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MI MANO DERECHA.

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Llevo cerca de un año con una ansiedad que está condicionando mi vida. Había refrenado mucho mis impulsos instintivos antes de esta situación. He perdido la delicadeza para poder amar con cierto orden. Incluso, a veces, tengo la sensación de estar castrado simbólicamente. En lo que yo llamo mi conciencia aparecen irrefrenables pulsiones que a veces me dan hasta terror de mi mismo. Me habían hablado de un trauma en mi nacimiento. Tanto tiempo allí en aquella suavidad como si no quisiera separarme de mi propia madre. Esta es una fantasía recurrente. Es como si llegasen a mi como una inundación todos los estímulos recibidos durante ese corto trayecto hacía la vida. Mi sistema nervioso bombardeado por infinidad de estímulos que me obligan a contener reacciones excesivas. -¿Es que estoy loco? -¿Mi madre también me trasmitió sus ansiedades? Cuando mi madre desaprobaba mi conducta sentía una desazón increíble, próximo a un desencadenamiento somático sin precedentes. Incluso con rep

NO LO SÉ.

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Por si un casual, me he desprovisto de todo lo suntuoso. Lo que llevaba a cuestas y todo lo que estaba preparado para subir a cuestas, la belleza entre otras cosas y otras sensaciones difíciles de explicar. Ya no me abruma nada. Ya nada. Algunas veces eché en falta la astucia para sobrevivir. La estrategia que tienen los cuervos para sacar los gusanos. Observar antes. No precipitarse como los buitres. Algunas veces existía la belleza, esa sensación de observar absorto y ver los que otros no veían. Explicarles atardeceres suntuosos, atardeceres fuera de la ley, y cosas mucho más allá de las finanzas que me explotan. Me levantaba como un resorte un día tras otro a las seis de la mañana para ir al trabajo. Lo absoluto era mirar si llovía tras las ventanas. Si azotaba el viento. Si clareaba. Y luego la memoria. Lo inacabado del día anterior. Y luego cosas del amor. Si aún amaba. Si aún existía esa sensación. Y luego acaso el deseo. Y luego quizás el miedo. Y no sé hasta dónde podré cam

UNA Y OTRA VEZ.

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Yo había llegado antes a la Cita, y como tú no estabas me fui a dar una vuelta. Tú llegaste dos minutos antes, y como yo estaba dando una vuelta tú te marchaste pensando que yo no había llegado a la cita. Me había alejado demasiado y cuando volví ya era tarde. Quiero decir tarde en la inmensidad. En la Cita no había nadie. Quiero decir nadie en el sentido de la soledad inmensa. Se dice: en la Cita era como si el silencio tuviese forma de humo, y todo fuera transparente. Al final nadie. Es como si el corazón bajase el ritmo al fin, es como si el corazón se diese cuenta antes. El corazón está antes que todo, lo percibe de esa forma de sobresalto. Es como si los dedos vibrasen en un instante antes de la muerte, la mano se les queda así, con los dedos hacía arriba, con los dedos ligeramente encogidos hacía arriba, con los dedos..., así, con los dedos.... Es una suposición. Es un razonamiento que yo me hago. En realidad no sé si alguna vez estuviste debajo del olmo, donde las palomas espe

EN EL 1996.

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Yo no sé si recuerdas el último beso que has dado. Algunas veces la boca así o asado. ¿Usted sabe qué ese eso? Tengo algo con el año 1996 que no lo recuerdo. De los otros repaso hasta donde creo que son. Del 96 hacía atrás. Del 96 hacía adelante. Hubo situaciones frenéticas de amor. Bocadillos de sardinas. Flores silvestres. Y atardeceres. Por decir algo. Olores. Me llevo la mano a la boca según voy, me la tapo, y me huelen los dedos al 1996, pero no lo recuerdo. Tal vez cierro los ojos para no abstraerme, y espero con la boca relajada en un gesto, esperando, pero ni un roce del año 1996. De otros años, del 1983, por ejemplo, cuando el mar subió tanto en el mes de Junio. Veo los peces muertos, las bocas abiertas al final después de varias veces abiertas, quedando abiertas, los ojos llenos de sangre. Te amé de pie, eso lo recuerdo, no sé ponerle el año. Y un día muy miserable en que tuve que pedir para el tren en una ciudad que no había tren. Te había amado de pie. Dicen que vas perd

SACRIFICADO.

