta mi garganta. Y cuando apenas quedaban unos segundos para la onomástica, me aferré a la manilla de la puerta del baño como un náufrago a un madero, y en medio de tanta, tanta soledad, me fui desplomando lentamente de rodillas, mientras mis ojos observaban el giro frenético de todo lo que me rodeaba. Quedé partido en dos mitades: la superior, el torso, hundida sobre la moqueta verde oscura del pasillo, y la inferior, los pies desnudos, reposando sobre el gélido azulejo blanco del baño. En ese estado nauseabundo, con la boca aplastada contra lo mullido y la planta de los pies percibiendo el frío mineral de la losa, solo existía la evidencia de mi cuerpo y el peso de la ausencia. Y así, tendido en el umbral, entre tanta soledad. La hora, por la luz que se filtraba, quizá...

"TRONO".

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  A qué nunca viste meter un puto piano por una ventana. Ni cumplirse esa paradoja del piano que se cae mientras tú sales por la puerta del portal. Y son dos pasos. Y el avance del piano. Y tu avance. En una secuencia interminable, un teorema de Zenón aplicado a la tragedia burguesa, hasta que varias notas de piano —un acorde disonante, un quejido de cuerdas destrozadas— suenan mientras se deshace y tú te salvas por medio paso. Ese medio paso que es la única diferencia entre la anécdota y el obituario. La vida entera es eso: esquivar por los pelos pianos que caen del cielo, pianos de obligaciones, de recuerdos, de la pesadumbre de existir. Son pensamientos extraños mientras espero en este trono de porcelana, el altar último donde el cuerpo confiesa su vileza y su triunfo. Este retiro es la única catedral que me queda. Mi compulsión mientras estoy aquí, agachado sobre el abismo figurado que me une al mar o a una cloaca, no es terminar, sino tener cojones para salir a la calle despué...

2 ESTRELLAS MICHELIN.

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He devorado un trozo de sentimiento como si fuera un solomillo poco hecho, a trocitos. La sangre de tu esencia, tibia y ferrosa, me ha corrido por la barbilla, un sudario líquido que secaba con el dorso de la mano sin ningún rubor. El acto no era de hambre, sino de conquista. Un sacrilegio íntimo. Me había sentado donde servían cosas realizadas con amor, un lugar que olía a promesa y a albahaca fresca, con un toque de comida llena de colores, como un Miró de viandas en una fuente plana llena de filigranas. Todo era tan bonito que daba asco. Rábanos como corazones miniaturas, purés que eran atardeceres, emulsiones que pretendían ser poesía líquida. Y yo, en medio de ese circo cromático, con un vacío que resonaba en las tripas como un tañido en una catedral vacía. Y como no había guarnición que valiera, te metí en el plato. Tú, con tu sustancia opaca y verdadera. No había nada más nutritivo, más primordial. Y estabas cojonuda, sí. Un manjar de una veracidad atroz. Te comí como si hubiera...

VAPOR.

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  Aristóteles y Platón, con sus juegos mentales de formas perfectas y lógicas estériles, lo jodieron todo desde la cuna. Le clavaron un puñal a la curiosidad y nos condenaron a dos milenios de escolástica y sermones. Luego vino Cristo, con su reino que no era de este mundo, y Mahoma con su yihad; dos nuevas cadenas forjadas en el yunque de la fe. San Agustín, ese viejo zorro norteafricano, fue tan cabrón y retorcido como los doce apóstoles juntos, inventando el pecado original para que naciéramos con deuda. A San Francisco de Asís, ese loco que le hablaba a la luna, yo lo perdono porque en su demencia quiso mucho a los gatos, las únicas bestias que no se arrodillan. Pero en general, si no fuera por esta pandilla de degenerados celestiales, la máquina de vapor ya habría escupido su hollín sobre las legiones romanas, y estaríamos viajando a las estrellas con el latín como lengua franca. Yo, cuando voy a buscarte, pienso en estas cosas y se me empalma el alma, no solo la carne. Es una...

CURVATURA: Sin ellos no existiria Einstein.

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  --Einstein y la red invisible de los genios que le dieron vida.-- Resulta incuestionable que Albert Einstein dejó una huella profunda en la historia de la ciencia. Sin embargo, cuando se le observa con cierta distancia —fuera del mito y del brillo mediático que lo envolvió en el siglo XX—, aparece con claridad que su genialidad se apoyó en una red de pensadores que prepararon el terreno durante siglos. Einstein no trabajó en un vacío, sino en el cauce de un río intelectual que venía fluyendo desde Galileo Galilei, quien estableció la idea fundamental de la relatividad del movimiento: las leyes físicas son las mismas en cualquier sistema inercial. Esa intuición galileana, depurada por el tiempo, se convertiría en el germen de la relatividad especial. Carl Friedrich Gauss y Bernhard Riemann, por su parte, tejieron el armazón matemático que permitiría imaginar un espacio no euclidiano, curvado, donde la geometría dejaba de ser un dogma y pasaba a ser una posibilidad. Sin ellos, la r...

TRIGO.

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Qué actos tan inocentes y a la vez tan profanos cometíamos. Desnudarla con miradas que pretendían candor, o inventar juegos de escondite para que el destino —y no nuestro deseo— nos arrojara el uno contra el otro detrás de los viejos almacenes de trigo. Cuatro cilindros que iban hacía el cielo como una gran fortaleza medieval. Tú no sé si sabes lo que es una lluvia de trigo. Nadie puede saberlo realmente. No has visto cómo el grano abandona su estado sólido contenido y se desplaza en torrenteras doradas, formando coletas líquidas que desafían la física, como si la materia misma dudara de su propia esencia y se desintegrase con su peso enorme, disgreandose en un polvo dorado que ahoga la respiración. Todos los años, por septiembre, cuando el tiempo cumple su paradoja y se pliega sobre su propio inicio, regreso al lugar. El tubo largo, ese cilindro herrumbroso que muestra sus tripas de ladrillo derruido entre brezos, zarzales,  y maleza aún permanece. No es una reliquia, sino una col...

FANTASMA CUANTICO.

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  Poema de Amor para un Fantasma Cuántico Es una casualidad cósmica, un guiño del azar en el tejido espacio-temporal, que tenga que componer un poema de amor en este preciso instante. Y es que estás tú. Siempre estás tú. Será el poema número doscientos ocho billones, un millón cuatrocientos mil noventa y ocho, registrado por la humanidad. Con copyright, por si acaso las moscas, o alguna entidad menor, pretendiera plagiar este espasmo del alma. Y aclaro, para los registros de la nada: de esa ingente cifra universal, descuento y declaro nulos, los siguientes: Los poemas de desamor, esos fraudes lacrimógenos; los oníricos, deslumbrados por mensajes celestiales de dudosa procedencia; los actos posesivos disfrazados de versos; los que dicta la tristeza en su monólogo infinito; los susurrados por la ansiedad en la oreja; los que comenta la locura en susurros estridentes. Descuento al asesino poeta, al predicador mentiroso, a quien deja rastros vocalizados de Satán mientras habla como los...