PEPINO PENERASTA.

(1) Pepino penerasta El párroco nos decía, hijos míos, el placer está en vuestro cuerpo. Abusad de él, pero confesadlo bien, que la culpa entra con vaselina. Luego nos daba tres padrenuestros y una mirada que no sabías si era de perdón de advertencia, o de deseo. Yo no distingo si lo que llevo en el alma es pecado original o de esos que vienen en bote con tapa de rosca. Ahora bien: Si te metes un pepino por el culo, lo contagias. Eso lo decía mi señora. Mi señora, la Paquita. Mujer de carnes rotundas y ojos como aceitunas negras en salmuera. Con ella descubrí la botánica doméstica. Elegíamos el de exportación, el mejor de los invernaderos, los de piel tensa como espalda de legionario. Los de exportación. Con etiqueta. Y aceites superfinos para el acabado final, aceite de almendra, de sésamo, de virgen extra y hasta de coche, si la noche se ponía ardiente. Después de la cena, cuando el telediario terminaba con una noticia de Marruecos o de Alemania o los EEUU, o de Jud...