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Me da que debo estar mirando al firmamento. Digo esto porque existe esa oscuridad de las noches sin luna, y, a ciencia cierta, no sé donde acaban las montañas y donde empieza el cielo. Lo único que tengo claro es que miro hacía poniente. Los que me trajeron hasta aquí dicen que este valle es sagrado, aunque desconozco las circunstancias de tales afirmaciones. A mi me sujeta la mano una mujer aniñada de coletas rubias, y mi otra mano está en las de un anciano de barba descuidada y largas greñas blancas que le caen sobre los hombros. El círculo no sé dónde acaba. Nuestras caras se hacen visibles o quedan en la penumbra según se muevan las llamas de una hoguera que se encuentra en pleno centro, agitadas por la brisa, creando brumas azuladas que dejan el contorno con una extraña sensación fantasmagórica. Desde mi posición puedo ver una especie de chamán levantando los brazos con las palmas estiradas hacía lo que sin duda es poniente. Distingo su indumentaria azulada y sus g

AGUANTARÉ AQUÍ.

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Yo soy uno más de los doscientos mil que trabajamos en Google buscando palabras. Yo trabajo en una máquina llamada Algoritmo y es de uno de los últimos modelos, lleva un filtrador de palabras con movimientos vertiginosos sobre dos paletas y un eje axial, las palabras más grandes se quedan arriba, y las más pequeñas se van cayendo a otras máquinas Algoritmo que atienden mis compañeros. Mi jornada es de ocho horas. Es incansable. Sólo nos dejan cinco minutos para echar un cigarro (el que fume), o para ir al baño, previo levantamiento de la mano derecha para ser sustituido por un compañero. Os tengo que decir una particularidad, las palabras que más buscamos son: amor y sexo. El otro día regresaba a casa muy cansadito, con mi camisa blanca, informal, y el nombre de Google de colorines, debajo de mi bolsillo derecho, y encuentro en el portal a la del segundo, creo que se llama Amanita (como las setas), y me dice, oiga, usted trabaja en eso de buscar palabras por Interne

INDUMENTARIA.

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Hoy cuando llegué a casa eran las ocho de la tarde. Traía puesto unos calzoncillos de abanderado modelo underwear de cuadros a rayones grises en transversal y longitudinal, una camiseta tipo atletismo de color blanco de marca oysho (debe ser china), y que pone en la etiqueta we care about you . Bien. Los pantalones eran de pana de color verde oscuro hechos por confecciones Sur, en la calle Santa Justa de Málaga, ochenta por ciento de algodón, aunque en la etiqueta ponía Cortefiel de la talla del cuarenta y cuatro. Una camisa de la marca Cortefiel, pone en la etiqueta poplin Collection , talla xl, de color beis tirando a oscuro y rayas verticales de color vino. Un jersey de pico haciendo juego con el color del pantalón talla xl, no puedo deciros la marca porque tiene la etiqueta arrancada, desconozco por qué, yo no me acuerdo de haberla arrancado. Bien. También llevaba un chaquetón de la marca Pedro del Hierro, el color es más bien azul marino, pero tirando a oscuro. No vi

SE LA TRAE FLOJA.

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Yo iba por la calle Modesto Areas de esa forma en que camino, se me ve atónico, con un despacio especial de hombre que lleva muchas historias colgando. Y a eso me refiero, cuando voy andando así, es que voy pensando en hechos especiales de mi vida. .. Cuando llegué a la altura de la Sidrería la Checlaina estaba allí aquella máquina expendedora de Serventa, entre una cámara frigorífica que daba a la calle y una tienda de prendas íntimas. Me fijé extensamente en unos sujetadores con aros para todos los bustos, camisones de tirantes finos, bodys faja de encajes, braguitas bordadas con flores, y por el otro lado aquellas bocas inanimadas de un sargo mediano, un besugo tristón, un lenguado vestido de negro, y una lubina enroscada mordiéndose la cola, y mucho perejil. Puse mi maletín en el suelo, le metí dos euros a la Serventa y le calqué al A-28 , una ensalada ligera con brotes de soja, abre súper fácil, esperé, y miro a la maquinita que hace aquel gesto de autómata para

EL SUICIDIO.

