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MAREA.

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La montaña se apareció de repente. Estaba soñando. Es lo más inmediato que recuerdo al despertar. Hoy deberías llevarme por la playa de la mano, no hay nada mejor que hacer, acostumbrados como estamos a vivir de sobresaltos. Deberías llevarme a conocer lo que esconde la marea más baja, cómo de escondido estaba todo cuando en el invierno las olas rozaban el malecón. Llévame. En la montaña ya acabo de estar soñando, bájame al mar, tengo miedo de que un día ya no estés, no se trata de viajar, está aquí cerca, es sólo bajar por un camino. Llévame contigo. No hay que dormirse para soñar.

LA VERDAD, NO SÉ LO QUE QUIERO DECIR.

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Soy un animal lunático, tengo esa sensación de que la casa estuvo vacía mucho tiempo y enciendo la luz despacio. Una luz no se puede encender despacio, la enciendes o no.La he encendido. Me fui por la mañana, y ahora al regresar tengo la impresión de que no he entrado aquí desde hace años. El viento estuvo moviendo los visillos hasta la saciedad. Si has entrado detrás de mí podrías sentarte, esta es tú casa, huele como si hubiera vivido un regimiento de gastadores, y no me recuerda a nada, verdaderamente no sé por qué regreso aquí todos los días, para contarte las mismas cosas, y dejarte pasar hasta el vestíbulo, y decirte, ponte cómoda, y dime como te ha ido el día, sinceramente, hablar contigo es desesperante, nunca me contestas, y la cosa se pone fea en luna llena, suelo arrastrarme por el pasillo porque quiero desaparecer y tengo ataques de pánico. Tengo miedo a que sea verdad, y que estés ahí sentada, no quiero volverme, me quedaré aquí contra la pared, me ayuda a no recordar n

SIDRA ASTURIANA.

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El vaso de sidra iba dando vueltas de mano en mano, cada uno dejaba unos posos en el fondo del vaso y los iba arrojando al suelo sobre el serrín. El bar tenía aquel olor ácido a manzana machacada. Mi psicosis es estrafalaria, y no me permite el más mínimo descuido, mis ojos llevaban un pormenorizado control sobre que zona del vaso no habían pasado los restos de sidra que teóricamente lo limpiaban, qué labios se habían posado sobre aquel borde cristalino sin haber cumplido el ritual.El contagio podía estar en cualquier parte del fino hilo transparente. Yo lo sabía. En un descuido percibí que algo había entrado en mí. La escasa pulcritud y el orden anárquico de estas ceremonias me había causado una mala pasada, de repente había perdido el control del orden dentro de aquella ruleta amigable, y mis labios se posaron en la parte inadecuada en donde había una marca de labios casi indeleble. Aquel cabrón me dio el vaso de sidra por la zona donde los posos no habían limpiado el borde al ar

UN VERSO EN EL CAFÉ.

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Desgraciado, si te hago un verso te mato, capullo de los huevos. La tarde pinta mal, padezco de almorranas y hoy es mi día crítico. En el trabajo hay una escalera muy larga sin ascensor y la he tenido que subir innumerables veces, por cosas nimias, y eso que soy un profesional ordenado donde los haya para aprovechar los viajes. Y es que estos pantalones me abrasan. Estaba en mi trasterito donde los toner y los folios y mi maquinita del café, con aquel poema empezado, y venga y dale al busca, ahora al segundo pasando por el archivo del bajo, ahora el tercero y luego el cuarto. Le había dado forma, te voy a matar con mis palabras versadas, vais a saber cuando salga mi nombre en los próximos juegos florales, aunque sea una esquinita en el periódico, poeta de tal que gana cual, que eres un desgraciado, administrativillo de mierda, que no paras de joder, que te lleve el porta firmas tú puta madre, al sexto ya no subo, que son las cuatro de la tarde, funcionario de mierda, te lo llevaré maña

MALEVA.