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En la pequeña habitación que daba al patio de luces a través de una escasa ventana de dos hojas con unos frágiles visillos de tul blanco siempre había existido la primavera. Sobre una pequeña repisa que hacía esquinera a media altura había flores metidas en un brillante jarrón de porcelana azul. En enero estuvieron allí dalias y claveles, en febrero violetas y heliotropos; y ahora que era una fría mañana de domingo del mes de marzo, existían dentro del jarrón una mezcla de narcisos y ramas de mimosas que daban aquel extraño dulzor al ambiente, mezclado con el olor de la cera quemada por las innumerables velas de colores esparcidas por toda la habitación. Se amaban en marzo y el mundo existía parcialmente. Amarse en marzo, en una tarde de domingo, puede ser hermosamente bello; la piel se encoge y estira más que en abril y en mayo. Mara, estaba delante del espejo, su cara redonda apenas perceptible en la penumbra de la habitación. Beatriz comenzó a acariciarle el mechado

BABOSAS.

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Dame goce. Ábrete. Déjame poner la boca ahí. De alguna forma dejamos un rastro inacabado, por nuestra ansia de proseguir.. Desde un libro de aventuras me vino un sueño solitario y animal. Hincamela de rodillas, nadie acecha. Tus ojos de loco en el último impulso. Hay un lugar donde escrutan miles de gusanos, no te quedes quieto.   Me dice la abuela Nora: vete por la pita parda al gallinero hoy hacemos caldo para el abuelo. Cuando bajas al gallinero por noviembre todo lo encuentras lleno de babosas y caracoles, es como si subieran del cementerio, trepan por las piedras y brilla su camino. En el gallinero hay doce pitas y dos gallos, el kiriko es pequeño pero chulo, camina así, altivo, y ojea malo. La parda tiene el culo pelado y se le ve la natura como si fuera un mal beso -con boca cerrada-, de un enemigo. A mi me da pena matar las pitas al estilo onda, cogerlas por la cabeza y darles vueltas, yo a las pitas no las mato así, me da canguela, sufre

ESTO ES EL FIN.

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Mi padre siempre me llevaba a ver la Super Bowl y luego a pescar truchas al río Navia. En la Super Bowl entrábamos al estadio por una espiral de hormigón que iba dando vueltas y vueltas; cuando llegábamos al vomitorio de la entrada del estadio yo casi estaba cansado. La ultima vez nos sentamos entre un rubio mofletudo con un chándal de color azul y una bandera de los eeuu muy llamativa sobre el pecho que ponía número dieciocho, al lado había una señora de Connecticut con un culo enorme y un chándal totalmente rojo y una gorra de visera larguísima toda bordada con un balón cosido y unas letras en amarillo que ponían xli; su gorra tenía forma de un melón enorme. Delante de nosotros había un calvo que tenía una cabeza en forma de esfera y unas espaldas en las que podría aterrizar un b52 .Todos comían enormes calderos de palomitas, perritos calientes, hamburguesas, trocitos de pollo asado; también había muchos del servicio secreto, con gafas negras que no comían nada. Mi p

COMPAÑERO DE CAMADA.

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Que los aromas dejados por el ser querido hacen su ausencia más llevadera puede ser una realidad. He descubierto que ahora que  él se ha ido soy una puñetera perra oliéndolo todo, me huelen hasta las realidades que no puedo tocar, las ensoñaciones que son éter azulado en mi cabeza, la luz mortecina que va apagando la tarde sobre las cosas que él tocaba. Pero sobre todo, las sábanas que aún no he lavado. Qué extraño todo. En realidad, antes, con su presencia física nada de esto me incluía en el género de perra puñetera. Antes, cuando él llegaba, incluso aborrecía su presencia después de un día en plena libertad de pensamientos, era como si llegase a invadir mi mundo vital y diminuto. Y es que en realidad, nunca intentó seducirme, todo era práctico, usual, normal, endiabladamente perfecto. Nunca una rosa. La vida así vivida, es como un diario lleno de anotaciones intranscendentes. Entonces, a qué se debe toda esta ceremonia captadora de espirituales presencias sobre las