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Cuando digo que tienes malevaje psíquico quiero decir que le empiezas a dar vueltas a todo para buscarle una segunda interpretación. No es rebuscado. No sé cómo expresarlo bien. Muchas veces las palabras no coinciden con lo que uno piensa. En realidad lo nuestro lo tomas como una mera transacción comercial, digamos que según pasan los meses le incorporas el “ipece”. No te aflijas, para mí eres una samaritana. De todas formas, si te sueltas el pelo me olvido de todo, no es que tú cara sea perfecta, la viruela ha plantado pinos diminutos por tus sienes, pero cuando te sueltas el pelo y me lo pones encima me siento rodeado de todas las especies de la selva, mis ojos vagan por tus raíces, huelo tú perfume y no puedo ver la claridad de la tarde adormecida en la ventana. Y luego tú boca viene hacía mí. Como estábamos sentados en una silla, me besas de arriba abajo y sale tú lengua igual que un mercancías, y como eres una cochina, me chupas la bilis y la dejas posada en mi cuello. Eres una pu

ESCOLOPENDRA.

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Me contaban aquel cuento de la escolopendra que subía por la fachadas, y mientras dormías por la noche escalaba el borde de la cama y se te metía por la oreja. Y aquello era horrible. Un día me envolví con el cobertor como una momia. El problema era que para ver un poco de luz, mi oreja quedaba fuera, y fue muy angustioso, estuve largo tiempo despierto observando los rincones que estaban entre sombras. Soñé que era traslúcido, ahora que casi soy viejo. Y me vino a la memoria del sueño aquello que me decían de niño sobre la escolopendra. Era tan larga que su rabo estaba a la altura del segundo, y la ventana de mi habitación queda en el patio de luces de un octavo, tan así de larga que estuvo dos horas metiéndose por mi oreja. Lo horado todo. Fue comiendo y comiendo hasta que mi piel se convirtió en una fina capa trasparente. Anduve por todos los sitios con el horrible bicho dentro, me veía desnudo en el baño con aquel color parduzco y millones de patas diminutas agitándose en mi interio

QUE ESTO NO SE VUELVA MÁS TRISTE.

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No sé si estaba dormido. Alguien soplaba por entre los visillos, pero era el viento. He visto en tres dimensiones a Santa Inés en el techo de mi habitación, en una perspectiva caballera focal como si saliera del vértice de las tres paredes opuestas, era ella, llevaba un corderito acurrucado en el brazo derecho y una mata de olivo cogido con la mano izquierda. Fue efímero, pero no era una ensoñación; tampoco se me juntaron los ojos como si estuviera traspuesto. Nos trajeron distribuida a la abuelita hasta que sea San Andrés, allá por noviembre. Vino en el Lancia de Jacinto. Lo bueno de la abuelita es que es muy menuda y se le sube bien en la silla y andas con ella en brazos por la casa a lo Perkins en Psicosis. Estos meses nos tenemos que levantar más temprano para limpiarla y darle el café con leche y las galletas. Mueve las encías como maullando, y lo que le cae por la barbilla se lo arrimo con una cucharilla de café. A mi me toca tres meses al año, a Cecilia, Jacinto y Juana les toca

NO QUIERO LEER TUS LABIOS.

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Las gaviotas están ahí arriba y gritan como condenadas. Me vienes a los cinco minutos con aquello de que no estás segura, y digo yo, pues como que ya llevamos diez años así, y hasta antes de esos cinco minutos eras tú la que me insistía: tienes que decidirte de una puñetera vez, esta situación yo no la aguanto, el polvete de los miércoles el polvete de los domingos, ya no aguanto más, no sé a lo que juegas conmigo, te resulto comodona. Por encima de mí ventana hay como una visera de piedra que se está resquebrajando, por ella crece una planta enredadera en plan silvestre que da unas flores pequeñitas, y enfrente hay una panadería un bar sidrería y una droguería. Cuando estoy en la ventana tú a veces me coges por detrás y siento la piel de tus piernas contra mi culo. Eres una indecente. Llevaba esperando a que te decidieses y me contestas eso, que no estás segura pero te aprietas contra mí, me gusta cuando me frotas la pelambrera de tu coño, qué salvaje, como está húmedo tengo la impres

LOS OJOS DE PERRO.

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A mi los ojos de los perros que salen a la carretera a morirse no me gustan. Tienen una tristeza que no podría soportar. Incluso si un niño hambriento te mira. Incluso un anciano con toda la carga de somníferos. Pero los ojos de un perro, así vistos, pueden dejarte con un agujero para todo el día. Es eso del alma que dicen que da pena. No digo los perros falderos con las uñas cortadas, los lame coños, los mete mete. Digo los perros sin nadie, los ves por ahí jugando con los niños, a niños que tienen los ojos tristes jugando con perros con esos ojos. Tú a Mónica la tienes con los ojos tristes, tira por el carrito del niño con parsimonia, como una autómata. Y me parece que no son cosas de estos tiempos. La llevas por ahí, muy bien puesta, eso sí, pero le veo los ojos tristes. "Enjaezada", sí; pero chico. Y ella a ti te lleva como un marimbo. Y el niño con bordados por todos los sitios como el niño de La Virgen María. Ayer iba por la calle y viene aquel capullo con la ch

U 235.

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Me dijo Mendeléiev que en tú anillo llevas Laurencio. No ha sido una sorpresa. Ya lo había notado. Tienes esa virtud patética de enseñarme el dedo, cierro los ojos y esimismado lo siento. Eres una artista. Pero no me habías contado lo del Laurencio. El medidor Geiger pita como una locomotora en un paso a nivel. Deberé pedirte que para la próxima te quites el anillo. En estos jueguecitos vamos a ser francos. Si persistes, yo me colocaré una bola de uranio doscientos treinta y cinco. Sospechas bien.

WINDSUF.

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La tarde está como para encenderle una cerilla. Explotaría. Por encima cientos de gaviotas presienten que algo pasará, y se cagan de gusto. El mar está más plano y brillante que los azulejos de un ministerio. Se palpa en el cargado ambiente que hoy nos ducharemos por última vez. La gente está ansiosa por chapotearse. Somos como niños. En la playa, como si se hubieran vuelto locos, todos fornican. Sólo hay que pedir permiso a cualquier espatarrada. Es así de simple: ”Por favor, si no le importa, puedo metérsela, será un momento”. “Sí, por supuesto, me bajo el bikini, tómame.” ¿Tontona, te la clavo? Es como si fuera el juicio final. Todos lo saben: sólo tenemos dos branquias y además olemos y comemos por ellas. De repente, hacía poniente, se ve aquella hondonada en el mar. Un hueco, y un pico. Gigante. No sé cómo decirlo, “ansi de grande” .Por fin ya está llegando la arbolada perfecta. Ágilmente la cabalgo. Ahora mismo voy sobre la cresta del tsunami, y no sé dónde acabaré, menos mal qu

SERÁS DE OTRA.

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Antes de que Eiffel empezase a colocar remaches, Ella ya llevaba aquella coraza de hierro, al solape, sobre su corazón. Me hizo tanto daño porque soy muy romántico y enamoradizo. Muchas veces buscaba azucenas por las rendijas de los edificios oficiales para llevárselas a su oficina… Era altiva. Su papelera, un vergel de flores regaladas. Su oficina olía a cosmética antiarrugas y a pétalos marchitos. La máquina de las fotocopias funcionaba como si imprimiese billetes de quinientos, a turno continuado, yo pasaba con fajos enteros, una y otra vez, por si la rendija de su puerta me dejaba ver sus piernas. En el organigrama soy un puto corre ve y dile (todo junto). La nada, cósmicamente hablando. Le mandé el primer anónimo por Pentecostés. Te quiero. Secamente. Quiero decir rotundo, pudiera haberlo escrito un coronel de infantería. No fue un mensaje tipo avioncinto Concord, iba claramente en el porta firmas. Yo reparto los garabatos de un lado al otro y se lo puse en un folio reciclado escr